Cecilio Canelón
En Barquisimeto (calle 37, cerca de la avenida Venezuela) me tocó hace unos meses acudir a un tornero con un problemón mecánico que amenazaba con dejarme inoperativo el carro por falta de recursos. Al automóvil se le dañó la bomba de aceite, y eso es grave. Muy grave y muy caro.
En otra Venezuela, la de la abundancia, los mecánicos recomendaban ir a comprar otra bomba de aceite y cualquier persona no tiene con qué pagar ese repuesto. Le expliqué al tornero la situación y le pregunté, casi sin esperanzas, si era verdad que esa pieza es imposible rehacerla, si debía ir a atracar un banco para comprar otra.
Me respondió: “Mire, compañero: si esa pieza la fabricó un extraterrestre entonces yo tal vez no la pueda hacer. Pero si la hizo otro hombre como yo, entonces yo se la hago. Pase por aquí mañana a las 2 de la tarde”.
La pieza me salió en la décima parte de lo que me hubiera costado comprarla nueva, y ya va por 60 mil kilómetros de movilizarme por todas partes.
Pero más allá del resultado práctico y el ahorro de los centavos, lo que me levantó la moral, más que cualquier consigna, canción o discurso, fue la actitud de ese hijo de este pueblo: si es humano SE PUEDE.
Sé de muchos otros seres con actitud semejante. Me viene a la mente una hazaña de Delfín, caballero curioso e inquieto que tiene varios artefactos hechos por él mismo, y que lo ayudan a llevar bien su conuco, llegando a Higuerote. Delfín se quedó una vez sin aceite para lubricar el motor de su carro, en una zona apartada donde nadie podía resolverle la situación. Entonces empezó a maquinar y a calcular cosas, hasta que se atrevió a intentar lo que una de esas ensoñaciones le indicó que probara: cogió una buena cantidad de semillas de tártago, les extrajo el óleo (nada nuevo en realidad: aceite de ricino), le puso una buena cantidad al motor, rodó sus buenos 40 kilómetros y llegó hasta Caucagua, donde sí vendían el aceite que necesitaba. El olor del carro espantaba a la gente al pasar, pero llegó y cumplió.
Con este tipo de ocurrencias es importante y válido sentir orgullo y admiración, pero también hay que dosificar esos sentimientos. No caer en la tentación de pensar y mucho menos proclamar que todos los problemas del parque automotor se resuelven con tártago y tornerías. Hay actitudes y soluciones locales que funcionan en la escala mínima y en casos específicos, pero no son de universal aplicación. Hay niveles o dimensiones de la mecánica automotriz, así como los hay en la medicina, la construcción y otras áreas, donde la especialización no es un lujo sino una necesidad.
Lo rescatable en el caso de ambos venezolanos es la actitud ante la vida: ese espíritu, ese duende maravilloso que es el pensamiento alterno, la inventiva y la disposición a dar la pelea es lo que sacará a este país y a todos los pueblos del foso donde los confinen las hegemonías.