Inicio Opinión y análisis Como la vida misma | ¿Otra conservación es posible? (2/2)

Como la vida misma | ¿Otra conservación es posible? (2/2)

por Éder Peña
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Éder Peña

Como veníamos diciendo, hay impulsores directos del deterioro de la vida en el mundo, pero no hay efecto sin causa, decía Newton, el de la manzanita que cayó del árbol. Ellos son el resultado de causas subyacentes (impulsores indirectos) respaldadas por valores y comportamientos sociales entre los que se incluyen los hábitos de producción y consumo, las dinámicas y tendencias de la población humana, el comercio, las innovaciones tecnológicas y los sistemas de gobernanza, desde los locales hasta los globales. Es decir, nuestra noción de progreso, norte de la civilización que nos inventaron.

Hay un debate que pasa por el cuestionamiento de la historia y propósito de las AP: el modelo es importado desde los Estados Unidos a finales del siglo 19, en pleno genocidio (de nuevo la palabrita) cometido contra los nativos americanos por parte de los blancos que se creyeron elegidos para ocupar aquellos territorios.

Cuenta Stephen Corry, de Survival International, que líderes de la conservación como John Muir (1864) creían que los indígenas, que habían habitado en Yosemite (Parque Nacional desde esa época) durante al menos 6 mil años, eran unos profanadores y tenían que irse.

Aunque Muir los consideraba «perezosos» porque sus técnicas de caza les permitían ganarse bien la vida sin muchos esfuerzos; Yosemite había sido un entorno moldeado por sus milenarios habitantes mediante la quema controlada del sotobosque que creaba sus vigorosos bosques con grandes árboles y una alta biodiversidad, la plantación de bellotas como alimento básico y la depredación sostenible de su caza, que aseguraba el equilibrio entre las especies.

Los nativos americanos fueron expulsados de casi todos los parques de Estados Unidos, pero unos pocos Ahwahneechee fueron tolerados dentro de Yosemite obligados a servir a los turistas y a representar «días indios» para los visitantes. Estos querían a los indios que veían en las películas, así que los Ahwahneechee tenían que vestirse y bailar como si fueran de las Grandes Llanuras.

Si no servían al parque, se iban, y todos ellos finalmente morían o se iban, con sus últimas viviendas quemadas en un simulacro de incendio en 1969.

Resultado: Más de mil millas de caminos y senderos para caminatas a menudo atestados; árboles talados para hacer miradores; depredadores animales mas humanos eliminados y, con ellos, el equilibrio ecológico; introducción de truchas para deleitar a los pescadores; construcción de un hotel de lujo; áreas de alimentación de osos para emocionar a los visitantes lo que condicionó a los animales a hurgar en busca de alimento humano.

Venezuela ha trascendido a este modelo, sin embargo queda preguntarse si en realidad las AP son áreas de no intervención o si podemos aislarlos de un sistema en deterioro constante. ¿Con qué intereses chocan estos espacios? ¿Puede haber desarrollo sostenible y mercantilización de la naturaleza a la vez? Complejas preguntas, como la vida misma.

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