Éder Peña
Dicen que alguien vio los palafitos en aguas del lago de Maracaibo y le recordaron a Venecia, otras versiones asocian el nombre de nuestro país a un vocablo indígena, lo cierto es que vivimos en una casa sobre las aguas llamada Venezuela.
Las aguas del llamado “río padre” Orinoco acumulan el 95% del caudal promedio venezolano que no sobrepasa los 35 mil metros cúbicos por segundo, así como tenemos alta diversidad de especies animales, vegetales y ecosistemas nuestro país es diverso en tipos de agua dulce. Tan solo en la coloración de los ríos hay variedad y esto no es descubrir el agua tibia, mucho menos un dato aguado.

El color depende tanto de los nutrientes y sedimentos que contienen, como de la región donde nacen, están los ríos de aguas “blancas” como algunos tributarios del Orinoco que nacen en la cordillera de los Andes y se caracterizan por un color marrón amarillento, son ricos en nutrientes porque arrastran gran cantidad de sedimentos inorgánicos y arcilla.
Los de aguas “negras” nacen en los bosques amazónicos y guayaneses, la cantidad de sedimentos que arrastran en su recorrido hace ver el agua de un color oscuro. Sin embargo, al colocarlos en un envase de vidrio se ve transparente. Poseen una baja cantidad de nutrientes debido a que el sustrato de donde proceden sus sedimentos es pobre y el medio es ácido.
Un río de aguas claras posee las más transparentes y de los cuatro tipos mencionados, son las que contienen menores nutrientes mientras que los de aguas mixtas son la mezcla de las aguas entre los ríos andinos y amazónicos, su color tiende a ser entre marrón y amarillo, como ocurre con el Orinoco una vez que se le une el Meta en el estado Amazonas.

Además, poseemos el cuerpo de agua dulce más grande de Suramérica, el lago de Maracaibo, tiene entre 20 y 36 millones de años existiendo, lo que lo hace el segundo más antiguo de la Tierra, único lago relacionado con el mar. Maltratado por el afán petrolero pero testigo de muchas gestas e historias que dan vitaminas a nuestra identidad nacional.
En Venezuela los acuíferos, depósitos subterráneos de agua, representan una superficie total aproximada de 829 mil Km², 90% del territorio, se han inventariado hasta 50 mil pozos a nivel nacional con fines domésticos, agrícolas e industriales y se estima que para los mismos fines se hayan construido más de 100 mil.
Las formaciones acuíferas más relevantes están en la Costa Occidental del Lago de Maracaibo, la Mesa de Guanipa y la parte Occidental del río Apure, se recargan a partir de la infiltración directa y de las recargas de los cauces de agua superficiales, además de las recargas subterráneas provenientes de las filtraciones de la Cordillera. Cuando se contaminan las superficiales estamos contaminando las reservas y, con ellas, el futuro.

Para proteger a los ríos, Venezuela cuenta con 43 parques nacionales y 36 monumentos naturales, principalmente en las cabeceras y cuencas altas (Sierras de Perijá y San Luís, cordilleras de los Andes y de la Costa, Macizo Guayanés).
De esas aguas dependemos los pueblos y nuestras maneras de relacionarnos, con ellas se llenan los embalses y se riegan los campos donde son cultivados y criados nuestros alimentos. El intento de asalto por parte del norte globalizador a nuestros bienes comunes llevó la cobertura del suministro de agua potable a la población desde el 90% al 20%, según encuestas.
Repensar nuestra relación con el agua va más allá de cerrar el grifo. Toca explorar otros modos de sembrar, comer, trabajar, leer nuestra historia y hasta mirar hacia el horizonte. Dice Alberto Arvelo Torrealba en “Florentino y el Diablo”:
Adentro suena el capacho,
afuera bate la lluvia;
vena en corazón de cedro
el bordón mana ternura;
no lejos asoma el río
pecho de sabana sucia;
más allá coros errantes,
ventarrón de negra furia”
Suena a cliché, pero el futuro de esta matria tierra está en sus aguas, como la vida misma.