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¡Qué Navidad!

por Gino González
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Alguna gente me dirá “aguafiestas, “negativo”, que en todos lados veo trampas y máscaras. Déjeme decirles que en eso soy un niño de pecho delante de Ramón Mendoza.

Aquí existe una sola cultura: la capitalista, la diferente aún no se inaugura. No hay un evento social donde la alienación no esté presente en esta sociedad mercantilizada.

En eso que llamamos fiesta, lo único que sentimos, en el mayor de los casos de forma individual, es un corazón girando sinceramente en el reducido círculo de sus afectos. La danza macabra de esa alegría constituida en norma por la fuerza de la costumbre, es imperceptible entre el estruendo de la carcajada.

La celebración, el divertimiento o entretenimiento se ha convertido en un tremendo negocio en los últimos tiempos. A ello se le debe sumar una característica de la naturaleza humana que la industria cultural conoce muy bien y que la maquinaria publicitaria aplica a toda mercancía. Me refiero, y ya en otros escritos lo habíamos mencionado, a que nadie vive sin arte y que el entretenimiento, lo lúdico, la parranda o la fiesta es una necesidad psíquica ineludible. Se le agrega también a la alienación dentro de lo histórico que somos la hipnótica catedral de la nostalgia. No hay cumpleaños donde no se pique una torta y se cante “ay, qué noche tan preciosa”, y en estos días se escuchan La Billoʼs Caracas Boys y Los Melódicos. El 31 de diciembre “faltan cinco paʼ las doce”, quien no recuerde los seres amados fallecidos y desde luego las ansias del abrazo a la madre o a los hijos a la hora del “feliz año”. 

Los gringos nos vendieron el arbolito navideño junto a un “gordiflón sinvergüenza y tracalero”. El Santa Claus que no regala nada, todo lo vende, pero la niñez piensa lo contrario. Eso en diciembre, el resto del año también baby shower y el Halloween que desde hace tiempo se celebra hasta en las escuelas, las cuales, muchas de ellas, ya el primero de diciembre exigían al representante que se le comprara al niño o niña el correspondiente gorro de “santa cluss” para que se sintiera que ya el espíritu de la navidad había llegado.

Bienvenida la alegría diría yo que soy más parrandero que Juan Hilario. Tampoco hay que “…hacerle cerebro a todo y andar buscándole las siete patas al gato a todo”, pero a mí que no me tomen por pendejo, aunque no soy diferente y cuando me emborracho en las vísperas de año nuevo también soy presa de la melancolía y escucho las canciones masivas de siempre a la par de otras que salen de los rincones del alma a la sala del corazón en esos momentos, pero no se me olvida que en el fondo se me ha impuesto la diversión con el objeto de escamotearme el dinero y la identidad, más aún, a mí que no tengo nada que vender acorde con esta fecha y en enero lo que ando es bien limpio porai.

En la navidad bajo el pretexto de la fraternidad y la promesa ficticia de “un mundo mejor”, el capitalismo cosecha las ganancias de la esperanza vendida a partir de esa somnífera euforia a las principales víctimas: niñas, niños y adolescentes que ambicionan la mercancía que ofrece la persistente publicidad. No eres nada ni nadie si no consumes. ¡Compro luego existo! Oh, espíritu navideño, quién podría percibir la perversidad de una vitrina comercial en estos días.

Perdones a la esperanza

la tradición y la fe

pero no disculparé

la mentira y la ignorancia 

la que somete a la infancia

a la ilusión y al engaño

a la misma del mercado

del mundo capitalista

la locura consumista

envuelta en papel regalo.*

*Gino González. Canción: El Santa Cluss.

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