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Ana Cáceres: de “animalera” a doctora en biología celular

por Jose Roberto Duque
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“La sociedad genera un ruido para las mujeres: el no tener tiempo para ti”

Penélope Toro León

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Con el mismo apellido de aquella valiente de nuestra Independencia, Ana Cáceres es también una heroína en el campo de la ingeniería genética. Doctora en biología celular, determinó con exactitud la función de enzimas que participan en el metabolismo de la glucosa de los parásitos Trypanosoma cruzi (causante del mal de chagas) y Leishmania mexicana (responsable de la leishmaniasis cutánea). En su estudio, estas enzimas fueron expresadas como proteínas recombinantes y caracterizadas desde el punto de vista bioquímico, molecular, validándolas como posibles blancos quimioterapéuticos. Dicho aporte posibilita el desarrollo de nuevas drogas para el tratamiento de estas terribles enfermedades. 

Además de investigadora también lidera, junto a su esposo el doctor Juan Luis Concepción, la empresa Diagen, responsable de importantes avances en materia de diagnóstico de enfermedades, para el bien común. 

Animalera, de laguna en laguna

Ana Judith Cáceres Niconelli nace en San Cristóbal, crece en Rubio (Táchira), cursa su bachillerato en Barinitas (Barinas). Vive su infancia entre cafetales y lagunas. Es la menor de las hembras de una familia cuya madre, María Eunice Niconelli Guerere, es maestra, y su padre, Marco Antonio Cáceres, fue pastor evangélico. Al salir del liceo se va a estudiar biología a Mérida con “el apoyo incondicional de su familia”. 

“Yo era muy animalera…” asevera Ana Judith, ante nuestra indagación por sus inclinaciones hacia la biología. “Deseaba estudiar algo relacionado con los animales. Al leer la descripción de la carrera en aquél libro gordote que sacaba el CNU dije, nada, ¡esto es!”. Sin esfuerzo, ingresó por esta vía y no tuvo problemas para instalarse tan jovencita en una ciudad extraña, quedó al cuido de su tía materna, quien la acogió calurosamente, en la ciudad que aún hoy la cobija, donde no sólo hace vida profesional sino familiar, como madre de una niña de 11 años con Juan Luis. 

Foto: Wilfredo Machado

Desde muy pequeña le encantaban las mascotas. Se paseaba por las lagunas y estanques de los predios donde creció, para pescar pececitos y llevarlos a su propia pecera, la que, orgullosa, elaboró ella misma con su madre. Un día llevó a casa unos rabipelados bebés que encontró en los cafetales, los crió y luego los dejó en libertad. De allí le viene el impulso hacia el cuidado de la vida, a esta innovadora. 

Tal como si se tratara de “diseñar, cortar y coser, cosa que es muy afín a la mujer”, arguye, se especializa en biología molecular y se vale de estos dones femeninos en la ingeniería genética. “Esto es como que yo tengo en mi cabeza un diseño y puedo crear, incluso llegamos a modificar… como tú te lo imagines, así lo puedes llegar a hacer. Modificar un organismo vivo, es… no sé… es una sensación…”. Brillan los ojos moros de esta mujer galardonada con no pocas distinciones, en el intento de explicarnos esa sensación indescriptible que experimenta al fluir de sus talentos. Algunos de sus premios son: Premio de Promoción al Investigador (PPI-2003); Premio de Promoción y Estímulo al Investigador (PEI) del Consejo de Desarrollo Humanístico y Tecnológico (CDHT-ULA -2011), Premio Programa de Estímulo a la Investigación (PEII-A) del Ministerio del Poder Popular para la Ciencia y Tecnología (2011). 

“Ciencias duras”

Por “animalera”, nos surge la pregunta: ¿por qué no veterinaria y sí biología? En aquella descripción del facsímil del CNU (Consejo Nacional de Universidades) aparece una palabra mágica: vida. Ana no se siente atraída por otra cosa sino por el estudio de la vida misma. Ya con la licenciatura en biología, realiza su primer postgrado en Ciencias Médicas Fundamentales, en la misma universidad, y así da un giro a su carrera profesional; en adelante, todas sus investigaciones serán aplicables a la medicina. Ingresa como profesora de la ULA en 2002, momento para el cual ya tiene como proyecto de investigación, trabajar con las enzimas que intervienen en la supervivencia de ciertos parásitos. Ana se está decantando cada vez más hacia el estudio de lo más minucioso de la ocurrencia de la vida.

Foto: Nelson Chávez

¿Por qué el laboratorio y no el trabajo de campo? “Una coincidencia, ese zeitgeist (espíritu científico de una época) me empuja a ir adentrándome en el universo de la genética. ¿Y cómo no? Fíjate que en 2003 – 2004 surge el proyecto Genoma humano, es el boom y yo ya estaba haciendo el doctorado, en Biología Celular”. 

Continúa fiel a la “ilustrísima” (apelativo cariñoso que se le da a la ULA), sigue con su línea de investigación, su meta es encontrar un blanco ideal y con ese hallazgo, hacer posible el diseño de drogas para enfermedades tropicales. Pero había que conocer cómo funciona el parásito, caracterizarlo. Da por fin en ese blanco, una vía que tenemos todos los seres vivos: la glicólisis. “Todos los seres vivos consumimos azúcar, es la fuente de energía y de carbono, es decir, el combustible indispensable para el crecimiento de las células”. Se dedica a estudiar cómo funciona esta vía metabólica en el parásito Trypanosoma cruzi. 

En 2005-2006, en el Doctorado en Biología Celular, continuando con su línea de investigación se va a Bélgica a la Unidad de Enfermedades Tropicales, de la Universidad de Lovaine. Este importante laboratorio había adelantado estudios con el metabolismo del parásito que produce la llamada enfermedad del sueño en África, el Trypanosoma brucei, familia del cruzi. A través de su tutor, Michel Doubourdieu, quien tenía enlaces con el laboratorio belga y con el apoyo del programa de doctorado de la ULA, es posible la ida de Ana a trabajar con el profesor Paul Michels, encargado en aquel momento de dicho laboratorio. 

Foto: Wilfredo Machado

Ya en Bruselas comienza a realizar todo lo propio con ese parásito a nivel genético, clonaje incluido. Llevando su propia materia prima para trabajar, Ana repite la historia de su infancia, salvando las distancias dimensionales: ¡La “animalera” lleva consigo el ADN de aquel Trypanosoma en “crucero” por el océano para poder estudiarlo! “Hicimos toda la caracterización bioquímica, se hizo la cristalografía de la proteína (glucoquinasa) que es una de las pocas proteínas que tiene toda su estructura tridimensional”. Tomó el gen de las glucoquinasa y hexoquinasa que intervienen en el equilibrio homeostático y metabolización de la glucosa, para al conocer el proceso metabólico de la glucosa en el parásito, poder inhibir su capacidad de metabolización. Siendo el azúcar su principal alimento, si no tiene cómo alimentarse, muere. Simple y por lo simple, genial. 

La pregunta infaltable: ¿Es duro ser mujer en el mundo de las ciencias duras? 

Ana posee una vasta trayectoria por los más importantes laboratorios del país: IVIC, UCV, USB, y comenta que a pesar de que a nivel de pregrado el porcentaje de féminas en biología supera el 70 por ciento, para la mujer la ascensión profesional es limitada. Quienes llegan a ser jefes de laboratorio en su gran mayoría son hombres, aún hoy día.

“En Europa el sesgo es aún mayor, e incluso allá ganan más los hombres que las mujeres teniendo el mismo cargo”. La razón, en el caso europeo, el pragmatismo acérrimo del modelo noeliberal, positivista de origen patriarcal. Nos explica que se trata de un asunto de costo/beneficio: pagarle a una persona que no va a trabajar la misma cantidad de horas que un hombre, dados los permisos por embarazo y por cuidado de la familia, generará un “déficit” en la “productividad”. “Y eso no es cierto”, afirma Ana fehacientemente. “La mujer como jefa tiene mucho que dar. Las redes neurales en las mujeres están conformadas en nuestro cerebro para la multifuncionalidad. ¡Somos multitask!”, acentúa.

“Las mujeres poseemos grandes habilidades administrativas, tanto de recursos como de personal, somos mucho más comunicativas. En el trabajo de laboratorio las mujeres suelen ser más cuidadosas con los equipos, la meticulosidad es una gran ventaja en la biología molecular. Estas virtudes compensan el no poder tener al 100 por ciento el tiempo como lo tiene un hombre. Nosotras tenemos que dedicar mucho tiempo a labores que nos quitan la concentración y la ciencia exige mucha reflexión, estudio, tranquilidad para que tú puedas tener tus ideas claras y ordenarlas. Pero con un ruido constante es muy difícil, ¡y no me refiero a que haya niños en una casa o a que haya personas mayores… no! Sino por el ruido que representa no tener el tiempo para ti, para internalizar las ideas en un área donde necesitas mucha reflexión y silencio. Del hombre se espera que se dedique solo a su actividad profesional y todas las condiciones están dadas para eso, en cambio, la sociedad genera un ruido para las mujeres: el ruido de no tener tiempo para ti”.

Sencillez y compromiso social

Ana Cáceres es una ferviente defensora de lo justo y posee gran sensibilidad social. La claridad que manifiestan tanto ella como su esposo Juan Luis ha hecho posible que la dedicación a su trabajo en tecnología biomolecular tribute al tratamiento de enfermedades que afectan a las poblaciones más empobrecidas, siendo lo humano una de sus principales preocupaciones. De hecho, una de las ventajas de su aporte científico es que, como la glucoquinasa en humanos es muy distinta a la del parásito, entonces las drogas que combaten a éstos tendrían un alto nivel de especificidad y no dañarían el cuerpo humano donde se aloja el parásito, lo cual es una sus preocupaciones constantes. 

Actualmente, entre otros nexos con investigaciones fuera de nuestras fronteras, Ana Cáceres y Diagen se encuentran trabajando de la mano con el área de pediatría del Instituto Autónomo Hospital Universitario de los Andes (I.A.H.ULA), adelantando investigaciones sobre una extraña enfermedad genética llamada Chediak-Higashi o “enfermedad de los niños grises”; cuya tasa de morbilidad en Venezuela es la más alta del mundo, manifestándose actualmente en una localidad merideña, apartada: los Pueblos del Sur. Esta enfermedad afecta el sistema inmunitario de tal manera que las personas que nacen con ella tienen una expectativa de vida muy baja. 

“No tengo aspiraciones de llegar al siguiente peldaño con mis investigaciones en biología molecular. Espero más bien que otras personas puedan dedicarse a la elaboración de drogas eficientes con lo que yo hago”.

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