Tengo poco más de un año chapoteando en una de esas frases que parecen tan solo ingeniosas o divertidas, pero que encierran alguna clave digna de revisión, masticación y seguimiento. Dice: “La edad de piedra terminó, y no fue por falta de piedras. La edad del petróleo terminará antes que se seque el último pozo de petróleo”. Esa corta pieza se le suele atribuir a un tal James Canton, pero en este tiempo en que cualquier cosa se le acaba endosando indistintamente a Bob Marley o a Eduardo Galeano ese dato carece de importancia.
Independientemente de la forma en que sospechemos, calculemos o especulemos que la humanidad tendrá que cambiar de paradigma (ya lo está haciendo, y por las malas) lo cierto es que las civilizaciones terrestres están mirando atrás en la historia en busca de las tablas de salvación del futuro. Hace poco estallaba en Alemania una noticia que hizo palidecer a miles y carcajearse a millones: cierta oleada de robo de leña entre ciudadanos, porque el invierno que se anuncia muestra feos colmillos y Rusia parece tener cada vez menos razones para proporcionarle gas a una Europa prepotente y altiva.
Mucha gente ha fichado a ese fenómeno como un “regreso a la Edad Media”. Alguna bofetada de pragmatismo les hará falta para darse cuenta de que “eso” parece el pasado pero en realidad pudiera ser también el futuro.
Así que la Edad de Piedra terminó. Pero siempre hay que hacer la acotación: según la periodización de la historiografía occidental, hegemónica y sobre todo blanca. El paradigma energético, cultural y tecnológico en el que estamos zambullidos (y ‘zambullirse’ es un excelente verbo para referirnos al chapotear en que nos tienen los poderosos desde hace tiempo, pero con peculiar potencia desde hace un siglo) refiere a una noción de “progreso”, “desarrollo” y “avance” en el que lo chévere, lo chic, lo cosmopolita y lo cool es el uso de máquinas, softwares, materiales y procesos sofisticados.
Das una palmada o tocas unas teclas del Smartphone y todo un edificio desaparece en el piso para poner a tus pies un auto eléctrico al que solo debes decirle para dónde quieres ir, y el bicho te lleva: el sueño estúpido tras el que muchos correrán solo porque alguien anunció que un prototipo fue capaz de ejecutar ese prodigio. El discurso que se le escamotea al soñador de imposibles es que ya no habrá energía disponible para que esos artefactos se democraticen o masifiquen como se masificaron los teléfonos celulares.
Desde hace unos pocos años, uno de los materiales que remueven más fantasías entre tecnócratas, tecnoadictos, geeks y lectores de fanzines sobre cybermierdas improbables, se llama grafeno. Pero en el sucio presente de la civilización humana no hay condiciones para que el funcionamiento del mundo se levante a partir de grafeno. El grafeno es más contaminante que resolvedor de problemas reales. Aunque los devotos de The Matrix crean que internet y las actuales plataformas de almacenamiento y difusión de data son entidades eternas.
Entonces habrá que gritar un poco más fuerte sobre la inviabilidad de una telaraña aparentemente funcional que depende de combustibles que no es que se están acabando, sino que están acabando con las posibilidades de la vida humana, y de muchas otras. Hay muchísimo petróleo en el planeta; el problema es que cada vez es más laborioso, caro y suicida extraerlo del subsuelo.
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Llamé “piedra” a este artículo porque ando extasiado y bajo el influjo de un reciente artículo publicado en esta página, “Y se hicieron manos fuertes como las rocas que arrancaban”, de Nelson Chávez. Desde ya figura en mi ránking personal de los más contundentes y reveladores que he leído aquí.
No lo analizaré más. Terminaré invitando a leerlo. Y a tomar en cuenta un detallito o detallazo: ese hombre y su hija construyen con piedra (en la Edad del Petróleo, en plena euforia porque hay tanto errabundo ideológico feliz porque oyó decir que Venezuela tiene nosecuántos millones de barriles de petróleo bajo el suelo) por un asunto intuitivo, casi de memoria corporal y genética, porque construir con piedra en un lugar lleno de piedras es cultura, esa cosa que se le incrusta al ser humano sin necesidad de andar leyendo libros complicados. Cierto que estos constructores le hacen tristes concesiones al cemento y al hierro. Pero el oficio e impulso ancestral que darle uso a la piedra está ahí, vivo y activo.
Los muy desarrollados alemanes, en cambio, regresan a la leña con mucha vergüenza, porque creen que los procesos primitivos son menos dignos que “los de avanzada”. Porque creen que la búsqueda de energía para sus putas ciudades post industriales ha sido una cosa muy limpia y muy de gente linda y super guao, que solo devasta africanos y mesoamericanos, pero nunca a teutones y sajones.