Ramón Quintero y su hija Yuraima han levantado muchos de los muros de piedra que puede ver el viajero cuando recorre el páramo merideño, desde Mucuchíes hasta Apartaderos y más arriba. Aquí, su relato y su pasión
Nelson Chávez Herrera / Fotos: Lheorana González
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Hasta un caserío ubicado cerca del Collado del Cóndor (4118 msnm), llamado La Asomada, debíamos llegar esa mañana para entrevistar a Ramón Quintero Santiago, uno de los pocos seres que en el páramo merideño persisten en la tradición de construir con piedra.
Las señas para ubicar su casa nos las proporcionó él mismo la tarde anterior, cuando con su hija Yuraima y uno de sus nietos construían un muro de piedra y ladrillo en San Rafael de Mucuchíes, pero optaron por postergar la entrevista para el día siguiente porque eran casi las tres de la tarde, faltaba trabajo, debían regresar hasta La Asomada en transporte público y la última buseta pasaba a las cinco y media.
El carácter sagrado de las piedras
Juan Félix Sánchez, un ser profundamente religioso, el gran maestro hacedor de casas y capillas de piedra, dijo un día: “Dios, creó las criaturas. A los palos y las piedras también”.

La piedra es un elemento sagrado para muchos pueblos ancestrales. En las culturas indígenas del continente y de la cordillera de los Andes, desde Mérida hasta Chile, las piedras fungieron como herramientas, armas, utensilios, material para construir casas, molinos, templos, pirámides; sirvieron para erigir ciudades, tallar efigies, pero también son espíritus, seres sagrados. Las piedras contienen encantos, poseen facultades, curan, protegen, son deidades, personas o animales de otros tiempos, gente de antes. La religión católica romana se funda sobre la imagen de un apóstol con nombre de piedra.
Sea cierta una u otra mitologías, las piedras abundan en el páramo. En este lugar se cumple la lógica de construir con los materiales disponibles en la zona, aunque los maestros o maestras de construcción con este resistente material y técnica, parecen ser cada vez menos.
Esta pudo haber sido nuestra conversación cuando al teléfono me llegó un mensaje del señor Ramón Quintero. Ya había salido de su casa, estaba con la familia esperando transporte en la parada del cruce que va hacia el Observatorio Astronómico. Allí lo encontramos. En la camioneta entró la familia entera. La entrevista sería en movimiento. La ventaja: poder ver muchas de las obras hechas por las manos de Juan Ramón y de su hija Yuraima, apostadas a orillas de la carretera que nos llevaría hasta Mucuchíes.

Juan Ramón Quintero Santiago nació en 1956 en un páramo merideño llamado Los Quitasoles, pero fue asentado en Torondoy. Ni su padre, Marcelo José Quintero (agricultor); ni su abuelo materno, Demesio Santiago; ni su madre, Águeda Santiago (ama de casa y agricultora) ni ningún familiar, sabían construir con piedra. Desde niño jugó a construir casas con piedrecitas, barro y arena, pero el oficio lo aprendió viendo, pensando, poniendo atención a cómo se hacía: “Yo mismo fui aprendiendo, quién sabe, por la inteligencia, porque siempre yo fui empleado”.
Empezó a trabajar en albañilería a los quince años, en Mucuchíes, como ayudante del maestro Pedro Sánchez, de quien aprendió muchas cosas: medidas de las mezclas, formas de usar la plomada, los niveles, hacer los cimientos, levantar las paredes.
Con la piedra empezó a trabajar hacia los veinte o veinticinco años, la memoria de Ramón no es muy precisa. “A mí me llama mucho la atención trabajar con piedra, más que la construcción de casas así, con ladrillo”. Aprendió de la misma manera, un poco viendo, pensando, otro poco admirado por la obra del maestro Juan Félix Sánchez, a quien conoció: “un poquito, de vista, pero de conversar no”.

En Apartaderos nos detenemos. Huele a frío de páramo con lluvia cerca. Juan Ramón nos quiere mostrar un muro de más cien metros de largo, tres de alto y sesenta de grosor, hecho por sus manos y las de su hija.
La fabricación paso a paso
Hay tantas piedras en el entorno que muchas veces los terrenos destinados para la siembra deben “desempedrarse”. Regularmente las personas contratan a alguien como Juan Ramón para hacerlo, porque es un trabajo duro. Si las piedras son muy grandes, para sacarlas hay que partirlas: a porra, calentándolas con fuego, reventándolas con pólvora. Luego, esas mismas piedras sirven para construir.
“Hay algunas que vienen directamente para trabajarlas, pero a otras hay que partirlas para sacarles cara, lo que se llama alinearlas, porque toda piedra no da para hacer muro; piedra “chareta” hay que acomodarla, hay que picarla”. Cada piedra elegida para la obra será de utilidad, cumplirá una función, encontrará su lugar.

Arrumados los materiales en el lugar de la construcción se traza la línea por donde irá el muro. Se abre una zanja de 70 cm de ancho por 50 cm de profundidad. En esta se hacen los cimientos y se colocan las primeras hiladas de piedra por lado y lado. Empezamos a recorrer a pie la extensión del muro para ir entendiendo su hechura.
Este muro no es con formaleta, ni como el muro gavión donde se coloca una cesta de malla para que no deje salir la piedra. Ramón nos explica cómo se trabaja: «Hay que hacer un caballete de cabilla. Clavo la cabilla, mido abajo (70 cm) y mido arriba (40cm), puenteo y amarro con alambre de manera que las cabillas queden fijas, para que no se abran”. Es una estructura piramidal.
“Luego se pone la cuerda entre cabillas, para alinear, y se va acomodando piedra por piedra, para que no queden salidas, ni queden pa’ dentro. Cuando la cara de piedra es por los dos lados, usted va pegando la piedra y va por dentro rellenándole con tuche, con piedra pequeña, con vaina ahí, para que atranque, después emboca el cemento”.

Luego de levantar los cimientos, las hileras de piedra siguen la forma de la estructura y se alinean por la cuerda (pabilo) tendida horizontalmente entre las cabillas del principio y del final. Cada cincuenta centímetros de muro levantado esta cuerda se coloca 50 cm más arriba. “Así hasta terminar, luego se sacan las cabillas y se brecha con piedra pequeña”. La medida de la mezcla es de 3 carretillas de arena cernida por una paca de cemento.
Juan Ramón no recuerda cuánto tiempo le llevó a él y su hija hacer este muro. Yuraima es quien nos dice que lo hicieron hace 6 años y les llevó “dos meses trabajando, los dos nada más”.
La única constructora en piedra
Yuraima ayuda a partir piedra y prepara la mezcla. Arrima los materiales con el carretón, le pasa piedra a su padre para el relleno, le ayuda con el armado de las guías y los andamios. Regularmente debe armarse andamio, porque son paredes de más de tres metros de altura. Yuraima debe subir la mezcla y las piedras de una plataforma a otra del andamio, para alcanzárselas a su padre, quien va poniendo hiladas, encajando piedras, acomodando el relleno y la mezcla para levantar el muro.

Yuraima Quintero Quintero nació en 1980, también en el páramo, de la unión de Nicolasa Quintero y Ramón Quintero. Tiene tres hijos, dos hijas, lleva nueve años trabajando en albañilería con su padre y vive en el pueblo de Santo Domingo.
Sobre nuestra curiosidad sobre si hay más mujeres trabajando en esta misma labor responde: “las mujeres trabajan la tierra, la agricultutra, pero no la piedra. Antes trabajaba en una guardería, pero aquí gano un poquito más”. Ante la pregunta de por qué escogió este oficio su respuesta es: “Primero la necesidad, después pues, ya me acostumbré a trabajar, pero es fuerte, ahorita tengo los dedos reventados”.
Las manos de Ramón Quintero y las de su hija Yuraima Quintero son gruesas, fuertes, quemadas por el sol, curtidas por el frío y el cemento. Ilustran las frases dedicadas a las manos de la gente trabajadora en el libro Compañero de Viaje, por Orlando Araujo: “Las manos exprimieron la cocuiza y sacaron la fibra y la tejieron, levantaron casas y muros y sacaron del lecho del río piedras y lajas para el templo y para las calles y se hicieron manos fuertes como las rocas que arrancaban”.
Aunque todavía no se atreve por sí sola a levantar un muro, Yuraima ya ha visto cómo se hace. También su hijo, uno de los nietos de Ramón y Nicolasa.
Ya saliendo del terreno avistamos unos muros muy antiguos e interrogamos al maestro Ramón por la diferencia entre esos muros de antes y los actuales: “La diferencia es que éste (hecho por él con su hija) lleva cemento y es piedra acomodadada, en cambio aquel (el antiguo), no lleva cemento y lo hacían a lo bruto. Hay partes que se caen porque no está pegado, pero hay partes que se conservan exactamente, y se conserva calidad”.

La forma de levantar los muros antiguos, practicada por los indígenas y por Juan Félix Sánchez, parece tener cada vez menos personas resguardando su memoria. En la técnica utilizada por Ramón Quintero sí quedan varias: “Aquí constructores de piedra están Genaro, y mi hermano, Tito, pero por aquí hay varios más”.
Aparte de su hija Yuraima, uno de los hijos de Juan Ramón, de nombre Jesús Manuel (Chui), está aprendiendo y le ayuda a veces. Uno de los hijos de Yuraima, Eduin, quien nos acompaña, también intenta aprender. Pero de las personas que hacían esas construcciones de antes, nos dice la señora que habita el terreno donde hemos estado mirando el muro, “ya no quedan ni pelos, ni huesos”.

Subimos al vehículo y seguimos. Vamos viendo por la ruta centenares de metros de muro de piedra, algunas viviendas, cuartos de almacenamiento, todas obras del maestro Juan Ramón y su hija Yuraima. Al pasar por San Rafael volvemos a recordar a Juan Félix Sánchez y Ramón comenta:
“Juan Félix era un experto en la piedra. La piedra pues, es algo que hay que tener mente también, tener inteligencia. Y paciencia, porque un carajo que sea estresado no, nooo…, no puede hacer un muro; porque eso es ladilla, eso no es que usted se puso a hacer un muro y comienza a darle vueltas a una piedra, a falsear y la vaina, se “hastea” y dice no, dejo quieto mejor. Uno que tenga paciencia va encajando, encontrando el acomodo de la piedra donde va, poniendo cuñitas. Todo es paciencia, no puede estresase uno; si no, no hace nada”.
En Mucuchíes detuvimos el vehículo y luego de una breve conversa sobre los precios de los víveres, las fotos tomadas, más el poco dinero para hacer las compras, nos despedimos de la familia Quintero Quintero.
Esa misma tarde la señora Nicolasa, Eduin, la pequeña Sofía, Ramón y Yuraima regresarán en trasporte público a La Asomada. Con mercado en la casa podrán alimentarse mejor para afrontar con vigor las tareas del hogar, las faenas de la agricultura, Ramón y Yuraima reponer energías para seguir con ese duro trabajo suyo que conserva una tradición ancestral. “A las siete está uno desayunando, a las doce el almuercito, a las siete la cenita. Pero ni media mañana, ni media tarde. A mí me sale mucho trabajito por aquí, pero la vaina es el transporte. La última buseta pasa a las cinco y media”.

El oficio cuenta con este maestro y esta maestra, seguramente tendrá herederas, herederos. Por el espejo retrovisor vemos a la familia agitar las manos en señal de despedida y rumiamos lentamente una extraña sensación de vacío o nostalgia, sin poder explicar de inmediato por qué. Seguimos camino…






