Cuando, hace menos de un siglo, los profesionales de la publicidad decidieron que cualquier cosa que se diga, y de la manera que se diga, es válida para vender mercancías, el mundo se fue acostumbrando a no distinguir entre poesía, fórmula publicitaria o propagandística y verdad rotunda. Como, de paso, la literatura, el teatro, el cine y demás artes consisten precisamente en engañar un poco al expectador, casi siempre con su consentimiento, prosperó fácil ese oficio o profesión consistente en decir cosas no siempre apegadas a la realidad para enganchar potenciales consumidores. Si hay un refresco que asegura que ser feliz es cuestión es usar un simple destapador («Destapa la felicidad») y otro que te pone a volar («Te da alas»), y un cereal capaz de hacer de ti un tigre así te sientas hormiga, paloma o perro, entonces ¿qué le impide a un vendedor o promotor de cualquier caramelo o salchicha asegurarte que si le compras su artefacto ya casi serás como Elon Musk (suponiendo que eso fuera algo bueno)?
El problema, o uno de los problemas con esto, es cuando el periodismo se convierte en propagador de cosas irreales, bien popr ignorancia, o bien para favorecer a un grupo o hegemonía. Cuando una legión de repetidores te hace publicidad o propaganda eres alguien realmente afortunado. Pero cuando quienes te adversan se convierten en tus propagandistas involuntarios, ya puedes decir que coronaste, llegaste a la cima, destapaste la felicidad y eres un tigre con alas.
A ver, un dislate de reciente manufactura.
Unos señores empresarios de Nueva York han hecho un anuncio, absolutamente bien intencionado (ya diremos cuál fue el anuncio original). Y una agencia de noticias, que se supone que detesta un poco o mucho a los yanquis, ha repetido ese anuncio como si de verdad fuera una noticia. En su descargo hay que decir que todos o casi todos los medios y cuentas de redes sociales que difundieron este disparate al terminar 2021 dijeron exactamente lo mismo.
La noticia original es que aquellos señores neoyorquinos fabricaron un artefacto que «absorbe la humedad del aire y produce agua pura y de excelente sabor» (eso dice la bio de una cuenta Twitter que, por alguna razón, abandonaron sin darle uso: «A truly new way to drink water. Kara takes humidity in the air and produces pure, great tasting water»). La única truculencia reside en la frase inicial: «Una forma verdaderamente nueva de beber agua». Todo lo demás está en orden.
Rusia Today (y casi todo el mundo, excepto los fabricantes del artefacto) lo reseña así: «Crean un revolucionario dispositivo que convierte el aire en agua potable«. Aparte de la gloriosa mentira, se difunde también una fábula derivada de ésta, que habla de las propiedades de «esa agua generada» por el dispositivo. Cuento digno de analizarse en análisis aparte.
Aunque no hace falta mayor esfuerzo para explicar ni señalar dónde reside el chiste o burla (voluntaria o involuntaria, es algo que juega con el derecho de la gente a recibir informaciones reales) es preciso decir que, aunque no se le debe escamotear el mérito a los fabricantes del aparato, los primeros deshumidificadores eléctricos de la era industrial fueron patentados en los primeros años del siglo pasado (el XX, para quien necesite precisiones), y no obedecieron a ningún proceso genial de análisis o estudio de avanzada: los ingenios que captan humedad, la condensan y la almacenan en forma de agua son patrimonio y creación de muchos pueblos y culturas ancestrales. En el siglo XX se profundizó el estudio y experimentación con sistemas llamados «atrapanieblas», sistemas ligeramente distintos pero que parten del mismo principio: en el aire hay humedad, y es posible manipularla por condensación para obtener agua.