“Semilleros Científicos” se llama la máxima apuesta por la ciencia y los científicos del futuro en Venezuela. Buen momento para hacer recuentos
José Roberto Duque / Foto: Candi Moncada
Allí estaba José Zambrano, docente y miembro – participante de la Red Nacional de Innovadores, disertando frente a un grupo de jóvenes de 16 a 18 años del Liceo Bicentenario de Caracas (también a algunos ligeramente mayores que asistimos a curiosear) sobre asuntos varios, relacionados con robótica, microscopía, impresoras 3-D, drones, y un cuento formidable de un detector de metales, sobre el que hablaremos más abajo. Los muchachos prestaban atención; de vez en cuando el expositor invitaba a los y las liceístas a hacer preguntas, y estimulaba a hacerlo con un premio simbólico, un caramelo o golosina. No hacía falta el estímulo; siempre saltaban preguntas, observaciones, exclamaciones. Pero al parecer la repartidera de caramelos era parte importante del ritual, así que la cosa se tornó amena, obsequiosa y relajada, como deberían ser todas las clases de Ciencias, y de cualquier otra materia o área del conocimiento.
Zambrano evocó de pronto una anécdota formidable. En la época o temporada de Carnaval del año pasado, momento duro de la pandemia, les hacía a unos niños mucho menores que este grupo, en el Museo de Ciencias, una exposición sobre más o menos lo mismo. Les decía que su generación (la del profe) estaba de paso; “nos quedan pocos años en estos quehaceres de la investigación y la ciencia, y necesitamos la generación de relevo, es decir, a ustedes”, contaba Zambrano, tratando de reproducir exactamente las mismas palabras que les dijo a los niños entonces. “Lo mejor que me puede pasar es que dentro de unos 20 años yo regrese al museo, y vea que alguno de ustedes está aquí haciendo lo mismo que yo: hablándole de la ciencia a los niños; ustedes, profesionales y profesores haciendo lo mismo que yo”.
Les dijo que seguramente cuando eso pasara él iba a tener que ayudarse con un bastón para caminar, viejo y deteriorado ya, con dificultad para caminar. Un niño de unos siete años lo interrumpió para decirle: “No, usted no va a necesitar ese bastón, porque ya nosotros vamos a tener hechos unos exoesqueletos para que los viejitos los usen”.

Estimulación temprana
Aunque no fue de las más grandes de la que es capaz de organizar la principal entidad venezolana rectora de las políticas y planes en ciencia y tecnología (el MinCyT), la exposición “Conocimiento es Soberanía”, realizada en la esquina del Chorro, en el centro de Caracas, estaba lleno de sorpresas y novedades, algunas de las cuales tienen rato en desarrollo. Pero sorprenden porque las desconocemos: he ahí la magia y la cuestión por resolver: ¿cómo, cuantas veces al día y con qué claves e intensidad hay que informar sobre ciertas cosas importantes para que todo el mundo o la mayoría las conozca?
Zambrano, quien apoya desde su trinchera en la Red de Innovadores las actividades de un Plan Nacional que tiene el mejor nombre posible para su misión (Semilleros Científicos), cree que la edad más propicia para enamorar a un niño de la ciencia es desde que tiene uso de razón. “Soy profesor universitario, mi esposa también es docente, y sabemos que ese estímulo debe ser temprano. La primera tarea es despertarles la curiosidad, y luego encaminarla para que se interesen de verdad. Cuando esto no se hace adecuadamente o no es bien canalizado, ocurren situaciones como que el niño empieza a asociar la imagen del investigador con una persona vieja, de aspecto triste y cansado, metida en laboratorios aburridos, y eso debe evitarse. Por eso la importancia de programas como Semilleros Científicos”.

Justo López, quien es Director General de de articulación del MinCyT y uno de los coordinadores principales del programa Semilleros Científicos, aporta detalles más minuciosos: “Semilleros” va para cuatro años, justo el tiempo que tiene la actual gestión, con Gabriela Jiménez al frente. “Tenemos una buena cantidad de jóvenes, adultos y niños de todo el país, agrupados y organizados por áreas; el mayor potencial está en robótica, electrónica, informática, programación, aeronáutica, industria, procesos químicos, mecánica. En esas áreas se están formando las y los jóvenes para solucionar problemas en sus ámbitos de acción: liceos, universidades o comunidades”. El programa motiva a las personas más jóvenes, les aporta información y conocimiento, los incentiva para que sigan la senda de la ciencia y la tecnología, les hace acompañamiento y seguimiento. Aparte de este tipo de exposiciones Semilleros tiene programas como las Rutas Científicas, las Olimpiadas, Retos de Ciencia, Festivales.
Él personalmente fue “captado” cuando estudiaba robótica en la Universidad Francisco de Miranda en Falcón. Ha notado que los chamos y chamas de los liceos vuelcan su interés mayoritariamente en las áreas de electrónica, computación, informática, todo lo que tiene que ver con Inteligencia Artificial; los niños se “enganchan” más con la fabricación de prototipos con impresoras 3D, drones, microscopía.

Pero Jonathan Vera, quien es biólogo marino y también asesor del Programa Semilleros, defiende la popularidad o interés que genera su especialidad, y asegura, como fue fácil verificar, que no solo los estudiantes se interesan en la misma: gente de todas las edades se acercó a enterarse de lo que este joven tenía que decirles sobre moluscos, crustáceos, acuicultura, pesquería, taxonomía.
Ahí tenía expuestos varios especímenes en unos frascos; lo mínimo que le preguntaban era cuáles de esos bichos se comen y cuáles no. “Quisiera encontrarme a alguno de estos jóvenes dentro de unos años, cuando sean adultos, y que me diga: ‘Yo soy biólogo marino o matemático gracias a una exposición a la que asistí’”.
No tuve corazón para decirle a Jonathan que ya José Zambrano había visto cumplido ese anhelo.

“Como me ocurrió a mí”, continuó Vera: “yo cuando muchacho veía ‘En el fondo del mar’, en VTV”. Dice que la fascinación por ese programa lo animó a tal punto que, cuando se graduó de bachiller a los 16 años, ya sabía cuál era la carrera que iba a estudiar; ahora tiene 39 años. En su presencia hicimos un experimento: llamamos al azar a un muchacho liceísta del Bicentenario y le hicimos una encuesta o test relámpago:
–¿Qué vas a estudiar cuando salgas del liceo?
–Quiero ser ingeniero en computación. Si no me sale, seré ingeniero en comunicaciones.
–¿Vas a tomar en serio eso? ¿No te vas a poner a malandrear?
–¡No, por favor!
–¿Ya pasaste por el stand de robótica, Realidad Virtual e impresoras 3D?
–Ya voy para esa.
Le pregunté a Jonathan si esa emoción o curiosidad inicial se borra fácil o si puede persistir en el tiempo.
–Yo he dado clases en liceos y conozco a algunos que ya son grandes, hoy en día me echan broma, me recuerdan lo minucioso que yo era con las explicaciones, en las clases: “Hasta cuándo este profesor con los cangrejitos, que si los camaroncitos”, no se les olvida, porque supe que esas historias se las cuentan a sus hijos.
–¿Cómo se mide el interés de esta generación de jóvenes por la ciencia?
–Sería bueno investigar o preguntar en el Consejo Nacional de Universidades (CNU) cómo ha crecido o cambiado la demanda hacia ciertas carreras. No es el único indicador que se debe tomar en cuenta, pero sería bueno averiguar y evaluar eso.

El cuento del detector de metales y un tuit nefasto
Este cuento dentro del cuento amerita una explicación.
El profesor Frank Villahermosa tiene años fabricando y empleando detectores de metales en una labor más o menos monótona o previsible: trabajó en la industria petrolera indicando por dónde pasan las tuberías enterradas. Un día del año 2021 estaba enterándose por Venezolana de Televisión, en la voz del ministro de Cultura, Ernesto Villegas, de que estaban planificando una investigación arqueológica en el Campo de Carabobo, a ver qué encontraban en esa sabana 200 años después de la gran batalla. Villahermosa se puso en contacto con el ministro y le ofreció sus servicios y la herramienta del detector, para ayudar en esa tarea. Villegas se interesó y lo puso en contacto con la gente del Instituto del Patrimonio Cultural.
Puesto para la tarea, se le puso complicada; como era un momento rudo de la pandemia y no había dónde conseguir materiales e insumos, echó mano del reciclaje y la reutilización. “Canibalizó” unos artefactos a medio hacer, aprovechó el estaño y unos componentes electrónicos que las tiendas del ramo no estaban vendiendo (porque estaban cerradas), peló por unos palos de escoba y con esos insumos fabricó cuatro detectores.

Les hizo algunas modificaciones para poder sumergirlos un metro en el agua; había que meterlos en la quebrada Carabobo, por donde cruzó el Negro Primero minutos antes de ser herido de muerte, y los detectores convencionales para buscar tuberías no servían para eso. Villahermosa no solo vivió la emoción de encontrar varias piezas de la época (herraduras y otros implementos o fragmentos de objetos, muy probablemente dejados allí durante la batalla) sino que terminó aportando la mayor parte del material fotográfico y videográfico que luego se empleó en un documental sobre esos trabajos. Porque el hombre además es fotógrafo.
Este cuento, y otros en los que está involucrado el profesor Villahermosa, lo desarrollaremos en artículo aparte. Pero hay un episodio con el que queremos cerrar esta reseña.
Cuando el profesor le echaba el cuento al grupo de liceístas, uno de ellos tomó en sus manos uno de los prototipos del detector de metales, y lo agarró tal como se agarran las armas largas, de esas de disparar y destruir. Pero esa era, o es, un arma para la vida y la construcción de conciencia. Además, el círculo que sirve precisamente para emitir las ondas o señales para detectar objetos de metal guarda un interesante parecido con el símbolo de la paz.

No pude evitar “producir” o invitar a los muchachos a “actuar” algunas de las fotografías que acompañan esta nota (cosa que no le gustó para nada a Candi, la fotógrafa, con toda razón). No pude evitar tampoco publicar un tuit que intentaba recoger en un solo sarcasmo, muy mal logrado al final, el juego con estos elementos: muchachos armados provocando muertes en Estados Unidos, muchachos armados de ciencia dándonos esperanzas en Venezuela.
No todo sale bien, y no todo sale mal. Van mis sinceras disculpas.