Su cuerpo quedó con una severa discapacidad hace 11 años. Pero su mente relampaguea de innovaciones, un primo las ejecuta y una madre cuida de su vida y su entorno
Alejandro Silva Guevara / Fotos: Candi Moncada
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José nació el año 1994 en la ciudad de Carora, estado Lara; allá vivió hasta que cumplió los 17 años. Estaba con unos amigos en una piscina cuando un accidente casi mortal le dio un giro a su vida, lo cambió para siempre. Tuvo una caída en la que se lesionó las vértebras 3, 4, 5 y 6, además de su médula espinal, lo que lo convirtió en paciente cuadripléjico. Su condición le dejó sin muchas de las capacidades físicas para valerse por sí mismo, así que su madre, Yoleida Querales, se dedica desde entonces a tiempo completo al cuidado de José. Para recibir un poco de apoyo de otros familiares, comenzar con las terapias y adaptarse a su nueva realidad, decidieron mudarse a Valencia, estado Carabobo. La casa en la que viven es muy pequeña; para esta familia es sumamente difícil generar recursos para su mantenimiento.
A pesar de toda la situación, y luego de un período bastante duro de aceptación, José comenzó a sentir inquietudes referentes a su bienestar, a buscar la manera de estar mejor. Fue llevado a La Habana en un par de ocasiones para hacer terapia, como beneficiario del Convenio Cuba-Venezuela.
De las muchas cosas que aprendió allá, este fue uno de los datos clave: a pesar de que su situacón es irreversible, fue que el cuerpo necesita estar en posición vertical durante varios minutos al día para que la sangre fluya por el sistema, lo que trae como beneficio principal que la masa muscular se mantiene y hay mayores posibilidades de que los órganos no se atrofien; esto mejora considerablemente la calidad de vida del paciente.
La cama terapéutica
En sus terapias en la isla caribeña se fijó en los beneficios que le aportaba uno de los aparatos que los cubanos usan como parte de la terapia para personas con movilidad reducida. Se trata de una cama que posee un sistema hidráulico; en ella, el paciente se acuesta y es fijado al aparato con unas cintas que lo mantienen sujeto a la cama. Luego lo van subiendo poco a poco debido a que al estar en posición horizontal por mucho tiempo, hacerlo de otra manera, o sea, elevar al paciente muy rápidamente, le genera vértigo y la sensación de que se van a caer. Así que después de varios minutos, el paciente queda en posición vertical y es cuando la terapia se hace efectiva porque el torrente de sangre fluye libremente por el cuerpo evitando males posteriores.
Ya en Venezuela y sin posibilidades de volver a Cuba, además de los múltiples problemas que tenía que enfrentar para llegar a un CDI (en donde, por cierto, no tienen estos aparatos) José comenzó a pensar sobre cómo podría replicar aquella cama terapéutica. Claro está, con los recursos que podía conseguir en medio de su estrecha situación económica. Sabía que nunca iba a quedar igual porque no contaba con los recursos suficientes para hacerla con el sistema original de elevación hidráulica, pero se propuso entender la esencia del funcionamiento de aquella cama y hacerla funcionar en su casa.
“Leonardo, échame una mano”
Leonardo Querales es primo de José. El pana se dedica a la albañilería, pero sin dudas sabe seguir instrucciones. Es evidente que José necesitaba una mano ejecutora para su proyecto, ese que tenía perfectamente desarrollado en su mente, y afortunadamente la tuvo.
Le indicó a su primo lo que necesitarían para construir la cama: cabillas cuadradas, unos trozos de cabillas redondas, dos tornillos grandes, tubos de 2×1, una tabla de 1,80 mts x 70 cms, otra de 70 x 40 cms para apoyar los pies, y mucha soldadura.
“Yo hubiera podido hacerla con un sistema de engranajes, pero era muy caro”, dice José, pero en honor a la verdad, el sistema que ideó para la construcción de su cama terapéutica quedó totalmente funcional y no tiene desperdicio, además que sería muy fácil de replicar para aliviar la situación de muchos pacientes de la misma condición de José.
La cama es muy práctica; su mamá, Yoleida, nos mostró cómo se usa y el peso es bastante manejable. En la medida en que sube a su posición vertical, se van ajustando las dos manivelas, que en realidad son los dos tornillos grandes soldados con dos pedazos de cabilla redonda, hasta que la cama va quedando fija a la altura requerida hasta elevar al paciente, quien puede mantenerse sin problemas por el tiempo que necesite.
Humildad: tesoro del espíritu
Después de contactar vía telefónica a José Querales y haberle explicado la razón de ser de la página y revista LaInventadera, me sorprendió que solo habían pasado unos veinticinco minutos cuando mi teléfono sonó. Era José quien hizo el esfuerzo, con ayuda de su mamá, de ir hasta donde alquilan teléfonos para decirme que, después de pensarlo mejor, “me parece que esa cama no está a la altura de los desarrollos que ustedes publican, porque la hicimos con lo que pudimos y pueden perder su tiempo viniendo hasta aquí solo por eso…”. A lo que le respondí sin dudar: “Eso es lo que hace que debamos ir hasta allá, hermano; esa es la idea de esta revista”.
Nos encontramos con un luchador que no solo ha pensado en ese proyecto, sino que nos dice: “En mi cabeza tengo otros proyectos: me la paso todo el día pensando en hacer cosas”.
Solo imaginen la cantidad de personas que se encuentran en estas condiciones clínicas y que no tienen recursos para adquirir una cama terapéutica hidráulica; imaginen que José y su primo reciban el apoyo suficiente para poder producir la mayor cantidad posible de estas camas para este tipo de pacientes… Sería un aporte importante de un valor inmenso. Es como para dejar de pensarlo (ya José lo pensó por todos nosotros) y actuar.