Una hallaca es nuestro pasado ancestral que nos remonta a montañas y ríos de ensueño. Primitivos.
Es el pálpito de la muerte que cabalga lejana todavía para pintar en el más blanco de los lienzos.
Confía en aquellos sabores que te devuelven la poesía.
Alíviate en el recodo, mientras las pulpas de mis dedos me dicen de presagios hermosos para todos y todas las habitantes de estos sueños.
Gracias a la vida por tenerte como tengo aguacates. Pude ver a México con sus tamales de ensueños y de maíz.
La misma tipografía del Gabo está dentro de mi ser. La palatino. Esta que ves cuando tus ojos saltarines se dan cuenta de la carga de alegría que contiene. Y te llenas de gente fantasma que te sigue y te persigue, sin que te alcancen.
Siento el aliento de vida de cuando fui concebida. Allí vuelvo, mi retorno no está lleno de espinas, como estaba, sino envuelto en la seda de tu sonrisa. De tus hojas…
Pero vuelvo a ti, hallaca feliz y suculenta.
Para decirte que seguiré haciendo las risueñas y pícaras hallacas, las del 24 y las del 31 que me enseñó mi mamá. Que me pidió mi mamá. Que me bendijo mamá: Teodocia del Carmen Márquez de Ovalles.
Por los ancestros.