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“Difícil es hacer una lechosa”

por maroas reyes
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El campesino más universal de Bailadores vuelve a ser homenajeado, como cada año: el Premio Nacional a la Inventiva Tecnológica Popular lleva su nombre

Tal como comienzan los grandes cataclismos sociales, el descubrimiento del sexo y el gusto por la mayonesa y el azúcar, todo comenzó con un juego infantil: al niño Luis Zambrano le fascinaba ver cómo el agua ponía en movimiento las cosas circulares. Su primer invento consistió en unas naranjas atravesadas por el centro con un palo, y ensartadas por más paletas a manera de aspas. Ponía las paletas al contacto con el agua que corría y las naranjas comenzaban a girar. Le colocaba un hilo o correa al palito central de las naranjas y ese hilo movía otros objetos circulares.

Cuarenta años más tarde el niño Luis estaba fabricando su primer teleférico, de medio kilómetro de longitud y con capacidad de carga de 500 kilos. El mecanismo y el principio de aquellos juegos eran los mismos, aunque la fuente de energía era otra. El combustible que no se agota se llama fascinación: las cosas duraderas (los amores, la vocación, las convicciones) lo son porque te fascinan. Los juegos infantiles de Luis no terminaron nunca, el agua no dejó de correr nunca en la Mérida de sus andanzas, y nunca jamás se extinguió el eco de su sentencia fundamental: “No espere saber para ponerse a hacer, póngase a hacer para poder saber”. Esa máxima de la vida que todos los seres humanos deberíamos poner en práctica.

Varias de las cosas que lo hacen inolvidable es la genialidad de algunas de sus sentencias y respuestas; así como jugaba con el movimiento del agua y con el flujo de la electricidad jugaba también con la palabra. Jugando le regaló aquella respuesta a alguien que le preguntó si eso de hacer motores y turbinas era difícil. “No, eso no es difícil”, respondió; “difícil es hacer una lechosa”. Y la favorita, la más espectacular de todas: cuando, hace por estos días de noviembre 37 años, le otorgaron el título honoris causa de la ULA, y al recibirlo, lo intentó halagar el señor rector con esta joya: “Miren todo lo que ha inventado este caballero sin haber ido a la universidad. ¿Se imaginan qué no habría hecho si hubiera estudiado?”. Don Luis le respondió: “Si hubiera ido a la universidad estaría aplaudiendo los inventos de otros, así como usted”.

 

Esas montañas andinas tienen esa rara vocación para la producción en serie de inventores y tecnólogos. Dicen que las condiciones climáticas y geográficas determinan o al menos estimulan las formas de la inteligencia, la actitud ante las situaciones y dilemas, las muchas formas de adaptarse y fluir en y con el entorno. En el caso de don Luis Zambrano, el crecer en la mole merideña tuvo que haberle enseñado que el ser humano no es lo que dice sino lo que hace; tuvo que haberle contagiado la capacidad para jugar con los ríos y las piedras.

 

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