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El Cazador Novato

por Teresa Ovalles
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El mar y su inmensidad no lo conozco siquiera

siempre he vivido en el llano como nube pasajera

esperando que un mal tiempo me quite la vida entera

para caer como lluvia en una tierra cualquiera *

El hombre me había sugerido preparar y grabar unos contrapunteos. “¿Cómo hacemos?”, le pregunté. “Te vienes pa acá a pasá unos días”, me respondió. Pero él viviendo al pie del monte andino, ya entrompando montaña arriba hacia Mérida en Altamira de Cáceres, y yo, casi al límite del estado Anzoátegui en El Socorro de los llanos orientales. A la par de tanta intrascendencia que, en la cotidianidad general del mundo, uno asume con una importancia espeluznante, aquello no era fácil. La distancia no era poca y aun contando con los medios comunicativos actuales, de lejos no era factible.

Una vez le pregunté sobre los contrapunteos que grabó con Dámaso Figueredo. “Esos se grabaron de un solo tiro, improvisando en el estudio”. Fue su respuesta. De allí que, para los nutrientes emocionales de este extraordinario personaje, la distancia era inconcebible. Aquello para hacerlo como debe ser, ameritaba nervio, una juntura real, no virtual. Hoy lo recuerdo y agradezco esa iniciativa y esa invitación en alguien que no fue egoísta en el arte que hacía y fue capaz de celebrarlo y reconocerlo en otras fuentes. Si no, que lo digan Reynaldo Armas y Dámaso Figueredo, por nombrar dos, cuyos inicios fueron gracias a él.  

Nadie vive sin la muerte, la enfermedad y la vejez.**

El Cazador Novato, Rafael Martínez Arteaga, siempre acompañó el proyecto bolivariano.

De repente, la enfermedad, los obvios intentos para la recuperación, y luego nos sorprende (es tan habitual, tan de la casa la muerte, pero siempre es sorpresiva su llegada) la noticia de su cambio de paisaje como dijera Alí Primera, otro de sus amigos con quien compartió vivencias y convicciones políticas. Ocurrió un 5 de marzo, hace 6 años, en fecha coincidente con la partida de nuestro comandante Chávez, a quien El Cazador acompañó hasta el final en el proyecto bolivariano que había asumido desde siempre. Esos días, luego del reconocimiento público póstumo en la ciudad de Barinas, nosotros (José Roberto Duque y yo) enterados de que en su casa en Altamira de Cáceres culminaría el funeral, desde Caracas acudimos a esa despedida y allá llegamos con un litro e ron a eso de la medianoche.

Allí estaba en la sala de la casa el arpa ceremonial frente al ataúd junto a los candelabros, algunos amigos, sus hijos y Marbella, quien había sido su compañera por muchos años y que aún separados siguieron cultivando una amistad inquebrantable. Los cuentos de Marbella de los años del compartir que evidenciaban la condición amorosa y profundo respeto por la mujer del Cazador, que en la realidad contradecía el machismo expresado en muchos de sus poemas humoristas, lo cual indicaba que lo hacía con fines estrictamente jocosos.

Estuvimos hasta el amanecer cantando al son del arpa y escuchando los insospechados relatos de la vida de este grandioso poeta campesino, sin duda, uno de los últimos de una generación de copleros que asumieron la difusión y proyección de la música llanera como causa para enaltecer el arte de un pueblo escamoteado desde los tiempos remotos. Estábamos despidiendo quizás, al último de una generación de cuando la consigna de “la defensa del folklore” fue similar a la defensa de la patria y no se había convertido en frase hueca y slogan propagandístico de tanto farsante escudado detrás de este canto ancestral.

En esa militancia estética andábamos cuando a finales de los años 80, desilusionados de la práctica y los conceptos de los partidos de “izquierda”,  nos integramos al movimiento cultural como trinchera de lucha, y por allá en 1991, Rafael Martínez Arteaga nos acompañara en una actividad de las tantas que se organizaron, denominada “El Cazador Novato en la Universidad: Conversa y canta”. Esos años fueron los inicios de una amistad sostenida, a veces interrumpida por la ausencia, pero conectada firmemente en la afinidad ideológica. Luego nos acompañó en el “Encuentro Internacional de los Sueños”, en San Diego, Carabobo, esos años noventa y sucesivamente siempre estuvo allí presto al cultivo de estos motivos que aún nos mueven. Incluso, fue inspirador y enlace con Dámaso Figueredo para la investigación que desde ese devenir culminara en el reciente libro Contrapunteo con Dámaso Figueredo***, donde se plasma la esencia de las coincidencias conceptuales y del corazón que nos relacionó afectuosamente.

En la obra de este clásico poeta campesino del llano se exaltan las virtudes y miserias del pueblo que somos, como parte de la tarea asumida por Simón Rodríguez de construirnos culturalmente, luego de haber obtenido una independencia política y territorial a costa de tanto dolor. La desnudez de su poesía descuartiza las máscaras culturales asumidas como rostros normales en el sistema ético y moral del capitalismo.

Cabe destacar también que fue El Cazador Novato uno de los pocos que enfrentó a la industria discográfica en su momento. Sostuvo una férrea contienda legal con un conocido sello disquero de la época, en el intento de recuperar sus grabaciones originales para reproducirlas por su cuenta.

Así que cuando escuches el nombre de El Cazador Novato, recuerda que no sólo fue un coplero genuino, un compositor copioso y majestuoso en la declamación, el más elocuente expositor del canto jocoso del llano, junto a Dámaso Figueredo, pero también un revolucionario y bolivariano a carta cabal.  

*El Cazador Novato. Canción: Grito de la soledad. (En la voz de Nélson Morales) https://youtu.be/tYWoCbVIgts

**Gino González. Canción: Mortificación https://youtu.be/yW9Zn52Y4Q4

***Gino González. Contrapunteo con Dámaso Figueredo. El Perro y la Rana (2022)

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