Un experimento con resultados CASI incontrovertibles no puede ni debe compararse con el modelo industrial
Walterio Lanz / Fotos: Jesús Arteaga
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Primero describiré brevemente los elementos de un experimento local, doméstico en sus características y ámbito de ejecución. A partir de allí, a petición de unos compañeros que me han pedido hacer una comparación con otros ámbitos y otras escalas, haré una breve reflexión sobre temas productivos, modelos culturales y civilizatorios, y otros.
Un amigo me regaló una mazorquita de maíz criollo amarillo, muy pequeña, de menos de 200 granos (semillas). Procedí a sembrar algunas de esas semillas en suelo propicio y me dediqué a fertilizar suelo con abono orgánico (compost) y con orina diluida en agua, en proporción 1:10. Tras los 90 días previstos para la cosecha hice algunas mediciones y tomé nota de los resultados.
Los datos, obtenidos con una balanza electrónica, son los siguientes. Los granos de la mazorca madre, esa triste mazorquita entregada sin ningún criterio de selección, pesaron, en promedio, 0,20 gramos (algunos más, otros menos).
En cuanto a las hijas, el primer dato reconfortante fue lo sano y robusto de las matas, cada una de las cuales cargó dos mazorcas, cada una de un tamaño y un peso asombrosos, tomando en cuenta el origen. Me dediqué entonces a pesar aleatoriamente los granos o semillas de esas hijas; en promedio, pesaron 0,5 gramos, es decir, cerca de 150 por ciento más que los granos de la madre. Cada mata nacida de una sola semilla de esa madre desvencijada produjo más de 400 gramos de maíz.
En esa escala insignificante no dice mucho una diferencia de 0,30 gramos. Hay que proyectar o trasladar esa escala a las proporciones de una buena cosecha para tener una idea de la eficacia de nuestro procedimiento agroecológico.
En Venezuela, una cosecha de maíz comercial suele promediar los 3.500 kilos por hectárea (tomar en cuenta los fertilizantes químicos, productos importados, y mejor no mencionemos su carácter tóxico). De mantenerse la relación de este ejercicio comparativo, nuestro procedimiento limpio, que emplea productos que por lo general desechamos y desperdiciamos porque nos llevaron a despreciarlos, produciría unos 10.000 kilos por hectárea.
Me apresuro a aclarar, antes que ustedes, lectores acuciosos, me lo reclamen, que la comparación, aunque muy reveladora, resulta poco pertinente, por razones cualitativas que paso a comentar a continuación.
En primer lugar, la idea de hacer este tipo de experimentos y mediciones no tiene el sentido que inmediatamente cualquiera de nosotros, u otras personas con menos escrúpulos que nosotros, pudiera otorgarle. Salta en seguida al centro de atención la palabra “negocio”: cuánto dinero pudiera yo producir con solo cambiar de materiales y procedimientos (¿ciento cincuenta por ciento más de lo que gano actualmente, y además me ahorro el dinero de los fertilizantes?).
Pero hay al menos dos detalles que hacen incongruente e impertinente esa visión. Uno tiene que ver con que no se pueden comparar dos modelos radicalmente distintos: uno al que le interesa incrementar los números para enriquecer a alguien, y otro que tiene distintas precupaciones; por ejemplo, los desayunos o almuerzos que vienen. Al segundo modelo no le interesa hablar de toneladas por hectárea, sino de cuántas maticas por metro cuadrado necesita para producir cuántas cachapas o arepas. Es una escala familiar o comunitaria, no una escala industrial ni comercial.
Otro detalle: el segundo modelo no encaja en el primero porque su propuesta es la liquidación de las grandes plantaciones y monocultivos. La lógica del conuco que resuelve situaciones del ser humano entregado al campo no admite esa visión de las grandes extensiones o sembradíos intensivos, propia del modelo capitalista que necesita de mano de obra esclava, venenos importados y genera destrucción de suelos y cursos de agua.
Seguiremos experimentando y maravillándonos con los números y resultados, pero siempre teniendo en cuenta que nuestras pequeñas victorias no tienen aplicación en la escala monstruosa del capital.