Hace poco hice una entrevista a un colectivo de mujeres en Venezuela quienes, entre otras cosas realizan un encomiable trabajo a favor de pedagogizar la seguridad digital, esto es: enseñar a protegernos en el espacio digital.
Debido a que lo tecnológico no es precisamente mi fuerte, me vi inmersa en un berenjenal de información y contrainformación desconocida para mí y hasta aterradora. Cada palabra, cada término, se convertía en una ventana que descubría uno u otro conflicto social en este insólito universo de las redes. Hallazgos sorprendentes de una investigación que me removió tripas y ovarios, especialmente los últimos.
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Se ha dicho: “Lo que está ocurriendo en el mundo no tiene precedentes”, “La tecnología avanza más rápidamente de lo que podemos procesar sus cambios”. Hace poco, en un programa de radio de mocedades, el presentador comentaba que le daba risa quienes hablan mal de las redes por las redes. Ciberadicciones, ciberderechos, ciberseguridad: “Ya todo es por ahí”, dice la gente en la cola de la farmacia.
El tema es que estamos entrampadas/dos en “el sistema”. Trampa vaticinada por aquella película taquillera de nuestra juventud: Matrix, que no vimos en ninguna “app”, sino en el cine, como las deidades analógicas mandan. Los controles de nuestras vidas por “lo digital”, si bien no podemos decir que son totales, sí llegan a ser totalitaristas.
Tal vez los riesgos en este mundo son tan inconmensurables como en el “real”, pero tenemos la percepción de que son superiores, en parte, dada la masificación e intensificación del crimen por el fenómeno de la viralización. Estafas, secuestros, violencia digital, escarnio público, fake news demenciales, bulling, parecen poder victimizar y revictimizar a una mayor cantidad de personas.
En las publicidades de YouTube y en los videojuegos se trasmiten contenidos atroces impunemente y las legislaciones parecen no poder, o no querer hacerse cargo. Lo mismo aparece como publicidad un curso de idiomas que un video de reguetoneros consumiendo, produciendo o distribuyendo droga en medio de una rumba con pinta de orgía, escenario que, según se dice, es juego de infancias comparado con lo que puede encontrase en las llamadas redes ocultas de acceso privado, un submundo de hackers: las Darknet, Deep net, Dark web.
Hace pocos meses casi enloquecí con un cookie que se metió en mi máquina. Es la única computadora que hay en casa, es decir, que no la uso sólo yo, sino también mi hijo –que para entonces tenía 12 años–, eventualmente con sus amiguitos. Se trataba nada más y nada menos que de ofertas de prostitución locales. Me hubiese sorprendido menos un anuncio de pornografía, a lo que penosamente ya estamos acostumbradas/dos. Pero, ¿mujeres desnudas con nombre y localización real que aparecían cada cinco segundos en la parte inferior de la pantalla sin poder evitarlo? Era como demasiado. Tuve que pagar para eliminar este Drooppy exasperante que no me dejaba trabajar y me colocaba en una situación vergonzosa en el círculo de padres, madres y representantes de mi vecindad. A partir de ahí, como medida radical decidí bajo ninguna circunstancia darle aceptar esos diabólicos cookies.
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Me di cuenta de mi gran ignorancia acerca de los delitos digitales al ingresar a una encuesta que caracteriza la violencia digital en el país, realizada por ese mismo colectivo Mujeres Activistas por el Software Libre, ya que en ella pude identificar tan sólo el 10 por ciento de todos los tipos de violencia que la misma contemplaba.
La pesquisa para esta entrevista marcó un antes y un después en mí. En aquel “antes”, vivía un poco más esperanzada con todos los avances que han logrado los pueblos del mundo en materia de derechos humanos, en lo que ahora distinguimos como “la vida real”. Los pueblos revolucionarios del Sur hemos sudado leyes apegadas a tratados internacionales que protegen a las poblaciones más vulnerables. Pero estos logros parecen hacerse agua en la “meta realidad”, algo así como cuando a una o a un infante pobre que nunca tuvo niño Jesús, por fin, un día le llega un bonito regalo con lazo rojo y todo. Al acecho está el primo grande y maluco, esperando que lo abra para quitárselo y destrozarlo sádicamente cuando nadie se dé cuenta. El fascismo engorda en su gobernabilidad en el mundo digital como si nos dijera que todo esto de la justicia y la equidad ha sido un lindo sueño, pero que no nos hagamos ilusiones, o sea, ¡no te vistas que no vas!
El asunto de los derechos humanos en “lo digital” no se trata tan sólo del acceso a la conectividad y a los medios digitales, esto es, que el abuelito tenga su teléfono «androide», que la escolar tenga su Canaimita, que todos, todas, todes y todexs tengamos wifi y seamos felices. La cosa va más allá. El “ahora todo es por ahí” implica que se le está cercenando a buena parte de la población mundial (por supuesto los grupos marginados de siempre), el derecho a la seguridad social, salud, educación y otras garantías básicas. Entre sus causas está el analfabetismo tecnológico y la falta de conectividad, pero también la discriminación social, racial, etaria y de género. La segregación fascista ya no es “face to face”, sino “más especializada”: por algoritmos.
Ante ello muchos grupos de defensa de los derechos humanos en el mundo están trabajando activamente en el ámbito de lo que se ha denominado derechos digitales. Ejemplo de ello son las reacciones de las organizaciones en defensa de los derechos de la población gitana en España. En los Estados Unidos de Norteamérica grupos de personas afrodescendientes reclaman la presencia de cámaras en las calles con algoritmos de reconocimiento facial. Dependiendo del porcentaje de personas de color que capten transitando por X barrio, el mismo se estima como más o menos peligroso. Ya sabemos con qué criterio se hace dicha estimación.
Estas organizaciones van en patines, pero la carreta que lleva la participación a los espacios parlamentarios del mundo para la toma de decisiones en materia legislativa y controlar todo este caos, parece dirigirla un burro ciego. ¿Motivos? La misma mano peluda de siempre: control, poder, dinero, dominación. Lo aterrador es que posiblemente la humanidad pueda estar a un paso de retroceder a una especie de oscurantismo religioso cuyas hogueras son diseños digitales.
He conversado con algunas personas para quienes está muy clara la línea a trazar entre el ascenso al poder de líderes de las iglesias pentecostales al congreso estadounidense y el contenido fascista, que con un marcado ahínco misógino, se esparce por el mundo a través de la sociedad digital globalizada. Estos poderes de ultraderecha religiosa tienen por supuesto el poder económico en el fulano “ahí”. La inversión en la mayor maquinaria de alineación hasta ahora existente, la industria del entretenimiento (T.V., cableras, cine), es una burusa si se la pone al lado de la mamá de los helados: la web.
Este fascismo estadounidense ha dado francos reveses a los logros de la comunidad LGTBQ+, la comunidad negra y en general de los grupos a quienes esa sociedad llama “las minorías”, es decir, se están metiendo con los coroticos del pesebre de los gringos, los apreciados “derechos civiles” (claro que aquí pensamos que esa sociedad básicamente se los ha pasado por el f… pero ahora parece que la cosa está más descarada con leyes fascistas y todo). Este escenario nos tiene que llamar a la reflexión-acción, dados los abrumadores espacios políticos ganados por estos grupos religiosos aquí en nuestro país y en la región nuestroamericana.
Siguiendo el hilo relacional, un grupo digital llamado los Incels, quienes abanderan la inferioridad del género femenino, influyen en los jóvenes para que asuman las “bondades” del no compromiso sentimental en las relaciones con las chicas. Son radicalmente misóginos, abundan en los video juegos y en las redes sociales que más usan los chicos. Estos y otros grupos similares ya han sido catalogados como terroristas por cometer crímenes en masa en nombre de sus ideologías. ¿Casualidad? No lo creo. En el mundo digital les sale más barata la cosa porque no tienen que coserse las capuchas.
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Por todo este confuso y caótico escenario, cuando tu hijo te dice que quiere abrir una cuenta de Facebook, entras en pánico. Es a algo así como que pida permiso para ir a su primera rumba o darle las llaves de la casa. La cosa es que quienes criamos ya pasamos por esa. Todo el mundo se acuerda de su primera borrachera y sabe lo que hay que hacer. Pero no hay guarapos, sopas de pollo y bebidas energizantes que disipen la resaca de una hija adolescente en situaciones de vulnerabilidad expuesta por las redes. Todo queda en “la nube”.
Las habitaciones de los hijos e hijas con dispositivos dentro se convirtieron en lo que para una/o fueron las zonas rojas de la calle. “La calle”: el coco de mi generación, donde estaban todos los peligros, los vicios, las malas mañas, las malas juntas. Para las chicas, el temor al sexo. Era el sitio donde se encontraban los temibles “sádicos”, esos seres extraños de quienes no sabíamos nada porque nada nos explicaban, pero a quienes le teníamos pavor. Hasta que una prima de mayor edad nos ofrecía toda su sabiduría iniciática en una gráfica explicación de lo que ha constituido por siglos el mayor temor de las mujeres: la violación.
Hoy todo eso y mucho más está en las redes. Las aplicaciones y distintos dispositivos para los famosos “controles parentales” son un drama porque hay que ponerse estudiar y casi nunca sabemos sacarle el verdadero provecho. Lo mismo los protocolos de seguridad digital. Estos son algo así como tener una casa inmensa con garaje, puertas y portones cuya parafernalia de cerrojos y candados da pereza ajustar todas las noches. Es una situación que nos desborda, nos sobrepasa.
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¿Qué hacer? Si no finalizo con una actitud propositiva creo que sería señalada como una pecadora inmortal en el metaverso, pero en realidad no es tan difícil. Recomendaciones: 1) Serenidad: Puede que sienta pánico, pero no deje que éste cunda. 2) Definitivamente debemos hacer frente a esta situación empoderándonos con herramientas que, adaptadas a nuestra realidad, las podamos incorporar como rutina. Dicho de otro modo: poner los cerrojos en la casa antes de dormir no es una cuestión de elección, la seguridad digital es una prioridad. Para (in) formación podemos acudir a unas chicas que parecen tener el superpoder de ver a través de la cortina de humo que nos agobia. Puede ingresar a la cuenta: @activistassl, enterarse de algunas sencillas medidas de seguridad y también solicitar ayuda. 3) La táctica infalible con las crianzas: límites sanos, amor, cuidado y control como la canción y la conversación franca, clarita y sin tapujos.
Termino con una frase de mi abuela: «Malucos va a haber toda la vida, pero siempre hay que pensar que las buenas personas somos más».