Siembres lo que siembres, coseches lo que coseches en el konuko, la granja o el huerto, agrégale valor.
O sea, deshidrátalo, tuéstalo, ahúmalo, muélelo, cocínalo, lo que sea, pero procésalo de tal manera que prolongues su tiempo aprovechable, y aumentes los ingresos que te permiten invertir en la tecnología interna que te aleja del sistema.
Tomar la decisión de abandonar la oficina y meterse al monte para vivir con el esfuerzo propio no es fácil. A veces parece imposible. Cuando nos vamos convencidos de que el capitalismo caerá pronto, un respiro financiero le prolonga la vida y nos cae en la cuenta bancaria una transferencia que huele a soborno pero sabe a gloria.
En ese momento es cuando tenemos que recordar cómo ha logrado el capitalismo ser el demonio encantado que es: agregándole valor al esfuerzo del productor y robándoselo.
El sistema no siembra papas, yuca o soya para comer. Lo hace para fermentarla, destilarla y obtener etanol para la industria. Nada de eso llega a ser un plato de papas fritas, una bandeja de cochino con yuca o un tofú.
Desde este espacio en algún momento dijimos que la producción agroindustrial no alimenta al mundo. Produce alimentos malsanos para que los consuma el 20 ó el 25% de la humanidad, pero el 75 y hasta el 80% de la producción de alimentos del mundo son producidos en konukos o granjas como esta en la que vivo hoy día.
Desde aquí tenemos que hacer una definitiva distinción entre el valor agregado en función del capital, y el que aplicaríamos nosotros en función de nuestra supervivencia.
¿Cómo podemos explicar que Suiza sea el corazón de la chocolatería fina del mundo, pero no pueda sembrar una mata de cacao que sobreviva a sus inviernos y le proporcione la materia prima que necesita?
Todo el cacao sobre el que está construído el orgullo chocolatero suizo sale de Venezuela y de Costa de Marfil. Un par de países donde es más fácil conseguir dinamita para practicar la minería alternativa, que tomarse un chocolate caliente con pan de centeno en una cafetería de esquina.
El caso colombiano es patético. El Instituto Colombiano Agropecuario destinó su capacidad científica y técnica a producir dos variedades, una de cacao y otra de café, que superan tres veces en producción a la más productiva de las variedades criollas.
Pero tanto el café, como el cacao que produce esa planta tiene que ser ligado con cacao y café venezolano, en una proporción de diez kilos por cada cincuenta, para que gane sabor y aroma.
Si todo ese esfuerzo investigativo y financiero se hubiera dirigido a explorar la transformación de nuestra materia prima exquisita, en productos excelsos para nuestro consumo y la exportación de excedentes, los suizos tendrían que quedarse con sus relojes y sus quesos, que no los hacen nada mal.
Mientras tanto, a cada turista de alto nivel que visita las cumbres del Mont Blanc por estos días, le siguen ofreciendo, incluído en el costo del chalet, una buena provisión de «chocolate suizo» para que sus energías no fallen al momento de deslizarse por aquellas laderas nevadas de ensueño.
No sigamos siendo idiotas útiles del sistema, estudiemos, aprendamos cómo transformar en súper alimentos toda esta flora que cautivó a Humboldt y a Bonpland.
Dediquemos nuestros esfuerzos a seguir inventando cómo lograr maquinarias, herramientas y elementos tecnológicos con los que nuestra producción no sea la palanca del enriquecimiento de otros.
¡Hagamos lo que hagamos, agreguémosle valor!
1 comentario
La Inventadera es una ventana para ver una serie de de concreciones necesarias. Es airre para seguir respirando..
Malegra el espíritu enterarme de todos esos temas. Gracias por estar aqui.. Suscrita..