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Semilleros (y) científicos

por José Roberto Duque
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Me sigue perturbando cierta cuenta implacable que sacó frente a mis ojos el profesor Alfonso Rodríguez, jefe del laboratorio de Física de Superficies de la ULA, sobre el tiempo que se requiere para formar un equipo capaz de sacar provecho de ese laboratorio, un espacio deslumbrante con equipos que tienen muy pocas instituciones del hemisferio.

Textualmente:

“Si el país monta (ahora mismo) un grupo de investigación, en el mediano plazo (unos 4 o 5 años) podemos estar produciendo catalizadores para no estar dependiendo de ninguna potencia. En los últimos cuatro años hemos visto un declive muy serio por acá. Para recuperarnos va a costar mucho: hay que buscar muchachos muy jóvenes, hay que volverlos a incentivar, hay que formarlos. Entre el bachillerato, la licenciatura, y el grado pasan 15 años. Cumplido ese lapso ya tienes el muchacho formado, con el doctorado, pero todavía no ha empezado a trabajar: apenas empieza a aprender a hacer”.

Quince años. Año 2037: ese sería el año en que habrá jóvenes listos para empezar a aprender a utilizar unos artefactos de importancia y utilidad cruciales, si empezamos ahora mismo. ¿Si empezamos a qué?

Foto Candi Moncada

En primer lugar, a seducir muchachos y muchachas para ver cuántos quedan realmente enganchados, por curiosidad y luego por pasión genuina, al quehacer de la ciencia. Para lograr esto hay que hacerlos entender que el aprendizaje de lo muy básico y de lo más complejo de la ciencia y la tecnología es un camino duro, tal vez no exactamente desagradable pero sí pesado, por laborioso.

Supongamos, entonces, que captamos a 100 muchachos desde la escuela más temprana o el bachillerato. Hay que ver cuántos llegan a desarrollar genuino interés y quedan atrapados por ese territorio difuso y un poco difícil de describir, que es la vocación. ¿Cuántos de ellos preferirán a mitad de camino irse por caminos más seductores o “fáciles” para ese requisito inesquivable que es las búsqueda de recursos? ¿Cuántos soportarán la verificación espantosa pero pragmática de que un muchacho comerciante puede ganar mucho más dinero en poco tiempo que un joven entregado al estudio? ¿Cuántos harán la misma comparación con ocupaciones como la de policía o delincuente? Los modelos relacionados con la violencia real o simulada (delincuencia o deporte rudo) juegan mejor con las hormonas de los jóvenes que ese escudriñar de fórmulas y libracos.

Hace poco solté en público un chiste que buena parte del auditorio fue a contarle a una de las presuntas víctimas de la joda (que era muy en serio). En resumen, el chiste o reflexión decía que la noticia del año en Venezuela, si hubiera un comité de periodistas y editores que la seleccionara, debería ser el avance y éxitos asombrosos en materia de investigación y aplicación de implantes con células madre en el estado Yaracuy. Pero (remata la jodedera en serio) se atraviesa el hecho de que Yulimar Rojas implantó un récord mundial en salto triple, y por mucha imaginación que uno le ponga no logra dar con la imagen mental del doctor José Cardier pegando un brinco de más de 15 metros.

El chiste es fácil pero el sustrato que lo soporta es dramático: las hazañas científicas que construyen al país desde su saber y su genialidad “no venden”, porque no son visualmente espectaculares. La espectacularidad a la que nos han acostumbrado es una construcción cinematográfica con héroes cuyas proezas son, por lo general, más musculares que cerebrales. ¿Cuántos de aquellos 100 muchachos impresionados con una reacción química o con la visión de algún organismo microscópico o interestelar seguirán interesados en esos asuntos cuando se enteren de la cantidad de millones que gana un pelotero recién contratado en las Grandes Ligas?

El paradigma monstruoso que ha empujado a pueblos enteros a dedicarle más energía física y emocional a moldear una actitud y un quehacer de propietario, burgués, individualista y “exitoso” (según informan las marcas de su carro y su ropa), que a la búsqueda de qué hacer por un proyecto o un país, ha devastado culturas y generaciones. Contra semejante enemigo hay que seguir animando a aquellos 100 jóvenes, que en unos años se habrán reducido a ¿cuántos?

Los cálculos o reflexiones simples del liderazgo venezolano de las áreas de ciencia y tecnología son realistas, tal vez un poco fatales pero absolutamente honestos: si de esos cien hay tres que hacen carrera y llegan hasta la excelencia, al doctorado o a la dirección de entidades y procesos, el proceso ha sido ganancia. ¿Quince años para formar a tres

científicos?

Foto JRD

Favor tomar en cuenta que esa cifra de cien ha sido arbitraria y redonda, y por lo tanto cómoda. Y favor tomar en cuenta que uno de los programas más agresivos (y aquí prefiero acudir a ese adjetivo o concepto de guerra, porque en guerra andamos) del proceso revolucionario en ciencia y tecnología es ese llamado Semilleros Científicos. Así que eso de buscar y formar al relevo de los actuales investigadores ha comenzado ya. ¿Cuántos de los miles de jóvenes que están ahora mismo en todo el país viendo lo que hacen los señores tecnólogos, científicos e investigadores se quedarán enganchados en la telaraña de la creación?

Hace unos días, en el acto de entrega del reconocimiento más hermoso que hemos recibido como equipo periodístico (el “Arístides Bastidas” por difundir historias y noticias sobre ciencia y tecnología) tuve una revelación al respecto. Maravillosa revelación: la ganadora del mismo galardón en la categoría Docencia fue la educadora Mary Carmen Henríquez. Ella imparte clases y se faja a estimular a sus chamas y chamos para que hagan experimentos científicos, en un plantel de la Cota 905. En esa misma comunidad que hace apenas un par de años estaba tomada por uno de los peores productos de la ciudad capitalista industrial, una banda criminal inaceptable.

¿Quieren que se o diga de manera un poco más sensacionalista? Voy: Mary Carmen le está arrebatando muchachos a la devastación que dejó el Koki en esa misma comunidad.

¿Cuántos de esos muchachos se quedarán en el camino? Dejémonos ya de eso. El proceso está en marcha, la pelea es peleando y tiempo habrá para empezar a sacar cuentas. Además, nunca un nombre fue más adecuado: semilleros y semillas suelen germinar y producir frutos en el tiempo. Es una ley inexorable, pero hay a la semilla que echarle agua y abono. Discusión y reflexión aparte.

De momento, nuestro proyecto informativo está rescatando episodios y personajes de ese proceso, y poco a poco se los estamos mostrando (revise bien, por aquí están algunos).

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