Éder Peña
Existen varios tipos de tormentas, la más violenta y, por ende dañina, es el ciclón tropical o huracán, como es llamado en el Atlántico Norte y el Pacífico Noreste, tifón en el océano Pacífico Noroeste o ciclón en el océano Pacífico Sur y el océano Índico. Sus nombres se asignan por orden alfabético.
En zonas tropicales donde el agua superficial tiene 26ºC o más, el aire caliente y húmedo que se mueve hacia arriba forma un sistema de nubes que, mientras empieza a girar y crecer, reduce la presión del aire en la superficie y atrae más aire caliente de zonas cercanas generando un ciclo.

Las que se forman al norte del Ecuador giran en sentido antihorario y las del sur en sentido horario debido a la rotación de la Tierra sobre su eje, cuando alcanzan hasta 60 km/h se denominan “tormenta tropical” y si el viento llega a una velocidad de 120 km/h es oficialmente un “ciclón tropical” de esos que ponen a rezar hasta a los ateos.
En casi 100 años hubo 33 huracanes tipo 5 (los más catastróficos) de los cuales 11 ocurrieron en los últimos 14 años, juegan un rol central las temperaturas más altas de los océanos y la subida del nivel de los mares a causa del cambio climático producido por la emisión de gases invernadero.
Cuando los huracanes llegan a zonas habitadas causan gran destrucción física y humana, afectando los más pobres. Es hora de dejar de llamarles “desastres naturales” (excepto a las erupciones volcánicas o terremotos) y llamarles “catástrofes sociales” causadas por el desastre climático en curso.

Si, como suele decirse, fuera una “venganza de la naturaleza” para cobrarse todos los abusos que cometemos contra ella, sería un acto injusto. Aunque es cierto que nuestro estilo de vida produce esas emisiones, también lo es que 100 compañías son responsables del 70% de ellas.
Según proyecciones del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), a nivel global el número total de los ciclones tropicales disminuirá, mientras que el número de ciclones de intensidad 5 (o más) aumentará, habrán menos pero serán más feroces.
Durante décadas las grandes corporaciones energéticas negaron que el cambio climático causado por la actividad humana fuera una realidad, gastaron miles de millones en lobbies para impedir regulaciones, ahora se visten de verde y hablan de “responsabilidad compartida”.

Con el cuento de la “economía verde” los gobiernos europeos aumentan los impuestos a los conductores de vehículos diesel mientras subvencionan con miles de millones de euros de dinero público a las empresas que los fabrican. Pero hay más sarcasmo:
- En países como Estados Unidos, en los que se les rinde culto a los automóviles individuales, se utilizan muchos para huir de los huracanes generados por su exceso de uso, entre otras razones. Colas infinitas de familias que pueden huir a alojarse en otros estados.
- Los que no tienen dinero deben quedarse a aguantar el impacto destructor de los huracanes en construcciones endebles, caravanas de habitación y deficientes albergues públicos. La venganza de la naturaleza parece que no es equitativa.
- En pleno huracán Katrina (EEUU, 2005) llegaron fuerzas de seguridad a evitar los saqueos de comida, ropa, cobijas y demás insumos pero luego fueron eliminadas las cláusulas sociales de los trabajadores locales y migrantes, también fueron privatizados escuelas y hospitales públicos.
Los tiempos de adaptación al cambio climático requieren distintos estilos de vida y de relaciones sociales, ante el “ojo por ojo” que nos han hecho creer debe prevalecer un mundo en equilibrio social y territorial, un mundo sin guerras, con derechos que no parezcan premios, como la vida misma.