Aldemaro Barrios
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Juan Solórzano es un campesino conuquero de los montes altos de Quebradón, en el límite Guárico-Miranda, en la Serranía Maestra del Interior, una cumbre de montaña entre Cúpira y San José de Guaribe. Es músico, pero no de profesión. No es lutier pero las circunstancias, la soledad y su voluntad de hacer música lo llevaron a fabricar violines de una madera blanda de esa zona montañosa para su propia recreación.
La zona montañosa en el vértice de los estados Miranda, Guárico y Anzoátegui no encuentra tránsito sino a través de motos, bestias o a pie, las carreteras que antes eran transitadas por carros rústicos se perdieron entre cangilones y barrancos por donde nunca más entró una maquina pesada para recuperar la vía. En ese intrincado rincón montañoso del sitio de Quebradón vive Juan Solórzano, ocupado de la faena conuquera en medio de la soledad silenciosa hasta que una guacaba (gavilán Herpetotheres cachinnans) con su canto perfora el silencio y alerta a las culebras venenosas de su presencia antes de degustarlas.
Después de las tareas de limpieza y mantenimiento en el conuco quedan las horas de las tardes taciturnas para ocupar la mente en pensamientos de la memoria oral, un radio de pila le hace compañía para saber que existe el mundo y ponerlo al tanto de la agitada vida que viven los citadinos. Juan es músico de oído como suele decir, alguna vez de niño escuchó tocar violín al viejo Apolinar Ramírez cuando vivían en las extremidades de la cordillera del lado guariqueño, en un vecindario conocido como Cerro Seco, al pie de los Morros Pandos, dos inmensos montes de formación sedimentaria que asemejan dinosaurios.
“Madera” de cachicamo y morrocoy
Alguna vez en Guaribe Juan pensó en silencio hacer un violín en tanto los recursos no le daban para comprar el instrumento. De esa memoria y de un viejo violín de Vidal Canache, dibujó un modelo del instrumento sobre una cartulina, hizo las plantillas y se llevó en el morral aquel proyecto de instrumento metido en su gualdrapa junto a un lápiz y un centímetro de espiral.
Ahora se ocuparía durante las tardes libres de su estadía solitaria en Quebradón de buscar las maderas, cortar y labrar a punta de navaja las formas más complejas del violín, la voluta que tiene forma espiral donde se ubica el clavijero y las clavijas, el mango sobre el cual colora el diapasón y el puente hecho con una pieza maleable de metal (lámina de zinc) o de plástico desde donde se estira el cordal que en su caso es hecho del cuerno de ganado.
La hechura de la tabla armónica o tapa superior y la tapa de fondo, incluyendo los oídos (orificios con formas de notas musicales sobre la tabla armónica) son labradas a mano, con la encorvadura apropiada, todo tallado con navaja usando listones o láminas de cupacho, un árbol de madera blanda que se consigue en esas montañas.
La pieza más difícil de labrar y doblar son la cubiertas laterales, que los lutiers fabrican mediante un proceso fino de cepillado de láminas delgadas de madera calentadas para darle forma. Pero como Juan no tiene las herramientas se las ingenió para usar conchas de morrocoy (Chelonoidis carbonaria) o de cachicamo (Armadillo dasipódido) sumergidas en agua caliente, cortadas y dobladas húmedas y luego secadas al sol con la curvatura deseada. Estas conchas le ofrecen brillo al sonido por ser un material sólido.
Finalmente la hechura del arco o varilla, también labrada a mano, y las cuerdas metálicas, adquiridas en el mercado del pueblo. El producto final es una pieza de arte que a través de su rústica labranza brinda un sonido peculiar de tono campesino artesanal, de donde salen las notas musicales que le alegran las tarde solitarias a Juan Solórzano y acompañan las fiestas campesinas en Guaribito.
Violín de cupacho con cubiertas de caparazón de cachicamo, en manos de Juan Solórzano (cortesía familia Solórzano)
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Instrumentos irrepetibles
La comparación podría ser exagerada pero desde que en el Siglo XVII Antonio Stradivari creo el modelo de violín excelso, de la mano de su maestro Nicola Amanti en Cremona, Italia, el violín moderno no ha tenido cambio sustantivo y no se ha superado la calidad de sonido de un Stradivarius.
La diferencia es que este campesino venezolano, llamado Juan Solórzano, que no tuvo maestros exclusivos ni maderas refinadas, y aunque su violín de cupacho no suene como un Stradivarius, bastó la opinión del conocido violista venezolano Eddy Marcano para calificarlo: “Esto es un tesoro”, dijo el consagrado violinista al tiempo que disertó sobre la enorme capacidad del pueblo venezolano para la inventiva y la creación, indicando que era necesario reconocer lo que se hace en Venezuela en cada región del país que es una fragua de músicos, compositores, poetas y creadores de todo género.
El violín es un instrumento melódico de cuerpo hueco, de 90 piezas, con un peso no mayor a 250 gramos, por lo que su estructura es muy ligera. Tradicionalmente en la fabricación de un violín se usan maderas importadas como el arce, el palisandro o el pino.
El violín Stradivarius es irrepetible, como lo son los violines de Solórzano. Los Stradivarius por su fama conocida, constituyen instrumentos característicos de una obra de arte donde cada parte, cada madera, incluso la selección de las colas de pegamento y el barniz para protección de la madera, constituyen secretos que el lutier conocía para la realización de cada instrumento con una particularidad sin igual. No hay dos Stradivarius iguales, cada uno tiene una “personalidad” y características definidas. Hasta ahora nadie ha sido capaz de construir un violín que suene igual que un Stradivarius, aunque la fama precede a estos instrumentos.
Por su parte, detrás de esta historia de Juan Solórzano subyace un elemento simbólico que lo hace distintivo en nuestro momento histórico.
El repertorio del violín de cupacho
Cuando conversamos con Solórzano en el patio de la casa de su madre Doña Porfiria Ron, en el barrio Guaribito en San José de Guaribe, rodeado de cayenas y el aroma del oreganito florecido, comprendimos que estábamos ante una historia significativa. La candidez de su relato retrata la humildad y sencillez de un campesino venezolano que recoge el sentimiento auténtico de un creador, artesano y músico.
Juan aprendió sus primeras lecciones musicales viendo a su padre Pedro Damián Solórzano y sus amigos, que animaban fiestas campesinas con el violín de antiguos campesinos como Apolinar Ramírez. La familia Solórzano es de la montaña, son de arriba, de Tierra Fría como suelen llamarlos los locales para diferenciarse de los del pueblo o “yabajeros”.
Desde abajo se escucha a los «yabajeros» y de arriba a los montañeros que vienen al pueblo desde la Serranía Maestra de Interior, de allí que su música es más ruda y entonada con el trabajo de jornal de estos campesinos. Igualmente su repertorio contiene joropos, merengues, pasajes y otros ritmos que tocaban antiguos compositores como Juan María Carao entre otros golperos, que viajaban de caserío en caserío en tiempos de fiesta para alegrar la vida del campesino de la montaña.
En este caso, los hermanos Solórzano Ron, Juan, Dagoberto y Bernardino, son los herederos de cantos y toques que su padre Pedro Damián y Apolinar Ramírez tocaban las fiestas campesinas que se desarrollaron durante los años 30, 40 y 50 por esas montañas entre Guárico, Miranda y Anzoátegui.
La iniciativa de Solórzano sólo se puede comparar a la capacidad que tiene el ser humano de recrearse ante las adversidades y dificultades para la realización del hecho creativo. Así que no se trata de un simple individuo artesano que hizo su propio violín para recrearse en sus días solitarios en una montaña perdida.
Se trata de un individuo que muestra como el ser humano ante una adversidad es capaz de redimensionar sus capacidades para crear, valiéndose de los medios que le provee la naturaleza para transformar los elementos, superar los escollos materiales y lograr mediante una reflexión racional alcanzar una obra, una realización concreta.
Más allá del asunto estético, que ya tiene valoración artística, se trata de la voluntad de hacer sin considerar la adversidad o la imposibilidad de adquirir un instrumento de fabricación compleja, ello nos deja un valor agregado al mero instrumento musical creado por Juan Solórzano que es la capacidad del pueblo para reinventarse.
1 comentario
Extraordinario trabajo. Me conmovió. Vivo en Guaribe, conozco a Juan y su familia de toda la vida, desde Cerro Seco, pero nada sabía de lo que aquí queda reflejado. Sólo Bernardino, buen bandolista montañero, era conocido para mí. También Apolinar, quien llegó a fabricar violines con madera de jabillo. Gracias por toda esta revelación