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Un Gutenberg maracucho en La Candelaria

por Aldemaro Barrios
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La encuadernación de libros y su conservación es un arte que data del medioevo. Hoy es un oficio exclusivo que requiere procedimientos profesionales, arte de maestros artesanos especializados. Nelson Bravo Zambrano es un entusiasta cultor de este saber casi extinto

Aldemaro Barrios / Fotos: Lheorana González

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Antes de entrar en el taller de Nelson Bravo Zambrano es bueno repasar la historia de su oficio, ese arte del que es continuador.

Desde la invención de la imprenta con tipos móviles realizada por Johannes Gutenberg, alrededor del año 1450 en Alemania (impresión de la primera Biblia de 42 líneas, llamada así por el número de renglones a dos columnas que constituían las 1.286 páginas de esta obra pionera de la impresión gráfica, al menos en Occidente) la conservación de libros por vía de la encuadernación profesional constituye una labor de delicada factura y de técnicas sofisticadas que permiten entender por qué el libro seguirá siendo un bien preciado por la humanidad.

Cual orfebres, como lo fue Gutenberg, los artesanos encuadernadores seleccionan materiales, aplican procedimientos y obtienen resultados que no han podido ser superados por la industrialización mecánica de esos procesos de producción, en tanto que resultan verdaderas obras de arte generadas con las manos diestras de estos artesanos.

En Europa la expansión del oficio de encuadernador data del Siglo XV, paralelo a la creación de la imprenta. No obstante, la encuadernación más antigua fue la de una cartera recubierta en papel sobre madera producida en Augsburgo, en 1482. El uso del cuero fino como el de cabritilla también fue usado para recubrir las portadas rígidas de libros con tablillas de madera que eran encuadernadas con ese tipo de cuero.

Antes de la invención de la imprenta se usó la encuadernación con tapas de madera para resguardar documentos, a muchas de estas encuadernaciones se les decoraba con piedras preciosas o materiales como oro, plata o marfil, lo que hacía al objeto una pieza muy apreciada en los círculos sociales de las clases dominantes.

Con la invención de la imprenta la encuadernación adquirió un uso más democrático y común, sin embargo siguió siendo un oficio artesanal de cierta magnificencia, tal como hoy se muestra como una exclusividad, incluso como obra de arte. Desde el punto de vista estético la encuadernación y sus decoraciones asumieron los modelos y estilos artísticos de cada época, así los modelos barrocos de decoración fueron verdaderos muestrarios de las tapas de libros que caracterizaban sus portadas y lomos.

América se vio influenciada por la formas estéticas europeas en este oficio; la tradición de encuadernación artesanal heredó los estilos barroco desde el Siglo XVI , plateresco (XVI-XVII), que es una línea artística muy española que mezclaba el estilo renacentista e isabelino con abundancia decorativa, tratando de imitar los bordados y el trabajo realizado por plateros y orfebres.

En el siglo XIX se impuso la frialdad del estilo romántico y neoclásico denominado “catedral” por los diseños que imitan la arquitectura gótica, hasta el Siglo XX con las tendencia vanguardistas alemanas y rusas muy influenciadas por la propuesta de diseño de la Escuela Bauhaus que marcó un sino en los estilos de encuadernación por la sencillez lineal limpia y delicada.

En Venezuela la encuadernación corre su historia junto a la de las imprentas tipográficas desde aquel primer ensayo del español Juan Gutiérrez Díaz, en 1816, que fue después heredada por el discípulo venezolano Vicente Espinal en 1824. Así lo relata José I. Urquijo:

«De manera que creó así el mejor establecimiento tipográfico del país para aquellos tiempos, que llegaría a ser una verdadera escuela de tipógrafos, cajistas, prensistas, maquinistas, distribuidores, correctores y encuadernadores, y de todos los oficios de este importante ramo de servicios. El tren de encuadernadores, donde también se formaban con los años en el oficio, contaba con un director, el oficial principal y el segundo oficial, cuando era necesario, además de cierto número de aprendices».

El desarrollo de la industria editorial en el siglo XX permitió que los encuadernadores tomaran rumbos independientes, y así a Caracas y otras ciudades del país llegaron inmigrantes alemanes o españoles diestros en la confección de tapas y acabados para encuadernar libros como dedicación exclusiva.

Unos son de la Marina…

Nelson Bravo Zambrano es un maracucho venido de esas herencias artesanales del encuadernador moderno con fórmulas artesanales tradicionales. Lo conseguimos en su taller ‘Encuadernadora Zambrano’, en un local pequeño en el sótano del edificio Albión, ubicado entre las esquinas de Alcabala y Puente Anauco, en La Candelaria, y ahí nos contó su historia.

—Yo me inicié a los 18 años; empecé a trabajar con un señor alemán de nombre Gerald Walter en su negocio que se llamaba ‘Encuadernación Alemana’, en Quinta Crespo. Era el año 1968. Yo lo había conocido en Maracaibo, luego de salir del servicio militar, incluso me llamó y me pagó el pasaje para que viniera a Caracas. El señor Gerald había sido el encargado de la Librería Bustamante, una librería grandísima que había en Maracaibo, luego se vino para Caracas. Ese señor sabía de litografía, tipografía, encuadernación, sabía de todo este ramo, era un erudito en todo eso.

«Entonces le mandé una carta, le escribí, porque yo estuve sirviendo en la Marina hasta el año 1968 y estaba pelando bolas, entonces me vine, conocí a la señora Imelda en San José, que me dijo que tenía habitaciones para alquilar, se pagaba 84 bolívares mensuales, 21 semanales y yo ganaba 8 bolívares diarios (más o menos 240 mensuales) porque ya yo sabía algo de encuadernación, medio trasteaba. Ahí me alquiló esa habitación en su casa ubicada en San José de Cotiza.

«Pero donde terminé de formarme fue en la ‘Encuadernación Hernández’, cuyo dueño era el señor Luís López, aunque antes había trabajado en Chacao con Guillermo Palacios; él tenía una encuadernadora para maestros, pero ese carajo era muy jodido, cuando llegaba el viernes para pagar, le daba a uno la mitad.

«Un día vine por aquí por La Candelaria. Como vivía en San José, me paré por aquí y hablé con el señor Luis y le dije que la vaina estaba jodida, que yo era del interior, que tenía que pagar una habitación, y me dijo: ‘Vamos a hacer algo, el encargado está por irse y como tú sabes algo… vente el lunes’. Así fue que el lunes llegué a la 7:30 de la mañana, temprano, me llevaron al taller. Ellos tenían el taller de artística y tenían el taller de encuadernación de lujo».

Al entonces joven Bravo Zambrano lo ubicaron en el Taller de artística para hacer libros con tapa de acabado fino, con lomo perfilado y estampado. Luego de un alto en la conversación sigue su narración:

—Empecé así haciendo encuadernación para la Bolsa de Caracas y para todo tipo de clientes, así los fui conociendo a todos, sus gustos etc. Recuerdo a un portugués de apellido Alves; ese señor traía semanalmente de 40 a 50 libros o fascículos (encartados) de los periódicos para encuadernarlos, algunos que traían la tapa impresa y otros que no, y le hacíamos la tapa impresa y todos los viernes venía a buscar esos libros, así estuve doce años con el señor López.

«Después vino un amigo mío y me dijo: ‘Estoy cansado de trabajarle a esta gente, vamos a salirnos, ¿por allí no hay un local?’ Así conseguimos un huequito en la esquina de Puente Anauco, y compramos una prensa de encuadernación».

Aquella proposición de su amigo significaba un riesgo que ambos tenían que correr porque significaba tener su propia encuadernadora, su propio negocio. La suerte le estaba sonriendo a Bravo.

—Mi amigo tenía un contacto bueno en la Universidad Católica Andrés Bello y le hicimos una cantidad de libros que en aquel tiempo era un dineral, cerca de 20 mil bolívares: eso era real, estamos hablando de finales de los años 70.

Guillotina para sentar cabeza

El Gutenberg maracucho durante la pasantía en ‘Encuadernadora Hernández’ había hecho relaciones con clientes de aquella empresa, además había perfilado sus habilidades técnicas, por lo que era apreciado a pesar de la situación crítica por la que pasaba el país producto de la devaluación del bolívar y de una economía monodependiente.

Nunca faltó la solidaridad de otros compañeros o allegados, incluso de otras nacionalidades, que encontraron una oportunidad para trabajar honradamente en este país.

—Yo conocía a un portugués de apellido Pereira y le dije si sabía de una guillotina, porque él vendía esas cosas y me dijo: ‘»‘…en la Pastora están vendiendo una’, y es esta misma guillotina que tengo aquí; todavía funciona y trabaja perfectamente, me la vendieron en 15 mil bolívares, todavía me quedaron cinco mil bolívares.

El local donde funciona su taller tiene el espacio necesario para desarrollar la actividad artesanal de encuadernación. Está ubicado en la Candelaria, que es un área de comercios y gastronomía en el centro de Caracas. Señala Nelson Bravo que allí había funcionado un estudio de ensayos y grabaciones musicales donde iniciaron su actividad profesional Jesús Colina y Franco de Vita, quien vivió en la cuadra. Ambas figuras fueron artistas estelares de las décadas de los 80 y 90, pero habían iniciado sus actividades profesionales en aquel “sucucho” cuyas paredes estaban forradas de cartones de huevos, una manera de neutralizar el eco generado por la acústica del sótano.

La animosidad del maestro encuadernador se manifiesta emocionalmente al narrar su propia historia cuando recorre con su mirada su taller, como si viera en retrospectiva todo lo logrado desde los años setenta hasta hoy y cómo sus relaciones interpersonales solidarias le ayudaron a salir adelante: «Un día llegó un amigo mío que nos traía trabajos aquí y nos trajo unos libros, yo le dije a Pedro (González), mi socio, y me dijo ‘vamos a echarle bolas'».

En los Salesianos, donde asistió como aprendiz de encuadernador al llegar a Caracas para mejorar su aprendizaje técnico, le enseñaron las cosas más fundamentales para toda la vida en su oficio profesional, señala: las cualidades humanas, la entrega, la honradez y la pasión por un oficio.

—Nosotros teníamos en el entrenamiento en Salesianos un tipo que te guiaba y te corregía los errores, ese guía era español y se llamaba Brandon, ahí aprendí mis primeras nociones con un tipo que se llamaba Jesús, mientras trabajaba con el alemán Walter.

Destaca con pasión el maestro que en la confección de una encuadernación hay que calibrar los materiales, registrar y calcular bien los detalles y ajustes milimétricos de la portada, la tapa, el lomo, para que todo quede precioso y compuesto con el estampado tanto en la portada como en el lomo del libro.

«En la encuadernación moderna hay máquinas que cuadran un libro completo pero son costosas y nunca serán iguales a los hechos a mano, porque se trata de un arte, por eso es que se llama encuadernación de lujo», señaló Bravo.

El procedimiento

—Cuando se va a encuadernar un libro lo primero es revisar hoja por hoja, luego si hay deterioro en el papel hay que restaurarlo y ver si tiene espacio para el lomo, distante al área de la impresión del libro.

Mientras el maestro conversa sobre sus habilidades y destrezas precisa que “…los papeles viejos agarran cola bien, se formalizan con cola bajo presión de una prensa horizontal, hasta que se sequen. No todos los papeles son iguales, los de antes tienen buena fibra. Los papeles glasé son malos para encuadernarlos porque son muy lisos”.

Bravo Zambrano hace énfasis de que se trata de un proceso: «…la gente cree que esto es soplar y hacer botellas. Por ejemplo, cuando ya tienes el libro prensado, lo refilas y le haces su tapa, luego viene lo que se llama ‘la guarda’, que es un empapelado al interior de la tapa y la contratapa. Luego lo grabas, es decir, le colocas el nombre o título del libro y luego lo vuelves a colocar en la prensa vertical».

Cuando conversa sobre sus trabajos lo hace con una especial estimación por el oficio:

—Mi método de trabajo es el de los Salesianos y todavía lo mantengo, el alemán me enseño a coser libros, son encuadernaciones más difíciles, porque son hechas a mano, pero eso ya no se usa porque inventaron máquinas de coser. Aunque hay libros, incluso revistas, que no se pueden coser en máquinas porque parten las agujas, por eso hay que hacerlo manualmente.

Nelson Bravo recuerda que una vez, cuando el Papa vino en los 80, unas señoras encopetadas vinieron a su taller para que les encuadernara un libro que le iban a regalar a su Santidad: “Ellas trajeron el material, yo lo cosí, lo empasté, encuaderné y le imprimí el título: “El Papa Amigo”.

Algunos personaje públicos como Guillermo Morón algunas vez fueron atendidos por Bravo Zambrano, quien ya tenía prestigio en algunos círculos de intelectuales. Refiriéndose al historiador Morón señaló: “Bueno, él no vino aquí al taller, vino el chofer a llamarme para hablar con ese señor, yo subí y me ordenó encuadernarle 4 colecciones de 12 libros con tapa de cuero, se las hice y quedó satisfecho. Yo también hacía estampados personalizados como las billeteras con cuero cabritilla, que es un cuero de chivo pero muy fino, muy procesado».

Más de cincuenta años han transcurrido desde que el maestro Nelson Bravo comenzó su dedicación a la encuadernación de libros, lo delatan sus manos y uñas, experimentadas en el oficio y diestras por la experiencia de cinco décadas de trabajo ininterrumpido.

Pocos son los que hoy se dedican a una disciplina tan laboriosamente artística como esta, cuando un artesano es capaz de volver la vida a viejos libros desgastados por el tiempo que con cuidado el maestro Zambrano toma en sus manos con cariño para devolverle cuerpo y alma.

El oficio de encuadernador, tanto como el del tipógrafo, son disciplinas que la era digital no ha podido superar, quizás por tratarse de una labor artesanal manual que amerita una dedicación exclusiva y trato preferencial para que sus trabajos sean apreciados como obras del arte gráfico.

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Historiador

2 comentarios

Marco 27 mayo 2023 - 23:53

Un trabajo artesanal para lo cual se necesita tener gusto y Pasión!

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Teresa Ovalles M, 9 mayo 2023 - 17:19

Qué bello trabajo! Tanto el trabajo fotográfico como el texto son como preciadas joyas del periodismo. Felicitaciones!

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