La modernidad, que ha derivado en capitalismo global, se ha basado en la guerra contra la naturaleza humana y no humana desde su origen. Muchas de las ideas que sostienen nuestro estilo actual de vida se basan en dominar a la red de vida (o naturaleza) y a “lo otro”, a lo que no es de esa esquina del planeta que se asumió dueña del resto.
Domar es parte de nuestro imaginario occidental, el libro bíblico del Génesis se ha interpretado comúnmente como una guerra del “hombre” contra la naturaleza. La separación entre Dios, hombre y naturaleza ha dejado a esta última como objeto bajo dominio del ser humano para su felicidad.
No solo se asume que el ser humano no forma parte de la naturaleza sino que ello le autoriza a usarla según sus convenciones, también se da una separación y jerarquización respecto a otras culturas y cosmovisiones que no lo asumen de dicha manera. Pero la fragmentación prosigue, Descartes planteó la separación entre mente y cuerpo, subjetivo y objetivo, y Francis Bacon planteó un conocimiento objetivo y universal, en tanto que los demás patrones de conocimiento, al no asumirse con poder sobre la naturaleza, han sido considerados lejanos de “la verdad”.
La producción de este conocimiento “universal” ha respondido durante mucho tiempo a los intereses de gente blanca, masculina, europea y a un sector privilegiado, desde donde se han formulado estas ideas en sus idiomas.
Pero la guerra es más antigua que este patrón civilizatorio, ha estado presente en cada una de las páginas de la historia humana, tanto que ha sido el motor de la tecnología. Es cierto que detrás de cada avance tecnológico ha estado la supervivencia humana como parte de nuestro instinto, pero la guerra también ha estado cada vez más presente. No se ha tratado solo de sobrevivir a la intemperie, sino de dominar a otros, o defenderse de otros.
Cuando se buscó igualar “razón” y “dominio” se concluyó que cada información obtenida del entorno servía para dominarlo, esto incluye también a las culturas sobre las cuales se expandieron los imperios europeos en busca de la “naturaleza barata”.
Como es evidente, la guerra ha “progresado” en su objetivo de matar mejor, no solo a través de sus armas, sino también contribuyendo al entramado de crisis que hoy sufre nuestra especie. La guerra es una industria más, por lo que también depende de una extensa red global de portacontenedores, camiones y aviones de carga para abastecer sus operaciones con todo, desde bombas hasta ayuda humanitaria y combustibles fósiles.
Un estudio de la Universidad de Brown publicado en 2019 ha destacado que, si el ejército de Estados Unidos fuera un país, su uso de combustibles fósiles por sí solo lo convertiría en el 47º emisor de gases de efecto invernadero del mundo, entre Perú y Portugal. Washington solicitó ser exonerado de reportar emisiones militares en el Protocolo de Kioto de 1997, pero esto se resolvió durante el Acuerdo de París. Como se recordará, el expresidente Trump se retiró del mencionado acuerdo, por lo que costará un tiempo monitorear cifras como las siguientes:
- En 2017, el ejército estadounidense compró alrededor de 269 mil 230 barriles de petróleo al día y emitió más de 25 millones de toneladas de CO2 al quemarlos.
- La aviación militar estadounidense compró 4 mil 900 millones de dólares en combustible y la marina de guerra con 2 mil 800 millones de dólares, seguida por el ejército con 947 millones de dólares y la Infantería de Marina con 36 millones de dólares.
Mientras el Pentágono (Departamento de Defensa estadounidense), el empleador más grande del mundo, confunde al negarse a emitir cifras concretas, la diplomacia de ese y otros países aliados sigue obligando a países como Haití a recortar emisiones de CO2 (0,03% del global) a cambio de “ayuda climática”. El 70% del presupuesto climático de 1,1 mil millones de dólares de Haití (773 millones) está destinado a hacer que la producción de energía sea más “sostenible”. Esto implica mejorar la energía hidroeléctrica y aumentar el uso de la energía solar, entre otras acciones energéticas, pero muy poco de reforestación.
Entretanto la OTAN publicó su Plan de Acción sobre Cambio Climático y Seguridad, reconociendo que la “planificación militar” de los estados miembros se ayudaría con mejores datos. Dicho plan no posee una metodología coherente ni un requisito de notificación para estas emisiones.
Es el mundo y sus desbalances de poder, es lo que nos toca empezar y cambiar desde lo germinal, como todo, como la vida misma.