Sobre maderas, su vida propia y espiritualidad; sobre el sonido y sus colores, sabores, texturas, formas, robustez. Y un poco de luthería
Texto y fotos: José Roberto Duque
____________________
Entrevistar a un luthier puede resultar en una conversa agradable, didáctica, serena y musical (sobre todo musical, razones obvias). Pero inmiscuirse en una conversación entre seis de los más reconocidos de Venezuela puede ser todo lo anterior, pero solo si uno se arma de herramientas y criterios para almacenar información y después clasificarla, organizarla. Favor dejar de lado prejuicios y esa tendencia a menospreciar todo lo que suene a esotérico; hay gente a la que la palabra “espiritualidad” le suena precisamente a eso. Y entonces, cuando comienzan a ocurrir cosas a la que no se les logra dar una explicación lógica, palpable o medible, entonces comienzan los tartamudeos.

Por cierto que es notable el apego a las matemáticas y a la ciencia de estos tecnólogos, que son artesanos pero también estudiosos de los secretos de cada ángulo e inclinación, de cada distancia exacta y de las propiedades de cada material. Cuando ese discurso y ese saber lleno del dato duro, medible con instrumentos, se entremezcla y se confunde con la apreciación de las claves que están más allá de los cinco sentidos, se produce el fenómeno poético. De eso está lleno el hablar y el explicar de estos señores, así que me van a perdonar pero no pienso esquivar ese registro.
Lo que sigue, entonces, es producto de varias conversaciones con los fabricantes de cuatros José Arcela (Cojedes), César Rivas (Caracas), Oswaldo Chirinos (Aragua), José Ramón Sánchez (Barinas), Alexander Paredes y Aníbal Simancas (Carabobo), en un encuentro en Valencia.
Matemáticas, buena vibra y materiales
En cualquier taller de luthería dotan a los talleristas de patrones con las medidas estandarizadas para producir cuatros; ahí están calcados al pelo los cortes, grosores, distancias entre el puente y el último traste; la casi imperceptible inclinación que debe tener el mástil con respecto a la caja para que el instrumento no colapse cuando se le aplica tensión a las cuerdas. Lo demás es la escogencia de las maderas adecuadas y de los materiales y sustancias para pegar, pulir y darle el acabado final.

Visto así, el oficio de la luthería pareciera un asunto de cortar y pegar conforme a medidas y proporciones que ya otros estudiaron y que no es necesario volver a estudiar. Pero pasan cosas; hay luthiers excelsos, cotizados y famosos, hay luthiers que fabrican instrumentos de aceptable calidad y hay luthiers mediocres. Entonces es preciso buscar mejor dónde están los datos, “secretos” o detalles que hacen la diferencia entre uno y otros.
Y sí, hay aspectos energéticos o de la buena o mala disposición a la hora de fabricar, y vamos a mencionarlos, salgamos de eso de una vez. César Rivas cuenta que en un taller organizado en el 23 de Enero había un tipo fortachón, cascarrabia, buscapleitos. Por alguna razón nadie se atrevía a sacarlo del taller, así que hubo que calarse su prepotencia. El hombre hizo dos cuatros con el mismo patrón, las mismas medidas, los mismos materiales que los demás. Y ninguno “le sonó”; su sonido era opaco, sin brillo ni resonancia. José Arcela acotó el comentario: “Cuando haces las cosas con mala intención eso se le transmite a la madera”. Pareció un comentario marginal. Hasta que el joven fabricante de El Baúl profundizó en la explicación.
“Hay que respetar la madera, como a los elementos, porque son seres vivos. Al menos hay que tener en cuenta que esos objetos estuvieron vivos en algún momento; ahora los usamos como materia prima, pero han sido seres vivos. Cada pedacito que le tomas a la madera tiene espíritu propio”. De ahí en adelante hubo que dejarlo desarrollar el tema: ni más ni menos, la fenomenología espiritual de la fabricación de cuatros:
“Las maderas hablan, las maderas se expresan, antes de convertirlas en instrumentos. Le das un pequeño golpe y ella expresa lo que tiene; lo que haces es estimularla y ella empieza a hacer el trabajo”.

Los músicos y conocedores de la verdad del sonido de los buenos cuatros transportan al lenguaje la experiencia multisensorial que significa detectar cuándo el cuatro suena bien, o cuándo le sobra o le falta algo: “Los que saben se fijan en el color del sonido, si tiene textura, si tiene profundidad. Incluso tiene sabor: hay quien identifica un sonido dulce. El sonido del cuatro tiene un brillo, una oscuridad, una redondez”.
“Yo fabriqué un cuatro (continúa Arcela) que pasé años sin poder venderlo porque me parecía que tenía un sonido muy claro, y a todo el que lo escuchaba le parecía lo mismo. Hasta que llegó un comprador, lo oyó sonar y dijo: este es el mío, este es el que ando buscando. Antes de llevarse ese probó otros y me decía ‘este suena corpulento, este otro tiene mucha profundidad’. Así que el de sonido claro fue el que le gustó. Bastó que ese hombre me lo comprar para que empezara un gentío a querer que le fabricara uno como ese”.
Los luthiers tienen unos códigos para identificar al que conoce de instrumentos y al que solo va a un taller de luthería a aparentar que sabe: “Una cosa es belleza y otra cosa es sonido. Me han llegado algunos que piden un cuatro y antes de escucharlo empiezan a darle vueltas, a mirarlo, a opinar sobre el aspecto: de esos ya empiezo a sospechar. Porque si yo voy a grabar o a dar conciertos lo que necesito es sonido y afinación, lo de la belleza es secundario. Hay cuatros bien trabajados en su acabado final y hay cuatros que ni siquiera los han pintado, pero suenan extraordinariamente bien”.

Maderas que cantan, maderas que echan vainas
César Rivas se lo explicó de esta manera a un amigo que fue a preguntarle sobre ese asunto del brillo y la profundidad. “Como ese amigo sabía de cornetas y de equipos de sonido, se lo expliqué así: hay que equilibrar los bajos, los twisters y los medios. Que no sea tan profundo ni tan chillón. Tiene que estar ecualizado. La saturación no es buena”.
Hay consenso entre los fabricantes en que el secreto para lograr ese equilibrio comienza con la escogencia de la madera. Dato o clave: las maderas de leguminosas son inmejorables para la tapa y el puente. Leguminosas son todas aquellas plantas que echan vainas (y dentro de las vainas las semillas). “Hasta el dividive lo he puesto de puente y tiene un sonido impresionante. He usado la madera de quinchoncho, que tiene una buena expresión sonora; también el samán, la caoba, el cedro. Son un tiro al piso. El experimento mío es con la tapa y el puente. El 80 por ciento de la responsabilidad del sonido está en la tapa y el puente. La misión del puente es la transmisión del sonido. El otro 20 en la caja, una regla bien afinada. Pero el sonido, el timbre, lo da una tapa que sea armónica”.

Rivas muestra con orgullo un cuatro hecho con la madera de los bancos desechados de una iglesia caraqueña, “y la tapa es de un escaparate”. Y Luis Enrique Acosta tiene la honestidad de contar que sus cuatros no tienen buen sonido, porque los hizo prácticamente de manera autodidacta, sin ninguna información especializada; una vez agarró las maderas de unos guacales que iban a botar, en Argentina, y le fabricó un instrumento bellamente tallado a su esposa, para que practicara.
Salto de un dato a otro, y a otro y a otros: “La cejilla de hueso es resistente, pero si el hueso tiene alguna fractura o fisura, se come la cuerda, la cuerda se va”.
“El centro de camoruco es muy suave. Me gusta trabajar con la teca y la melina”.
“Hice una prueba con caujaro. Hice una tapa de caujaro, y sonaba espectacular”.
“Una vez un amigo no lograba identificar de dónde venía una vibración en un cuatro. Tuvo que desarmarlo, pero antes lo metió en un tobo de agua, “Este cuatro me tiene arrecho”, decía. Todo el mundo le reprochó esa locura, pero cuando lo volvió a armar sonaba muy bien”.
“A mí se me mojó un arpa en una inundación. Le metimos una sábana y le prendimos un bombillo adentro, y cuando se secó sonaba bien fino, como antes”.
“Para desarmar un cuatro hay que calentarlo; le aplicas calor y se despega más fácil”.
“Una vez me llevaron a reparar un cuatro fabricado por Pablo Canela. Fue un honor inmenso. Hice el trabajo, le resucité los sonidos, y le dejé la etiqueta original de fabricación; era un Pablo Canela original, le puse mi nombre por fuera para firmar el trabajo de reparación pero la etiqueta del original quedó”.
Por ese rumbo se despliegan el anecdotario y el compartir de claves y secretos; tal vez sea hora de ir a buscarlos uno por uno, porque cada uno de esos puntos da para un capítulo de la gran obra de la luthería y la música venezolana.