Sobreviviente de cáncer, Juan Luis Concepción pone la ciencia al servicio de los pobres y los indefensos. “El mayor logro no ha sido desarrollar un sistema de diagnóstico; es vencer la barrera psicológica que nos lleva a creer que no podemos hacer nada”
Nelson Chávez Herrera / Fotos: Wilfredo Machado
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El currículo del Doctor en Biología Celular Juan Luis Concepción, Postdoctorado en zimodemos de cepasa (aislados) de Trypanozoma cruzi (el parásito del mal de chagas), no es fácil de leer en una sola sentada. Decenas de páginas de referencia a títulos académicos, distinciones, congresos, experiencia docente y profesional, arbitrajes, publicaciones, dan cuenta de su dimensión como investigador y científico. Merecedor de varios premios nacionales e internacionales, entre otros el Premio Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (FONACIT 2016); el Premio a la Distinción, Destacada Trayectoria Académica (Facultad de Ciencias de la Universidad de Los Andes 2007), el Premio Internacional Sigman Breneer al mejor trabajo en Bioquímica (2004). Sin embargo, según su propio sentir, su más grande logro es haber desarrollado los kits para el diagnóstico del mal de chagas y la leishmaniasis, poder ayudar a la gente más humilde.
Hace casi cinco años Juan Luis estuvo en el límite, al borde de la muerte. Todavía le cuesta hablar y gran parte de esta entrevista se hizo con la ayuda de su esposa, la doctora Ana Cáceres.
Justo hoy, Concepción y su equipo hacen acto de entrega de un lote de estos kits al Ministerio de Ciencia y Tecnología. Buena ocasión para reseñar la noticia y homenajear a un científico comprometido con la vida.
La ruta hasta el destino
Juan Luis Concepción nació el 15 de julio de 1958 en un sector de la Isla de Palma, Canarias, con nombre de poema: Montes de Luna. Toda su genealogía, materna y paterna, asiente orgulloso con los ojos iluminados, era gente campesina. Agricultora, como su padre, Wenceslao Concepción, quien abandonó las labores del campo para huir del dictador fascista Francisco Franco. Acusado de comunista, su papá se vino a Venezuela. Años después Juan Luis junto a su mamá, Juana Curbelo, cruzaron el mar para reunirse con él.
En Bailadores (Mérida), casualmente, en una institución educativa cuyo nombre rinde homenaje a un médico, en el Liceo Gerónimo Maldonado, culminó su bachillerato. Tiempo después ingresó en la Universidad de Los Andes a estudiar Biología. Elección cuyo derrotero le llevaría por el camino de los descubrimientos, hacia su destino, fértil de satisfacciones.
Su padre lo motivó a conocer enteramente el país donde crecía. Él viajaba mucho para el Llano porque tenía una finca en Pimpinela, entre Guárico y Portuguesa. Juan lo visitaba, iban juntos de viaje. Fue en esos parajes inmensos donde descubrió a un portador de la enfermedad de chagas: el chipo. “La gente hablaba de una enfermedad que mataba”, y él se dio cuenta de que afectaba a las personas más humildes, a la gente más pobre, campesina, a su propia gente. Entonces empezó a pensar en cómo hacer desde la biología, para luchar contra esa enfermedad.
Desde niño fue muy curioso. “Por las cosas que no se ven, no se huelen, no se tocan”. El mundo microscópico desde siempre le llamó la atención, también ayudar a las personas de menos recursos. Juan Luis piensa que “la ciencia es la mejor herramienta que tiene un país, para ayudar a las personas, para ser soberano, independiente, desarrollado”.
Una enfermedad silenciosa
Como pioneros en los estudios sobre el mal de chagas en nuestro país, podemos rendir honores, entre muchos otros, a los doctores José Francisco Torrealba y Félix Pifano, quienes estudiaron esta enfermedad entre 1930 y 1970. El mal de chagas es una enfermedad silenciosa, imperceptible muchas veces, asintomática, causada por la picadura de un insecto conocido como chipo, transmisor del parásito Trypanozoma cruzi. El chipo pica, el paciente puede presentar los síntomas comunes de una infección aguda: fiebre, dolor de cabeza, irritación en la zona de la picada, decaimiento, sintomatología gastrointestinal, puede confundirse con una gripe y como ocurre con varias infecciones, los síntomas pueden desaparecer a los ocho días.
Entonces viene un período llamado “ventana” (sin sintomatología); tiempo después, si el sistema inmunológico no fue capaz de eliminar el parásito, la persona puede empezar a presentar problemas cardiacos, porque el parásito tiende a alojarse en los tejidos cardiacos donde forma nidos de reproducción. El mal de chagas genera insuficiencia cardiaca, recrecimiento del corazón, megavísceras, aneurismas. Puede hacer que alguien joven, aparentemente sano, caiga fulminado de un infarto en cualquier momento.
El mal de chagas y la pobreza
Esta dolencia fue asociada históricamente a la pobreza porque se supone que el chipo vive y se multiplica en los campos, en las casas de bahareque. Pero un estudio epidemiológico encargado por el presidente Hugo Chávez en 2008, financiado a través del Ministerio del Poder Popular para la Salud, realizado casa por casa para determinar la incidencia del mal en zonas endémicas y no endémicas y determinar la dinámica de transmisión del parásito, llevó al doctor Juan Luis Concepción a descubrir que el principal factor de infección, además de la escasa información respecto a las medidas preventivas, es la falta de higiene. La basura acumulada alrededor de los hogares es un refugio excelente para chipos, las ratas y los perros que fungen como reservorios del parásito, ergo, también en las ciudades las personas pueden estar expuestas a la enfermedad.
“Luego de este estudio nos dimos cuenta de que, si no teníamos un dispositivo para el diagnóstico de la enfermedad, íbamos a depender siempre de comprarlo. Traerlo de afuera o comprar el dispositivo encarece el estudio. Entendimos la necesidad de producirlo, porque siendo un país endémico de la enfermedad, todos los bancos de sangre deberían disponer de pruebas de diagnóstico para saber si la sangre de los donantes está infectada y no infectar a otros pacientes con chagas en el caso de una transfusión de sangre”.
En el año 2005-2006, en el laboratorio de enzimología de parásitos, el doctor Juan Luis Concepción había optimizado los primeros componentes y pensaba que, con escoger unos buenos antígenos, tenía un kit de diagnóstico para el mal de chagas diseñado, desarrollado. El antígeno es la proteína del parásito que se utiliza para ver si la persona está generando anticuerpos contra el mismo. La proteína se fija, se toma la muestra de sangre y si en ésta se genera una coloración especial producida por los anticuerpos, la persona está infectada.
“Cuando se hace bioquímica con un organismo que es patógeno, lo que se está buscando es una diana, un blanco. Algo que tenga el patógeno pero que uno no tenga, porque quieres matar al patógeno que está dentro de tu cuerpo y por supuesto, uno quiere una bala mágica que le pegue al parásito y no te pegue a ti. En la biología molecular cambia la estrategia, pero siempre buscas un blanco. Una proteína que no tengan sus parientes. Las bases de datos te permiten identificar que tiene un parásito que no tiene otro. La mayoría de los sistemas de diagnóstico de chagas utilizaba el extracto completo del parásito, que es como agarrar el parásito y licuarlo, pero qué pasa, que así no solo vas a detectar chagas, sino también leishmania u otros miembros de la familia Trypanosoma”.
La innovación y el avance científico ocurrió cuando, conjuntamente con su equipo, consiguieron aislar la proteína del Trypanosoma cruzi y reproducirla cultivándola en bacterias, con un método denominado sistema de ADN recombinante: “Al ADN de la bacteria se le incorpora un pedazo de ADN o de secuencia de la proteína del Trypanosoma cruzi, luego colocas la bacteria en un ambiente que ésta reconoce como si fuese propio. Funciona igualito a un interruptor; metes el ADN del parásito en la bacteria y controlas cuándo esta se prende o apaga, produce o no produce, como una fábrica”.
La ventaja de este método es su eficacia, porque no se necesita disponer de millones de parásitos para sacarles la proteína. En las bacterias se multiplica la proteína del Trypanosoma cruzi, luego se rompe la bacteria, se separa de esta la proteína y se purifica.
Con este método de la ingeniería genética, el doctor Juan Luis Concepción, la doctora Ana Cáceres y el equipo de DIAGEN lograron crear, además de los dispositivos de diagnóstico para el mal de chagas, los de la leishmaniasis y del COVID 19, y ahora luchan incansables para conseguir el de la toxoplasmosis, sin trabajar directamente con el patógeno, ni con el parásito, ni con el virus. Otra ventaja es que “ya no va a haber el temor de que cuando haces el diagnóstico de chagas en un país endémico, te dé un falso positivo o de reacción cruzada, porque la proteína del chagas no la tiene el leishmania. La tecnología o biotecnología del ADN recombinado reduce la falibilidad del diagnóstico y los costos, que es el centro de la biotecnología. Cuando uno habla de escalar un sistema, de producir 100 o 1000 kits, no se puede trabajar con el parásito”.
El mayor logro, sin embargo, comenta el doctor Juan Luis, “no es desarrollar un sistema de diagnóstico; es vencer la barrera psicológica que nos lleva a pensar que no podemos hacer nada. Cuando comparas este kit con cualquier sistema de diagnóstico; alemán, estadounidense o chino, no hay diferencia en el resultado, y es hasta mejor”. El punto es la capacidad de escalamiento. Actualmente DIAGEN tiene capacidad de producir 30.000 kits al año, pero podrían hacer doscientos mil si pueden sumar a su equipo de trabajo dos robots dispensadores, un brazo robótico, dosificadores automáticos, automatizar más la producción, pues muchas de las tareas se realizan manualmente.
Biología molecular y soberanía
Las palabras del doctor Concepción nos llevan a tomarnos el tema de la biotecnología muy en serio: “Lo que significa un kit de diagnóstico para el país no tiene precio. La biología molecular es el poder más grande con el que cuenta un país, porque es el manejo de la vida. Permite modificar a los seres vivos. Puedes hacer desde una bomba bacteriológica hasta una vacuna. Modificar los genes de las personas para tratar enfermedades. Hacer diagnósticos de cualquier cosa. Fertilización in vitro, mejora de los animales, mejora de las plantas. No hay poder económico más grande que la biotecnología”.
Esta reciente forma de especialización de la ciencia ha permitido producir vacunas para enfermedades como el COVID 19, en un año, cuando antes se necesitaban quince para desarrollarla.
La inquietud por la invención
Ante la pregunta de por qué unas personas inventan y otras simplemente copian o consumen, Juan Luis nos deja una respuesta maravillosa. “Eso se tiene desde pequeño, es una curiosidad. Cuando uno ve necesidades, y tienes una alta curiosidad por la vida, no por la vida cotidiana, sino por los fenómenos, por cómo funciona la vida, y piensas, qué es lo que distingue a una célula que está viva, de una que está muerta. Tú ves una planta y es un ser vivo, y te preguntas cuáles son los limites tan finitos entre que la planta esté viva o esté muerta. Lo mismo nosotros. Yo tenía una discusión intelectual entre la creación, entre ver las plantas, las personas, los animales, me preguntaba dónde estaba la mano de dios. Hoy estoy convencido que Dios son las partículas subatómicas, porque todo el universo está hecho de esto”.
Sus expectativas, nos dice: “son tener algo más de vida, seguir formando gente que piense, que ame al país, que crean que somos capaces de hacer cosas”. En parte, por haber tenido un cáncer, ahora quiere desarrollar sistemas de diagnóstico para el cáncer y también para enfermedades neonatales. Nuestro deseo es que las partículas sub atómicas guíen su mente y sus manos, que pueda continuar haciendo lo que más le gusta, asombrarse como un niño ante el mundo microscópico, seguir disponiendo su saber científico en favor de las personas más necesitadas.
1 comentario
Me parece extremadamente interesante el tema y sus derivados, hay que informar, difundirlo y comentarlo con el pueblo llano.