Descoloniales

por Jose Roberto Duque
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Durante varios días anduvieron por Caracas los pensadores y académicos Katya Colmenares (México), Ramón Grosfoguel (Puerto Rico) y Rafael Bautista (Bolivia), conversando y debatiendo en diversos auditorios. Por razones que, cuando sean analizadas, revelarán la profundidad de la propuesta venezolana de voluntad y vocación anticapitalista, estos hermanos de la patria grande no fueron convocados por alguna universidad o centro de estudios filosóficos, sino por el Ministerio de Ciencia y Tecnología de Venezuela. Ese solo hecho revela más cosas de las que ellos y su anfitriona, la ministra Gabriela Jiménez, pudieran decir en el transcurso de una o muchas conferencias.

Del discurso y movimiento decolonial o descolonial me agrada la propuesta central y definitoria, que es la decisión de elevar y profundizar en el grito que denuncia a un sistema hegemónico, y en la convocatoria a ir construyendo otro. Me agradó el contraste entre el discurso diáfano y directo de Gabriela, y la sinuosa densidad de los filósofos invitados, entre otras cosas porque esa montaña rusa me hizo tomar la decisión de publicar estos pareceres.

También hay cosas que no me gustan. De eso van las líneas que siguen.

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Aunque tampoco me gusta andar rebatiendo o afirmando nada a base de consignas, en este caso en particular siento la necesidad de partir de un breve texto de Carlos Angulo: no se puede reconstruir el planeta con el mismo lenguaje con que fue destruido. Cuando uno lee y escucha a los compañeros y compañeras que promueven desde la filosofía el alegato descolonial, siente que son la misma universidad europea, el mismo constructo hegemónico, el mismo formato intelectual alejado del pueblo, el que nos está invitando a demoler todo lo viejo para levantar un nuevo modo de hacer planeta o humanidad.

Aunque los contenidos son antagónicos, en las formas no se percibe ninguna diferencia entre la movida decolonial y los mamotretos de Kierkegaard, Bertrand Russell o cualquier otra momia de la vieja Europa. Me declaro admirador de lo que dice el profesor Enrique Dussel, pero sucede que el discurso de Dussel no fue hecho para mí, no está o no debería estar dirigido a personas como yo. Si para adentrarse en su propuesta de emancipación de los pueblos de la tierra es preciso leer libros de 700 páginas, levantados a partir de un lenguaje pesado y pastoso, muy a lo blanco europeo, creo que esa formulación nunca saldrá de las salas de la universidad blanca, medieval, eclesiástica y (por lo tanto) anquilosada que pretende combatir.

Creo que los compañeros ponentes que vinieron lo saben; alguno de ellos hizo referencia a los discursos o propuestas que “no suben cerro” (lo dijo con una expresión popular equivalente de otro pueblo cercano). Bautista hizo referencia en algún momento a la necesidad de hacer “popular” a la universidad, consciente de la inmunda estructura que sostiene a una construcción elitesca como esa, que le ha servido sucesivamente a la sociedad feudal, a la capitalista industrial y al feto en formación de la bazofia posmoderna, y que por lo tanto difícilmente pueda servir como plataforma de lanzamiento de una sociedad justa y amorosa.

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Katya Colmenares, la mexicana, expresó la fascinación que le produjo un episodio ocurrido en una comunidad popular: unas personas invitaron a sus comunes a hacer una parranda con sancocho, en las inmediaciones de un lugar donde siempre hubo un basurero. La intuición de la gente se activó para tomar una decisión que parece superficial, pero que resultó la más sabia y profunda en su obviedad: había que limpiar la basura para proceder a hacer la actividad. Eliminado el basurero, el afecto de la gente evitó que el lugar volviera a caer en las garras del abandono y la basura, más allá de la actividad y la parranda. 

Hay basureros que no son tan fáciles de eliminar y de sustituir por lo limpio. Por ejemplo, el mamotreto llamado Universidad. Esa cosa imposible de popularizar (porque no puede ser nunca popular algo cuyo origen es un insulto, una agresión y una afrenta al pueblo) debe ser sustituida por otra dinámica, otro ver, otra lógica: nada que reivindique una basura que lleve el nombre de “claustro”, y que disfrace con toga y birrete a sus egresados; ningún canon educativo que le ordene a la juventud repetir dócilmente lo que los profesores, libros y normas APA o de las otras les indiquen, bajo amenaza de no graduarse nunca, puede estar llamada a participar en la construcción de otra sociedad, como no sea desapareciendo, quitándose del camino.

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