Muy poca gente sabe que el mar no sólo produce felicidad, sino también una posibilidad cierta de minimizar la problemática del suministro de electricidad en las zonas costeras
Alejandro Silva Guevara/ Fotos: Víctor Hernández
____________________
Fueron muchos los inventos de Horacio Montoya Henao; desde un prototipo de haragán fallido, hasta unas máquinas que fabrican, a partir de la lámina, tubos de metal flexibles recubiertos de plástico que son vitales para el funcionamiento de muchas empresas, entre ellas la petrolera. Pero la Planta Generadora de Energía Eléctrica “Olamotriz”, no solo refleja el ingenio de este colombo-venezolano o su capacidad de inventar, sino que nos legó una solución práctica y económica que podría generar luz para mejorar la calidad de vida de poblados ubicados en las costas y que también puede generar mejores condiciones en los procesos de resguardo, investigaciones o desarrollos con el aprovechamiento del vaivén de las olas.
Horacio Montoya Henao llegó a Venezuela en el año 1969 con su esposa y sus cuatro hijos (Aracelly Ocampo de Montoya, Jhon Jairo, Luis Horacio, Juan Carlos, Ana Milena y Ricardo Iván Montoya Ocampo, el único venezolano). Fue reclutado en Cali, Colombia, para formar parte de los primeros equipos que pusieron a andar a la Corporación Venezolana de Guayana (CVG), que como sabemos, se dedicaría a la explotación de los minerales que abundan en el subsuelo de esa zona del país. Egresó de la Escuela Técnica Industrial de Pereira, distrito Risaralda, en Colombia con un loco proyecto que consistió en la creación de una ametralladora que funciona mecánicamente (o manualmente).

Desde siempre dio muestras de ser un buen inventor y le bastaba con ver y entender un mecanismo, por complejo que pareciera, para hacerlo por sí mismo con lo que tuviera a mano.
En esos tiempos –primero en Colombia y luego en Venezuela–, logró armar su propia máquina fresadora, una máquina “arrancadora de yuca” pensada para facilitar el trabajo de recolección del tubérculo en los campos, un trapiche de caña mejorado, una máquina que lavaba la lana y el algodón que se ensuciaba en el proceso de recolección, lo que permitía no perder nada de material y –entre muchos otros–, una fábrica de mallas de “alfajol” con “ojo” de 1, 1½ y 2 pulgadas, entre otros desarrollos que no le aportaron más que una palmadita en la espalda, a decir de sus hijos.
De Colombia llegó a la CVG en Venezuela como “capataz”, luego de que los reclutadores comprobaran sus capacidades de crear, resolver y liderar. Entre varias de las anécdotas contadas por sus hijos, hay una que refleja el espíritu aventurero de Montoya quien, afiebrado por la posibilidad de encontrar oro, se internó en la densa espesura del estado Bolívar en la búsqueda del mineral que no encontró y que no le aportó más que conocimiento geográfico, ya que pasó tres meses perdido con un amigo de aventuras, hasta que llegó al centro del país, por los lados de Valencia, ciudad que luego se convirtió en su nuevo hogar, tuvo a su quinto hijo y se enamoró de Venezuela hasta el día de su partida.
En el estado Carabobo tuvo la oportunidad de trabajar en varias empresas como Alpla de Venezuela S. A. y en otras empresas dedicadas al procesamiento y fabricación de artículos de plástico. Posteriormente emprendió su Taller Metalmecánico de Fabricación de Engranajes de diez medidas distintas, con la creación de una máquina de la cual solo existe una en este país.
En el año 1996, por situaciones de vida, deciden regresar a Colombia, pero ya estaban muy “venezolanizados”, por lo que en vuelta de dos años regresaron definitivamente, conscientes de que “no hay otro país como Venezuela”. A su regreso, desarrolló todas las maquinarias que hacen el proceso de fabricación de tubos corrugados flexibles de metal recubiertos de plástico –desarrollo del que hablaremos en breve–, y una máquina para moldear las láminas de zinc, máquinas todas que, aunque ya existían, fueron replicadas por Montoya quien las veía, desentrañaba rápidamente el cómo funcionaban, los materiales, las medidas y llegaba a casa con su hijos para reproducirla y hacerla funcionar.
Un “surfing eléctrico” que alumbra la noche
La Generadora de Energía Olamotriz que desarrolló Montoya, no es un prototipo porque genera energía suficiente para que un reflector grande pueda alumbrar sin que se apague por falta de corriente, aunque sí es más pequeña que la que se debe construir para los fines que pensó Horacio cuando la creó. A diferencia de la mayoría de las máquinas que construyó, ésta fue inventada por él considerando la falta que hace tener energía eléctrica en ciertos pueblos de la costa que carecen de este servicio, o que por diversas razones éste es muy deficiente.
La máquina es bastante sencilla: mide unos tres metros porque en el extremo tiene una especie de tabla de surf (hecha con fibra) que va inserta en unos brazos que terminan en un balancín que hace girar una rueda con unos engranajes; este movimiento que activa el balancín lo generan las olas y va de arriba abajo logrando mover constantemente la polea que nunca para, debido a que continúa funcionando –subiendo y bajando– hasta con el más mínimo oleaje; la polea va conectada a una batería, en este caso de carro, en la que se almacena la energía generada y de allí se conecta con un trasformador que finalmente la convierte en electricidad de 110 o 220 voltios, según sea el requerimiento y el tipo de equipos que posea la máquina. Montoya demostró que este sistema funciona efectivamente, pero por falta de recursos no avanzó hacia la etapa siguiente, que implica una batería y un transformador de mayor capacidad que podría fácilmente proveer electricidad a veinte (20) casas, o a campos de trabajos de investigación a orilla de playa, campamentos militares y otros entes sin producir el menor impacto ecológico, sin el uso de combustible y sin mayores complicaciones. La máquina, ya armada, se fija a la orilla de la playa dejando que la “tabla” quede sobre el oleaje y eso es todo.
Horacio Montoya participó con este invento en el Premio Nacional a la Inventiva Tecnológica Popular “Luis Zambrano”, del año 2010, en el que obtuvo una Mención Honorífica.

¿Después de ti, qué, Horacio?
Los hijos de Montoya son los herederos de su legado; las máquinas que dejó su padre se encuentran activas esperando el apoyo necesario para producir en el país y lograr, como es el deseo de todos los inventores y tecnólogos venezolanos, la sustitución de importaciones. Horacio creó un circuito completo de máquinas que en su conjunto se llama Forradora de Tubería Corrugada Metálica, que son una serie de aparatos que trabajan a partir de una bobina de lámina de metal galvanizado de 0,27 milímetros (puede trabajar con cualquier metal laminado en bobinas) que tiene un metro de ancho y que pasa por una máquina que la corta con mucha exactitud en diez flejes (o tiras) de diez centímetros; luego pasa por otra máquina que convierte esos flejes resultantes en tiras de un centímetro; posteriormente pasa a la “formadora de tubos”, que es un aparato que oscila superponiendo las tiras una por debajo y otra por encima de manera secuencial; de allí, ya hecho tubo cuya función es empotrar y proteger cables de corriente o de fibra óptica, entre otras funciones, pasa a una cortadora y se pesa con medidas bastante exactas, para luego enrollar el material. De esa manera se obtiene un primer producto final que es este tubo sin recubrimiento plástico que, de ser la exigencia, debe pasar por una máquina extrusora (o forradora) cuya función es recubrir o envolver el tubo corrugado, lo que le aporta mayor resistencia y efectividad en su función.

Con la meta fija en la reactivación
El bloqueo y varias razones más han golpeado en buena medida la capacidad productiva de la familia Montoya, sin embargo, no es fácil detener a quienes han luchado siempre por su propia vida y por aportar a su entorno. En años anteriores recibieron financiamiento del estado –por parte de Instituto Nacional de Desarrollo de la Pequeña y Mediana Industria (Inapymi) y por el Banco de Desarrollo Económico y Social de Venezuela (Bandes)– y dicen, con mucho orgullo, que forman parte del 0,1% de quienes pagaron sus créditos incluso antes de tiempo.
Al contrario de quienes van en contra de la posibilidad de un relanzamiento productivo de las empresas básicas en el país, la familia Montoya se está preparando para hacerle frente a este nuevo reto que requerirá, para poder producir y que puedan aportar crecimiento al país con la producción de tubería corrugada metálica, uno de los metales que ofrece nuestro rico suelo: el aluminio. Para exigencias de altos niveles de calidad y duración, los tubos corrugados deben ser fabricados a partir de bobinas de láminas de aluminio, que es el material que exigen las grandes empresas por razones de seguridad. Si logran la articulación correcta con empresas del estado (con Alcasa, por ejemplo), se podría sustituir la importación de estos tubos que serían definitivamente mucho más baratos y procesados con nuestra propia materia prima. Es otra iniciativa que debe ser tomada en cuenta en el largo y tortuoso camino hacia nuestra autosuficiencia productiva.
