Su oficio es vaciar y fundir obras de arte y enseñar a otros a hacerlo. En el camino ha debido también fabricar sus herramientas, instrumental y máquinas varias
José Roberto Duque / Fotos: Lheorana González
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El chamo Adán Vergara, natural de Los Llanitos de Tabay (Mérida), hijo de campesino y constructor y una señora que se ocupaba del hogar, a los 12 años trabajaba como ayudante de un técnico de lavadoras y neveras llamado Jesús Villarroel. Un día de 1969, este caballero debió ir al taller de fundición de Martín González en El Valle, a revisar un artefacto dañado, y le pidió al joven Adán que lo acompañara; esa simple diligencia marcó y le dio rumbo y sentido a la vida de ese muchacho.
Una vez en el lugar se fijó en un detallazo que era imposible mirar con indiferencia: un señor estaba concentrado en el trance de darle forma al cuerpo inmenso y semidesnudo de una mujer, una gran mujer de rostro muy hermoso, montado sobre unos andamios. Fascinado por la escena le empezó a hacer preguntas al hombre que trabajaba. Poco más de medio siglo más tarde, el caballero en que se convirtió ese niño recuerda cuál fue la pregunta y la respuesta cruciales: “¿Es muy difícil hacer eso?”. “No, chico, esto es lo más fácil que hay”, le dijo el escultor, de acento español.
Lo invitó a subirse a aquellos andamios para verle la piel más de cerca a la creación y conversar mientras seguía modelando, y le lanzó un trozo de arcilla para que tratara de hacer algo pequeñito con sus manos. “Cuando toqué la arcilla sentí como un corrientazo”, recuerda Adán. “Mientras conversaba con el hombre me puse a amasar el barro y a darle forma a un caballito”.
Llegó el momento de partir, y el señor Villarroel lo vio tan entusiasmado que le preguntó si quería irse o quedarse; Adán le respondió que quisiera quedarse, porque estaba fascinado con ese taller. Le entregó el caballito que había hecho al señor escultor; éste lo agarró, lo miró y le preguntó al muchacho: “¿Te quieres venir a trabajar conmigo?”.
Ese señor que le transmitió el corrientazo de la vocación era el maestro Manuel de La Fuente, y la mujer gigante a la que acariciaba está todavía mostrando su lozana contundencia de bronce: es la India Tibisay que permanece impávida y sensual ante los visitantes en el parque zoológico de Los Chorros de Milla, en Mérida.
La técnica de antes, y los avances
La conversa de Adán Vergara es enérgica y fluida, alegre, llena de buena memoria y de agradecimiento. Aquellos inicios en el taller de Martín González dieron frutos perdurables; mientras aprendía el oficio de la fundición de obras de arte, el adolescente participó en el vaciado de varios bustos, la mayoría de los cuales todavía están en varios lugares de la ciudad de Mérida. Por ejemplo, varios que están en el parque Las Heroínas.
Mientras asistía al taller continuaba y terminaba sus estudios de bachillerato técnico. Luego decidió irse a otros talleres a experimentar nuevas cosas y seguir aprendiendo; se fue a Aragua y Valencia y pasó por las manos de artistas y grandes cultores del oficio: Luis Cardona Villegas, Rafael Carrano; tuvo ocasión de colaborar en la fundición de grandes estatuas ecuestres. Cuando regresa a Mérida monta un taller con su amigo y colega Leopoldo Garrido, y fue Manuel de La Fuente, aquel maestro del corrientazo fundacional, quien les dio los primeros trabajos.
El peligro de dejar hablar a Adán Vergara es que tiene muy bien memorizada y organizada su cronología, y si no lo detienes es capaz de recitar los pormenores de su trayectoria citando cada lugar, cada nombre y cada momento importante de los últimos 50 años. Se nota que la ha moldeado y esculpido en sus recuerdos con la misma disciplina con que diseñó y fue construyendo su taller actual, ubicado en Los Llanitos de Tabay.
Aquí, en este galpón amplio y con generosa iluminación y ventilación, muestra con orgullo su instrumental y equipos actuales, sus muchas piezas fundidas, sus trabajos en curso. Cuenta que ha fabricado y modificado varias de sus herramientas para moldear, los hornos en los que funde. “Empecé con unos hornos hechos de una forma muy arcaica, pero en Europa vi que todo se puede mejorar. En el fondo es una cosa muy simple: es un ventilador que impulsa una corriente de aire, ese aire va impregnado de un combustible que puede ser gas propano o gasóil; yo uso el gasóil, por la cantidad de kilocalorías que genera. Tengo una máquina de corte de plasma, pocos talleres en Mérida tienen esa máquina. No es como el corte de oxígeno, que lanza mucha chispa y queda el corte muy irregular. Con la de plasma es como si cortaras mantequilla con un cuchillo caliente, es de alta precisión. Puede cortar chapas de acero de una pulgada con facilidad”.
En su temporada en Madrid aprendió los avances del oficio de fundidor, y supo que en Europa se emplean técnicas y procesos que no se conocen o no se emplean acá. Pero sigue recordando con agradecimiento y admiración el trabajo rudimentario, básico y primitivo que utilizaba el señor Martín en su bautismo como aprendiz. “Martín era muy arcaico en sus cosas, era un emigrante que se vino a Venezuela en los años 50 después de la guerra. Para el repaso del bronce, que es el proceso más duro, necesitas cierta cantidad de herramientas que Martín no tenía. Él usaba las limas para quitar las asperezas, usaba el cincel y el martillo, todo muy manual. Nosotros también las usamos y nos dan unos resultados estupendos, pero ahora tenemos las herramietas neumáticas que nos adelantan mucho el proceso. Tenemos las fresadoras, y las fresas que cortan el metal, hay menos esfuerzo. En el vaciado del metal ya tenemos instrumental para medir la temperatura, antes no se disponía de eso, y obtenemos resutados diferentes. Hay casas que se han especializado en fundir aleaciones, y nos hemos apoyado en ellos. Otras se dedican a preparar la cera empleada en una técnica llamada ‘cera perdida’. Me ha tocado, por ejemplo, usar la cera de abejas; me la pasaba en el campo, por Santa Cruz, Barinas, Tovar, persiguiendo a los apicultores para que me vendieran la cera de abejas. Ahora no es necesario, ya venden el material ya preparado”.
El arte, y lo que salga
Aunque la especialidad de Adán Vergara es el vaciado de obras de arte, le ha tocado fundir y fabricar algunas piezas mecánicas, aparatos y repuestos que en los circuitos comerciales son costosos. Por ejemplo, fabricó unas bombas para extraer el agua en las plataneras de El Vigía cuando hay inundación; aprovechó que le encargaron reparar una bomba para copiar y fabricar unas piezas en serie.
“El año pasado hicimos unas pruebas con un señor de acá de Tabay que repara máquinas de coser. Las piezas se le rompen porque son de plástico, porque esa es la orden del mercado, hacer cosas que se rompan. Hicimos varias piezas en bronce para sustituir esas de plástico en máquinas de coser de uso industrial”.
Adán muestra, también con legítimo orgullo, algunas piezas únicas de artistas renombrados; tiene, por ejemplo, dos esculturas originales de Oswaldo Vigas. Una de ellas es una pieza de más de cuatro metros de altura que le habían encargado remodelar, pues estaba deteriorada y la idea era devolverla a la municipalidad de Valencia. El afamado escultor murió, la gestión de la alcaldía de Valencia cambió de manos y Adán Vergara se quedó con la pieza a medio restaurar, necesitado de alguna autoridad que pueda costear su rehabilitación y su devolución a algún espacio público en Valencia.
Sobre el futuro del oficio de fundidor, dice que está vivo y con buenas perspectivas de quedar en manos de una generación de relevo. “Tengo más de 50 años haciendo esto; de este tipo de taller no existen muchos en el país. Tengo tres o cuatro conocidos que tenían sus talleres, pero son talleres de artistas. Yo les doy el servicio a los que no tienen taller. Por eso me rodeo de grandes artistas. Es o fue un trabajo bien cotizado. Los muchachos que se forman tienen sus talleres activos también. Yo trabajo con ese portón cerrado, pero a veces lo abro y dejo pasar a los que quieran ver. Sobre todo los niños, que son curiosos, preguntan cosas, y yo les les doy la pelota de barro para que hagan cosas, tal como hizo el maestro De la Fuente conmigo a mis 12 años. Me llena de satisfacción ver como se llenan de curiosidad”.
En los momentos duros le ha tocado emplear su instrumental en asuntos menos sublimes que el arte, para generar recursos. En un costado del taller puede verse, por ejemplo, el alambique que construyó para destilar unos miches zanjoneros que se vendieron en buena cantidad.
De las docenas de aprendices que han pasado por su taller para formarse recuerda unos nombres: Manuel Parra, Rubén Meza, Francisco Hernández, Cristian Hernandez, Jhonny Hernández.
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Algunas obras fundidas y trabajadas por Adán Vergara, en solitario o en colaboración con otros:
Monumento a “La Marisela”, homenaje al personaje de Doña Bárbara en Apure. Escultor, Manuel de La Fuente;
Bustos del Libertador, encargo del maestro Luciano Celly, enviados a varios países en el bicentenario de Bolívar;
Estatua homenaje al indio Piaroa en Puerto Ayacucho, Amazonas, obra de Efrén Montilla;
Monumento Vírgen de la Paz, instalada en Trujillo;
Obras varias en los parques y plazas Glorias Patrias, Campo Elías y Páez, en Mérida;
Virgen de la Inmaculada en Lecherías, Anzoátegui, una obra de 5 metros y medio de altura.