El soplete a base de agua diseñado por Julio Walter es más práctico y potente que los convencionales, y sus procesos pueden generar otras aplicaciones, por ejemplo, en el área de la medicina
Alejandro Silva / Fotos: Candi Moncada
De niño, a Julio Walter le gustaba desarmar cosas, sobre todo radios; quizá quería desentrañar las voces y la música que salía de ellos, imaginando seres diminutos conviviendo en el limitado espacio que dejaban los transistores y cables que daban vida a esa caja maravillosa. También recuerda con mucha claridad aquel juego de partes electrónicas que le regaló su padre, con el que creó sus primeros circuitos, esos que le dejaron el orgullo de llamarse radioaficionado. Ya entonces mostraba su inclinación de entender para crear.
Pero fueron otros dos hechos los que allanaron definitivamente el camino que lo llevó a estudiar Física y a doctorarse con una tesis sobre Calentamiento Inductivo: el hecho de haber conocido a un tío que era físico nuclear, y mucho más definitorio aún, la maravilla que le causó presenciar la conversión del plomo del estado sólido al estado líquido. La batería de un carro se había dañado y su padre decidió fundir el metal para reutilizarlo.

Julio recuerda que nació en Chile “por accidente”; Jules Walter, su padre, llegó a Venezuela en 1948 desde su natal Hungría, huyendo del desastre que dejó la Segunda Guerra Mundial. Políglota y fotógrafo, decidió probar suerte en Chile, pero luego de algunos años del nacimiento de Julio en la tierra de don Pablo Neruda, notó que Venezuela era mucho más amable con los inmigrantes y ofrecía muchas más oportunidades, así que decidió regresar y echar raíces en este país, del que Julio afirma que nunca se irá.
En su desarrollo como inventor, Julio Walter ha incursionado en varios ámbitos; unos para solventar problemas como, por ejemplo, la creación de la fuente de poder mejorada de unos micrófonos importados, marca Bruel & Kjær (danesa), sin la cual los mismos no podían funcionar. O, debido a su pasión por la música, la creación de amplificadores para guitarras “de tubo” (como los de la marca Marshall) que son reconocidos por la definición, calidad y belleza de su sonido.
El estallido
Ya había finalizado los estudios de pregrado cuando realizó un viaje a la Universidad de Valencia, en España, y presenció por casualidad la revelación que lo haría llegar a desarrollar la razón de ser de este relato.
En una exposición de ciencias en los espacios de la universidad, una muchacha realizaba un experimento abierto al público en el que inflaba un globo con hidrógeno puro, al que luego le acercó un encendedor y el globo reventó sin hacer más ruido que el que hace un globo que estalla en una fiesta infantil. Luego, infló un globo con hidrógeno y oxígeno, y cuenta Julio que aún escucha el estallido que se generó de la explosión de esta mezcla.

Este sencillo experimento llamó poderosamente su atención creativa, y a partir de allí comenzó a reflexionar sobre la separación de los componentes del agua y sobre la manera de obtener, de ese proceso, un aparato capaz de canalizar, regular y aprovechar el poder del fuego que produce esta aparentemente simple y nada nueva reacción química. Antes debió analizar las diversas opciones y aplicaciones que podían desarrollarse a partir de la utilización de agua.
Entonces, como buen inventor e investigador, se puso a buscar “qué es lo que hay por ahí”, y se enteró de que en países como China, Rusia y otros, ya habían desarrollado e industrializado esta económica y potente forma de sustituir al tradicional soplete, que funciona con la mezcla de gas butano o propano con oxígeno, por uno que funciona con agua separada en HHO (hidrógeno, hidrógeno y oxígeno), o gas de Brown, también llamado así no por el color, sino por el científico que realizó el descubrimiento. Así que la tecnología ya existe; el aporte de Julio Walter es un proceso relacionado con un dispositivo electrónico de control que lo mejora y optimiza.

Pequeñito y rendidor
Puso manos a la obra y juntó las partes, todas ellas de fácil acceso, e inició la creación del primer prototipo de soplete a base de agua del país, el cual funciona con una efectividad mayor que la del soplete convencional: este funde materiales a una temperatura de 1.800 grados centígrados, y el prototipo de Julio logra una temperatura de 2.800 grados centígrados. Este equipo, a pesar de su tamaño, puede fundir acero, cuarzo, cobre y cualquier otro metal, además de que se puede regular para hacer fundiciones delicadas y muy pequeñas de metales como la plata, el bronce y el oro para el uso de radiotécnicos, orfebres y artesanos.
No hay que pensar mucho en los múltiples beneficios que aporta este sistema y este equipo: comenzaremos puntualizando el hecho de que el costo de los componentes adquiridos “al detal” no sobrepasó los 200 dólares (lo que sugiere que la producción de las partes “al mayor”, abaratará los costos del soplete), mientras que la adquisición de un equipo de soplete a base de gas y oxígeno sobrepasa los 650 dólares, sin contar las recargas de las bombonas que ascienden a unos 250 dólares.

El hecho de que el soplete de Julio sea portátil, debido a lo reducido de su peso y tamaño, es un factor que ahorra tiempo y reduce los costos de movilización. Como parte del mejoramiento de esta herramienta de trabajo, Julio le inventó un generador y regulador electrónico, que mide el calor de la llama, el correcto funcionamiento de cada una de las piezas del soplete y arrojan datos que optimizan el trabajo a realizar, mientras advierte sobre posibles fallas. El hecho de que su combustible esencial sea el agua, lo convierte en un equipo difícilmente superable en términos de eficiencia y ecología.
Se puede señalar como única desventaja de esta máquina el que se alimenta de electricidad, pero no hay duda que Julio Walter puede inventarse algo para resolver este problema bastante circunstancial.

Walter también asegura que con este proceso químico de separación de los elementos que componen el agua se puede llegar a producir oxígeno medicinal, o de consumo humano, y que puede ser aplicado a la industria automotriz. A través de un tablero de circuitos que regulan el fluido de los componentes del agua, encontró la manera de hacer una adaptación al sistema de combustión de los vehículos, lo que hace que éstos mejoren en un 40 por ciento la capacidad del motor mientras “quema” efectivamente los gases que se generan de la combustión de los carros, también con un 40 por ciento de efectividad, lo que además reduce en cierta medida la emisión de gases tóxicos en el ambiente.

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Julio Walter (1960) ingresa a la Universidad Simón Bolívar en el año 1977 y se gradúa como Físico, pregrado que complementaría con estudios de Física Nuclear. Algunos años después de haber desarrollado trabajos en una empresa de audio y sonido, trabaja en el Instituto de Ingeniería por tres años. Decide volver a la USB a completar su formación y realiza el postgrado y el doctorado, ambos en el área de Electrónica. Culminados sus estudios acepta la jefatura del Departamento de Electrónica de la USB por cinco años. Jubilado desde 2016, prosigue y profundiza en sus investigaciones.