Mucha canción insípida / mucha canción obesa / mucha canción raquítica / de talento escaso
/ mucha canción impuesta / se encubre de aplausos *
Un cantor interpretaba su nueva canción ante un público que lo oía con desdén. Algunos ni eso. Unos pocos, debido a lo célebre del autor, intentaban escucharlo con el ceño fruncido. Más tarde, un cantante entró al lugar cantando una canción conocida por todos, y el júbilo de los presentes colmó la escena de aplausos.
Luego de que cada quien se lleve el disco para su casa, si es escuchado hasta la saciedad, mañana, la canción del primer cantor será recibida con el mismo entusiasmo. No hay duda, es difícil adentrarse en lo inédito. Contra el goce del misterio, aún atenta el miedo milenario de la primera pregunta. Es más cómodo transitar por lo conocido exprimiéndole miserablemente hasta la última gota de placer a la emoción, hasta el punto de sólo imaginarla convirtiendo en reflejo lo que alguna vez fue una emoción.
Prevalece la inmediatez, no se pasa de lo inmediato. Lo maravilloso lo convertimos en simple. ¿Quién se sorprende con el nacimiento de una mata?, el niño. Pero adentrarse en la maravilla atormenta. Una ciudad iluminada vista en la noche desde una altura, emociona, pero no te aturde porque sabes lo que es. Una noche estrellada también te emociona, pero pensar en ella como fenómeno, te inquieta o te asusta porque desconoces lo que oculta. De allí la tendencia a convertir al misterio en religión.
Para el animal que somos, y debido a la tendencia de movernos en rebaño detrás de una madrina como guía, pensar es un esfuerzo que tratamos de evitar. Ha existido una marcada pereza hacia el pensamiento. Esto se ha traducido, en la política, para desgracia de tantos pueblos, en que la posición más cómoda haya sido tomar partido por la idea encontrada en el camino y allí aplaudir cualquier opinión en la modorra militante de la cachaza o en la euforia irresponsable.
Ha ocurrido que un pensamiento cuando logra calar en las mayorías, se repite y se repite y muchas veces, cuando pensamos que pensamos, en la embriaguez de la costumbre, sólo estamos repitiendo un esquema que no visualizamos, inclusive, así atente contra nosotros mismos.
Pero somos revolucionarios porque desde que se pensó la primera vez ya es inevitable e imprescindible seguir pensando, hasta que, al fin, quizás, desemboquemos en la máxima expresión del pensamiento que es no pensar: cuando la idea se inserte en el cuerpo como órgano, configurando la cultura que nos mueve.
Soñamos, si esto sucediera, que en lo sucesivo permaneciéramos así, como planta en el momento exacto de la belleza de la flor, pero la realidad es tiránica y la historia nunca borra sus huellas que por más imperceptibles contienen las evidencias y el rumbo desde donde viene y se dirige el camino. No faltará la algarabía de la muchachada meneando la mata, encaramados en ella, puyándola con un hacha o tirándole palos y piedras a sus ramas para tomar su fruta, pero si no es así, los pájaros no la perdonarán ni tampoco la tierra cuando podrida caiga al suelo. Pase lo que pase el árbol florecerá de nuevo, a menos que el fuego, el hacha o la motosierra interrumpan su curso ideal.
Para que no se nos acuse de “darwinista social”, digamos más bien que:
Los viejos piensan la revolución, corresponde a los jóvenes hacerla y a los que están por nacer intentar moldearla según el sueño del primero para que tal vez otros al fin puedan crearla.**
*Canción pelética. Gino González. Canción inédita (fragmento)
**Gino González. Del libro: Las brújulas sin rumbo pescando crímenes al fondo de la inocencia.
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