José Roberto Duque
Parece un asunto entre seres de otro mundo, por la resonancia de los nombres. Pero cuando uno se mete en los intríngulis del conflicto ya no lo parece: Telenomus y Spodoptera protagonizan desde la alborada de los tiempos una singular guerra de las galaxias en pequeñísima escala. Y como coreografía cinematográfica debería ser difundida esta guerra de las especies entre los seres humanos, porque sus claves y desarrollos nos interesan, nos atañen, nos involucran.
En una página especializada se describen de esta manera las características de Spodoptera Frugiperda: “Al nacer las larvas, éstas se alimentan de su cubierta y su color varía según el alimento, pero generalmente son oscuras con tres rayas pálidas y estrechas longitudinalmente. Por la parte dorsal se observa una banda negra y en la parte frontal de la cabeza se puede detectar una ‘Ye’ invertida”. Más futurista o extraterreste, imposible.
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El cuento es así. Existe un gusano, precisamente ese llamado por la ciencia Spodoptera Frugiperda, al que los campesinos de todo el mundo de habla hispana llaman gusano cogollero. Este bicho es capaz de arrasar en horas o días una buena plantación de maíz tierno. Como suele suceder, el remedio más difundido en la agricultura convencional resulta peor que la enfermedad; toneladas de agrotóxicos se venden y se compran en el mundo para acabar con esta plaga, y el resultado es que esas sustancias empleadas para matar al gusano terminan asesinando a millones de organismos buenos y malos, y al final del ciclo nos matan también a nosotros. Esto ha sido así desde el siglo XX hasta ahora.
Pero hace unos años nos enteramos de que teníamos un amigo invisible; señores propietarios del veneno, apártense que llegó la hora de Telenomus Remus.
Telenomus es una avispita diminuta. Ignoramos quién demonios o demonius detectó y vio en acción por primera vez a Telenomus Remus, pero su tamaño es de una fracción de milímetro. Sáquele punta bien afilada a su lápiz Mongol, dibuje un punto en un papel, y ahí lo tiene: de ese tamaño es Telenomus, esta gladiadora de nombre romano. Telenomus “pelea” de la siguiente manera. Usted la suelta en una plantación de maíz y ella va en busca de los huevos que ha dejado el gusano cogollero. Una vez allí, la Telenomus hembra deposita o “inyecta” sus huevitos dentro de los huevos del gusano.
Transcurrido el tiempo de la incubación, Spodoptera va contento a ver cómo nacen sus hijos y (horror, espanto, sorpresa) lo que nacen son legiones de la avispita.
Es un lujo de control biológico. El INIA (Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas) suele entregarle a la gente que cultiva maíz, en un vaso de café pequeño, mil ejemplares de Telenomus, suficientes para cubrir una extensión de una hectárea. Usted se pone a caminar por la plantación y cada tantos pasos le quita la tapa al vaso. Y allá van sus avispitas guerreras a sabotearle el parto al gusano cogollero.