José Roberto Duque
Hace unos meses, la alcaldía del muncipio Libertador (Caracas) relanzó, en los niveles comunitarios de las 22 parroquias de la capital, la convocatoria a los ciudadanos para que nos organicemos militantemente en Mesas Técnicas de Reciclaje y Aseo (METRAS). Ocurrió durante la gestión de Érika Farías.
El enunciado pareciera remitir a una noticia más dentro de cualquier gestión municipal, pero en el caso que nos ocupa el tema merece ser visto en toda su profundidad y aristas, que pueden alcanzar, y de hecho alcanzan, dimensiones estratégicas y sociopolíticas. El llamado a la organización ciudadana en ese aspecto de la vida y del hábitat nos servirá, no de pretexto, pero sí de punto de lanzamiento, de un análisis más milimétrico o microscópico (y también macro y telescópico) del proceso de autodestrucción de la ciudad capitalista.
No es gratuita ni metafórica la referencia a los muy pequeños niveles de organización de la materia; lo veremos cuando tengamos que recorrer, necesariamente, el ámbito de los microplásticos, el plancton y los organismos en peligro de extinción.

Varias veces insistiremos a lo largo de estas entregas en esa premisa: esto no es la promoción y ni siquiera el despliegue de una noticia simple. No hay forma de hablar de los residuos o desechos sólidos limitando el análisis a una localidad específica. Por lo tanto, tampoco cabe aquí el enunciado básico acerca de la pertinencia o perspectivas de éxito de la iniciativa, que por cierto, no depende tanto de las capacidades de una alcaldía, cualquiera que sea su gestión, como de la voluntad de organización.
Hablar de los productos residuales de la ciudad capitalista industrial es referirse a uno de los nudos críticos del discurso, ya en vías de manoseo estéril y enunciación vacía, que se refiere al colapso como a un capítulo más de una trama novelística. Al meter el lente en lo que las ciudades desechan inevitablemente estamos haciendo un ejercicio de arqueología, focalizado en lo que el generador de esas mismas ciudades produce. “Desechó aquello de lo que vivió”, parece ser un correcto epitafio para los poblados que hicieron metástasis en el último siglo y medio.
Así que, para efectos de la comprensión, ubicación en contexto y profundización en este asunto, organizaremos la exposición en cuatro planos o dimensiones:
- conceptual
- planetaria
- venezolana
- local
En esta entrega abordaremos los significados y significantes que habitan en las denominaciones más universales y simples, y también en las más rebuscadas, de la basura y todo cuanto anuncia o hace prever un destino al margen del hábitat social y/o humano.
Nombrar y entender la basura
Llamar genéricamente “basura” a todo lo que ya cumplió su ciclo o vida útil, según los estándares y límites del capitalismo, ayuda a entender varias de las dimensiones o flancos del problema. Por ejemplo, el porqué de la acumulación incontrolada e incontrolable de residuos o desechos (sinónimos acaso eufemísticos) en nuestras ciudades latinoamericanas, independientemente del éxito o avance en los respectivos procesos de gestión integral de desechos.
También ayuda a entender cómo y por qué razón esa denomnación (basura) fue a parar directo al lenguaje popular en clave de insulto o vulgaridad: llamar a alguien “basura” es degradarlo hasta niveles solo comparables con los que procura la animalización. Es decir, alcanza en nuestro imaginario y en nuestro sistema de símbolos y de valores el mismo impacto que llamarlo rata, perro, cochino, burro o simplemente animal. No entraremos tan hondamente en esos callejones; basta que nos asomemos en ellos para comprender la magnitud de esas valoraciones.
Como en la categoría «basura» que nos han impuesto entra todo lo que es susceptible de utilización y posterior desechado, la misma nos alcanza e incluye a los seres humanos esclavizados o marginados. Desechos: objetos y sujetos de inmediata o más o menos prolongada obsolescencia: envases, alimentos descompuestos, objetos que perdieron cualidades utilitarias o estéticas; ancianos jubilados, presos, enfermos, lumpen, diletantes varios; animales en exhibición o abandonados, productos corporales, agua contaminada, escombros y cadáveres de la guerra; metales y sustancias tóxicas, espectáculos olvidables y decadentes. Las ciudades producen o generan (atención con el verbo “generar”) basura: de ella vive, hacia ella se dirige. Nos han acostumbrado a que todo tiene una «vida útil», y cuando no se consigue en el mercado entonces ya es basura y está mal visto seguir usándola.

Según los diccionarios etimológico, “basura” viene de versura, que los lingüistas emparentan indistintamente con vertere (verter) y verrere (barrer o limpiar). Esta última se emparenta con una palabra de raíz indoeuropea (wers) que también alude o forma parte de de wars: guerra. Tal vez por eso resulta difícil o imposible, pese a los esfuerzos de los promotores de la gestión integral de desechos sólidos, el reciclaje y la reutilización, referirse a la basura o a lo que se le relaciona con temas edficantes o tan siquiera agradables: desde la íntima fabricación del concepto, la guerra y el residuo irracional de todo lo que fue y pudiera ser útil vienen emparentados hasta sus efectos.
Por mucho que María del Mar Campins se haya esforzado por sincerar los términos de una exacta definición:
“el término residuo comprende todo bien u objeto que se obtiene a la vez que el producto principal, e incluye tanto los que han devenido inaprovechables -‘desechos’- como los que simplemente subsisten después de cualquier tipo de proceso: restos o residuos propiamente dichos)»
el enunciado que más parece convencer a los estudiosos del tema, incluidos quienes se acercan a él desde una perspectiva anticapitalista como estudiantes, aprendices y aspirantes a especialistas, es el muy recurrido, fusilado y reutilizado (vaya: la reutilización) concepto que suele atribuirse genéricamente a “la Comunidad Autónoma de Madrid” desde el año 1987:
“aquellos materiales resultantes de un proceso de fabricación, utilización, consumo o limpieza, cuando su poseedor o productor lo destina al abandono”.
Este último contiene la esencia de un error espantoso, monumental, descomunal (nótese que “descomunal” es o parece algo que se sale de lo común; incluye la comunidad y lo comunitario): considerar que la basura solo es basura cuando alguien la desecha o “destina al abandono”. Ha costado y costará todavía mucho tiempo y esfuerzo comprender que hay sustancias, materiales y objetos que son basura dede que son producidos y no cuando son arrojados a un contenedor o a la naturaleza; más adelante nos detendremos en la tragedia o desgracia humanitaria llamada “plástico”.
Próxima entrega: ¿Usted genera desechos industriales?