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Cómo tocar instrumentos musicales sin tocarlos

por Jose Roberto Duque
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José Roberto Duque / Video: Lheorana González / Fotos: Candi Moncada

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Fuimos a visitar al tecnólogo Víctor Hernández porque, hace unas semanas, recibió de manos del Presidente de la República un galardón: una de las categorías del Premio Nacional de Ciencia y Tecnología, el que se otorga a la Inventiva Tecnológica Popular (mención Autodidacta) y lleva el nombre de don Luis Zambrano, nuestro genio de Bailadores. La visita generó reportajes sobre dos aspectos de una obra fascinante en plena efervescencia.

En vista de que se trata de facetas totalmente distintas, aunque con conexiones filosóficas, conceptuales y hasta técnicas que en algún punto se relacionan (como el respetable médico o abogado que no se parece en nada a su hermano delincuente, periodista o poeta, pero no lo puede negar), dividiremos ese abordaje a la obra de Víctor en dos partes: esta, que toca el aspecto del quehacer tecnológico asociado a lo musical, y una segunda entrega que se ocupará del objeto del trabajo que mereció el premio: se llama (respire hondo si va a leer en voz alta, cuidado con los pulmones) Plataforma de Dispositivos IOT (Internet Of Things) para la Adquisición de Datos, Automatización y Control de Procesos Industriales.

Para ser honestos, los proyectos con los que no logró ganar el premio Luis Zambrano en años anteriores son más emocionantes y espectaculares que este que acabamos de mencionar. Pero este último reviste una importancia crucial para el país, como veremos en su momento.

Antes de ir a Naguanagua, porque allá vive y trabaja el innovador premiado, él mismo nos anunció con orgullo que, en pocas cuadras a la redonda, allá en su municipio, había otros dos ganadores del mismo premio, en las ediciones 2005 y 2009.

Y no solo eso sino que además son amigos, los tres, e incluso alguna vez han coincidido o piensan coincidir en proyectos comunes. Esa convergencia nos ha empujado a reseñar esa visita en capítulos de una serie o trilogía de tecnólogos: Víctor Hernández (dos capítulos), José Gregorio Jiménez y Esteban Reales.

El extraño fugitivo

No hay que avergonzarse de confesar algo que hemos padecido y siguen padeciendo millones de personas en Venezuela y el mundo, en la edad escolar: el enorme aburrimiento, miedo y rechazo al tipo de clases que se imparte en las escuelas convencionales. Víctor Hernández ha confesado que también sufrió esa temporada. El adulto que es ahora (nacido en 1971 en Barinas, y criado allá un buen rato) dice: “La escuela no sirve para estimular, para alentar a los estudiantes que no tienen la capacidad o las ganas de prestar atención. Yo no atendía las clases, pero estaba pensando en otras cosas que sí me sirvieron después”. En eso calificaba como alumno y muchacho “normal”.

Alfonso Camacaro, Luisana Ortega, Liceth Hernández y Víctor Hernández: Luthería Digital Ensamble (clic acá)

Claro que con sus anomalías y variantes. Por ejemplo, los juguetes no le duraban muchos días, a veces ni siquiera horas: “Me los compraban, yo los desarmaba y no servían más, pero aprendía cómo funcionaban.” Pero la chispa que desató el interés por la ciencia estalló por caminos un poco más raros. A la mayoría de ustedes y nosotros nos pasaba que nos fugábamos o “jubilábamos” de las clases para ir a jugar pelota. Pues bien, el niño Hernández iba en sentido contrario por el canal rápido de la autopista de la preadolescencia: a los once años se fugaba de las prácticas de básquet y de fútbol para ir a meterse en una biblioteca que el destino le puso justo al lado del parque donde entrenaba.

Ese mismo destino le tendió al extraño fugitivo otras emboscadas, unas más descaradas y rebuscadas que otras. Por ejemplo, como era una biblioteca pequeña y más o menos descuidada o mal surtida, había una enciclopedia incompleta. Demasiado incompleta: dividida en tantos tomos como letras del alfabeto, el único volumen que quedaba era el que correspondía a la letra “E”. Y mira tú, chico, con la letra “e” empiezan la palabra “electrónica” y “electricidad”. También Eureka comienza con “e”, y así se llamó el festival al que fue invitado poco tiempo más tarde para que mostrara su primera creación tecnológica, primero en Venezuela y después en Bélgica. Pero de eso hablaremos más abajo.

El arpa láser

Cuando habla de las influencias que recibió el macerado o coctel de sus vocaciones, Víctor Hernández no tiene empacho alguno en reconocer que una de ellas fue el auge de cierta tendencia de las comiquitas en los años 80, que invadieron las pantallas de televisión con una multitud de robots, naves espaciales y demás corotos inverosímiles. Otra influencia, que nada tenía que ver con la primera, era la pasión de sus padres, Luis Alberto y Hortensia, por la música. Él, comerciante, tocaba guitarra; y ella, modista, cantaba y tocaba el cuatro.

¿Qué tenían que ver la electrónica con la música? Casi nada. A menos que usted se haya enterado de la existencia de Vytas Brenner y Gerri Weil en estas tierras en los años 60 y 70, y de un francés que impactó decisivamente a Víctor a temprana edad: un ejecutante de música electrónica llamado Jean-Michel Jarre. Después de ver docenas de veces en VHS un concierto de este músico en Houston, al joven le empezó a ronronear en la oreja una idea fantástica: “Algún día yo voy a hacer un arpa láser”. Porque láser era lo que abundaba en aquella presentación de Jarre.

El muchacho estudió para técnico superior en electricidad, y luego la licenciatura en computación. Al final de este ciclo, en el marco de una materia llamada Creatividad e Inventiva, les pidieron a los estudiantes desarrollar un proyecto. Las piezas del rompecabezas del joven Víctor en ese momento parecía que no encajaban: electricidad y electrónica, mezcladas con la música. Había sonado la hora de su extraño sueño: “En efecto, me puse a hacer esa arpa con apuntadores láser. Temeroso de que no fuera a gustar, lo hice y lo presenté”. A la profesora le encantó, y también a su esposo, profesor de física. Lo animaron a que siguiera desarrollándolo.

“Lo mejoré, lo hice en madera. Y con ese instrumento participé en el Eureka Universia, un evento a nivel nacional, y tuve allí una participación modesta. Pero algo ocurrió entre los organizadores del evento; era un convenio entre el Banco de Venezuela y la fundación Eureka de Venezuela. Me propusieron ir al Salón Eureka en Bruselas, y hasta allá fui a presentar el arpa”.

Percutrón y theremin actuales

El reconocimiento, el apoyo, el entusiasmo en esa ciudad europea fueron unánimes; la gente acercaba las manos y el arpa desplegaba notas y acordes. Ganó medalla de oro en el evento, y le dieron el primer premio a la mejor invención de un país en vías de desarrollo, otorgado por la OMPI (Organización Mundial de Propiedad intelectual). “Al regresar supe que ese era mi camino. Que debía explotar mi capacidad para hacer cosas interesantes y útiles”.

¿De qué va el arpa láser, por qué fue un aporte innovador? El instrumento, sus sensores de luz, “leen” la intención del ejecutante y la convierten en música. Los instrumentos que ha diseñado después se rigen por el mismo principio.

Se tocan sin tocarlos

Iniciando 2022 tiene en su taller varios instrumentos activos y en plena efervescencia: el percutrón (una batería cuyo aspecto recuerda a las celdas de un panal o al telescopio James Webb, recién lanzado a los abismos del universo), la arplana (el arpa de sus inicios, mejorada y perfeccionada) y un artefacto inquietante con una historia centenaria: el theremin, nombrado así en honor de un músico y científico ruso que hace exactamente un siglo andaba desarrollando el primer instrumento capaz de realizar ese prodigio: se toca sin necesidad de tocarlo.

Leorana González “tocando” el theremin mientras lo registra
Registro y sonidos del theremin, desde la cámara de Leorana González

Con sus sobrinos, Luisana Ortega y Alfonso Camacaro, y su hermana, Liceth Hernández, conforman un grupo llamado Luthería Digital Ensamble, arsenal de melodías a partir de esas creaciones. Liseth es cuatrista virtuosa y convocante de un movimiento de mujeres que interpretan el cuatro en todo el país, y Luisana es una niña encantadora que a su cortísima edad (26 años) ya da clases de piano en el conservatorio Juan José Landaeta.

En cuanto a Alfonso, es un maraquero y percusionista que en sus ratos libres escucha e interpreta a Bach, lo cual supera en intensidad dramática a aquella manía del tío, de fugarse del deporte para ir a pasar el rato en la biblioteca. Tiene 14 años. Recuerden ese nombre.

Luisana Ortega ejecutando la arplana

Víctor Hernández postuló sus instrumentos al Premio Luis Zambrano en 2002 (arpa láser) y en 2005 (batería a la que se le acercan las baquetas y suena, sin necesidad de percutar: percusión de luz infrarroja). Con ninguno de los dos tuvo suerte. En 2015 sí fue tomado en cuenta con una mención honorífica, por los instrumentos táctiles que ejecuta Luthería Digital.

Había en el taller dos prototipos de instrumentos: una guitarra que tiene en el centro media tapara, ve tú a saber qué misiones le aguardan, y una batería que es algo más que eso. Están apenas en fase de diseño y construcción, así que no debemos difundir los “trucos” que guardan sus caparazones.

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1 comentario

Victor Papiro Armas 16 enero 2022 - 11:35

Marintarra. Marímbola electrofana

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