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Expedición a Josep María Cruxent

por Jose Roberto Duque
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Rúkleman Soto

Fotos tomadas del libro El espíritu de la materia, de Fernán Cabrero / Reproducciones Candi Moncada

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Esta semblanza es un andar ligero por algunos momentos del ciclo vital del célebre antropólogo, padre de la arqueología moderna en Venezuela, que tuvo su inicio, apogeo y cierre en el estado Falcón

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Que Josep María Cruxent es el padre de la arqueología moderna en Venezuela, no se pone en duda. Formó a las primeras generaciones de científicos dedicados a buscar yacimientos arqueológicos para intentar desentrañar cómo hemos llegado hasta aquí. Aunque esto ya es mucho decir, hay bastante más que escarbar en la vida del investigador catalán-venezolano para tener una idea aproximada de su legado al conocimiento, a nuestra prehistoria y muy particularmente al estado Falcón. Eso sin contar sus contribuciones a las artes plásticas con el Movimiento “Informalista”.

Antes de dar un repaso por la reguera de huecos importantes que fue abriendo por todo el territorio venezolano y alrededores, en busca de las señales más remotas de nuestra identidad, hay que asomarse a la casa N° 12 de la calle Jordá, en Sarriá, Barcelona. Allí nacería el 16 de enero de 1911, Josep María Feliz y Francisco Cruxent Roure. Creció escarbando los alrededores en busca de fragmentos de mayólica. Más tarde, durante el breve e intenso florecer cultural e intelectual de la Segunda República catalana, asistiría a cursos de historia antigua en la Universidad de Barcelona, recorrería el país con un grupo excursionista con la misma pasión con que se aplicó a bailar sardanas. La Guerra Civil lo expatrió de España y la II Gran Guerra lo expulsó de Europa, así que vino a dar al puerto de La Guaira en 1939. A sus 28 años, con el asombro por la exuberancia natural de estas tierras, va en busca de su prehistoria, tal como se lo había propuesto al abordar un barco sueco al otro lado del Atlántico.

No será un camino fácil. “Cuando comencé en Coro –en el año 1941– nadie me transportaba en las carreteras, porque siempre regresaba de los trabajos sucio y lleno de tierra”, afirma Cruxent. Al principio vende frutas, es operador de cine en Antímano, da clases de pintura y hace excavaciones. Con frecuencia encuentra piezas que envía al Museo de Ciencias Naturales (MCN) del cual pasaría a formar parte en 1944. 

MCN: una cronología arqueológica para Venezuela

Para 1948 es director del museo. Se la pasa echando pico por todo el país: Aborrece lo burocrático; es un investigador de campo. Si bien publica con frecuencia, lo hace muchas veces en colaboración con otros autores. Cuentan que Cruxent suele obtener las pruebas físicas y poner las grandes ideas mientras otros redactan. 

De su paso por el MCN son sus primeros hallazgos en Falcón. En 1949 hace excavaciones en los alrededores de Coro. Toma las primeras muestras en Muaco y Taima-Taima (1951), y éstas le permiten avizorar una presencia humana de gran antigüedad en el continente. Sus exploraciones del río Pedregal (1956) “…muestran una nueva lítica americana, muy antigua”, afirma su biógrafo, Ferran Cabrero. Cruxent denominará joboide a esta serie Paleo-India que hará la diferencia en la arqueología americana.

De esas y otras exploraciones saldrá el libro escrito con Irving Rouse Arqueología cronológica de Venezuela (1961), “…obra clave para la arqueología sudamericana” (Cabrero), y “….marco de referencia obligatorio para cualquier investigación en este campo” (Alberta Zucchi). 

Su método de buscar el vínculo entre el “indio vivo” y el “tiesto muerto” se anticipó a la etnoarqueología actual

Es cofundador de la Escuela de Sociología y Antropología de la Universidad Central de Venezuela (UCV, 1953) donde formará a los primeros arqueólogos profesionales del país. En Cubagua (1954-1961) deja al descubierto Nueva Cádiz, primera ciudad europea en Sur América. Entre otras importantes exploraciones realiza dos expediciones al Orinoco. En 1951 llega a sus fuentes, con lo que quedó de un pomposo grupo expedicionario franco-venezolano. En 1952 vuelve al gran río con el Rey Leopoldo III de Bélgica (hijo del genocida Leopoldo II), quien lo invita a El Congo y con quien hará el primero de sus viajes al Darién. 

En sus inicios el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), se concentra en las ciencias básicas. Su director, el Dr. Marcel Roche, llama a Cruxent para crear el Departamento de Antropología. Cruxent se plantea hacer de la arqueología una “…ciencia tan buena como las otras” y prueba “…que la Antropología tenía un lugar al lado de las ciencias no-sociales” (Zucchi). Profundiza la colaboración interdisciplinaria. En química crea, junto al Dr. Chuchani, el laboratorio de carbono 14, primero en Latinoamérica. En física, desarrolla estudios de termoluminiscencia en piezas de cerámica con el Dr. Jesús E. Vaz.

A su retiro del IVIC, en 1976, es nombrado Investigador Emérito. 

Su refutación de las teorías sobre poblamiento de América

Tras la muerte de su madre (1977) viaja a España. Cruxent había cumplido su promesa de no volver hasta el final de la dictadura de Franco. Al regresar a Venezuela se concentra en el estado Falcón, tierra que labró sus intuiciones más temerarias y le deparó las pruebas de sus hipótesis. Aquel apasionado de la prehistoria, que llegó al país con la ropa que llevaba puesta, sin haber cursado estudios formales, reta al establishment de las teorías arqueológicas y consigue, no lejos de la ciudad de Coro, las pruebas de sus afirmaciones.  

La exclusivista teoría Clovis sobre el tardío poblamiento americano por mongoles (unidad racial) a través del Estrecho de Bering hace 10.000 años, impuesta como un culto incuestionable por la escuela norteamericana, es refutada desde la tierra falconiana: Muaco, Taima-Taima y Pedregal dan a Cruxent razones para pensar que la presencia humana en América podía remontarse al menos a 30.000 años de antigüedad.

El investigador se inclinaba por hipótesis que apuntaban en un sentido opuesto a la estadounidense: el poblamiento de América es mucho más antiguo; aquellas migraciones se dieron por diferentes rutas y tuvieron distintas oleadas y ramificaciones; hubo diversidad racial; no sólo fueron cazadores de mastodontes, sino que ejercían una “tecno-economía” diversa. Con su gran intuición y su minuciosa actividad arqueológica “Cruxent aporta pruebas desde la experiencia de campo” (Cabrero). 

Con apoyo de la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda (UNEFM), Cruxent continúa apuntalando la investigación en el estado Falcón: crea y dirige el Centro de investigaciones arqueológicas, antropológicas y paleontológicas (CIAAP, 1981) y el Museo de Cerámica Histórica y Loza Popular (1981). Desde finales de los años 70, hasta principios de los 80, realiza excavaciones en Paraguaná. Asume como un principio lo que llamó la “función social de la arqueología”. Impulsa en Tara-Tara, comunidad aledaña al yacimiento de Taima-Taima, la creación de un centro cultural con un Museo de los Niños, biblioteca y talleres que buscan preservar la técnica de cerámica ancestral local. Promueve una cooperativa para gestionar el Parque Arqueológico Taima-Taima. Junto a Emiro Durán y Nelson Matheus escribe el libro Loza popular falconiana (1988).

Entre premios y críticas

Tomaría mucho espacio la lista de reconocimientos hechos a su trayectoria. Galardones que van desde una beca Guggenheim, hasta una condecoración de la Orden Isabel La Católica, abultan su currículo. En 1987 recibe el Premio Nacional de Ciencias, tiene 76 años y aún excava. Cruxent es una leyenda viviente pero no se duerme en los laureles, inicia excavaciones en La Isabela (República Dominicana) que se prolongan hasta 1996.  

Es trabajoso establecer cuál es su mayor mérito. Zucchi afirma que “Cruxent vio más que el artefacto mismo y buscó en él al artesano y al cazador”. A eso le dicen “arqueología viviente” para referirse a su método de buscar el vínculo entre el “indio vivo” y el “tiesto muerto”, anticipándose a la etnoarqueología actual.

Cabrero destaca, entre otros aportes, que Cruxent es el padre de la moderna arqueología en Venezuela, hizo escuela con sus excavaciones, su trabajo docente y su cronología; recalca su resistencia a “concepciones conservadoras, incluso imperialistas” en la arqueología americana y señala su desafío a la tradición Clovis, que “…significó la producción de conocimiento desde el Sur”, convirtiéndose en “…un referente en la descolonización del conocimiento en la región”.

No le faltaron detractores. Llegó a ocupar el centro de la polémica sobre el poblamiento americano; fue “acusado” de comunista por una suerte de macartismo académico estadounidense; salió cuestionado del MCN, atribuible quizás a su indisposición para el trabajo de oficina; se alude a su carácter visceral, a la mezcla de la vida personal con la labor profesional y también a las discrepancias planteadas por su discípulo Mario Sanoja, que parecen más complementarias que contrapuestas. Tras darle su prehistoria al país que lo recibió en 1939, tal como se lo propuso, el polifacético y polémico Josep María muere el 23 de febrero de 2005 en su modesta casa de Coro, rodeado de muy pocas personas, sus gatos, sus diplomas y su autorretrato.

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