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Maestra en el arte de reparar el tiempo

por Nelson Chávez Herrera
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Son casi cinco décadas las que Lucila Andrade Bustos le ha dedicado a la relojería, oficio de alta precisión y delicadeza: «Debería ser un oficio de mujeres más que de hombres, porque es muy meticuloso el trabajo»

Penélope León – Nelson Chávez / Fotos: Nelson Chávez Herrera

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A Lucila solemos encontrarla con un reloj entre sus manos. Fija la vista en calibrar con precisión los minutos y los segundos, ocupada en reparar los distintos mecanismos de estas minúsculas maquinarias creadas para organizar el tiempo humano: regir con precisión las acciones, reglar la jornada de trabajo, la vida cotidiana, especialmente en las ciudades.

Parecen ser pocas las mujeres relojeras en nuestro país. Tuvimos noticias de una en la esquina de La Marrón en Caracas, pero hasta el momento sólo hemos visto a Lucila ejercer este oficio. Ella misma declara que las personas al verla se sorprenden y confiesan no conocer a otras mujeres que fabriquen o reparen relojes. Otro oficio que, en medio del paroxismo generado por la mal llamada inteligencia artificial, se supone condenado a desaparecer.

El 12 de junio de 1957, en el caserío Quindorá del estado Trujillo, nació esta guardiana de la sincronía. Hija del agricultor Pablo Andrade y la trabajadora del hogar Magdalena Bustos, Lucila es la menor de ocho hermanos de los cuales cuatro murieron y sólo dos hermanas, un hermano y ella, sobrevivieron. “Yo soy la cuba, la toñeca”, refiere sonriente entornando los ojos; enseguida los lleva hacia el cielo y empieza a retroceder las manecillas de la memoria.

Su primera infancia transcurre en Quindorá, un hermoso valle fértil apostado entre nubes. El fenotipo de Lucila puede hacer pensar que por sus venas corre sangre extranjera, pero ella de inmediato precisa sus orígenes: “Nosotros somos timotocuicas, natos, natos”.

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Siendo muy pequeña su familia la envía a vivir con su madrina al Alto de Mucuyupú, para que pudiera estudiar “porque en Quindorá no había escuela”. De esta manera inicia su vida de mujer independiente. “Después del tercer grado yo sola fui abriéndome camino y me fui a estudiar al pueblo de Timotes, y allá saqué hasta sexto grado en el grupo escolar Canónigo Uzcátegui”.

El pueblo de Timotes representaba para ella en aquel momento un lugar lleno de oportunidades. En el liceo Francisco de Paula Andrade nunca llegó a “presentar exámenes finales porque todo el tiempo eximía”. A sus 16 años cursaba primer año de día y estudiaba mecanografía de noche. “En aquella época la mecanografía era paʼ ganar cobres, ¡se ganaba cobres con eso! Pero el hermano mío, que era muy bravo y muy celoso, pensaba que yo andaba faranduleando por ahí, y no me representaba. Yo buscaba quien me representara, quien me firmara, pero yo no era tremenda, yo estaba en lo mío”. Y con esa misma determinación, muy jovencita, ingresa a trabajar como secretaria en la agencia local de un banco.

La hora de Francisco

Así avanzan las horas y los minutos en la vida de Lucila hasta el segundo definitivo, ocurrido cuando la señora donde ella vivía la envía a reparar un reloj y le pidió que no lo llevara donde su primo el relojero Eustoquio Bustos, porque quería saber qué tan bueno era ese relojero nuevo que había llegado al pueblo proveniente de Trujillo.

Este joven era Francisco Moreno Romero, descendiente de una familia trujillana relojera por tradición. Un muchacho a quien ella había atendido en el banco y disimuladamente la observaba sin ella darse cuenta. Según Lucila a Francisco le había llamado la atención que ella era una mujer “que no andaba en discotecas, sino puro trabajando o estudiando”. Apenas verla entrar en su relojería Francisco la identificó, le preguntó si tenía novio y como estrategia para cortejarla, empezó a demorar la reparación del reloj para hacerla ir varias veces antes de lanzarle la atrevida propuesta de escaparse juntos.

«Es lindo cuando uno lo ve que anduvo, cuando echa a andar el reloj de nuevo. Yo digo que así se debe sentir un médico cuando salva a un paciente que se está muriendo, como en una operación del corazón”

“Él estaba buscando una muchacha bien paʼ matrimonio y yo estaba buscando alguien que fuera de trabajo y que no fuera de cuento. ¡Y tan atrevido! ¿no? Él me quería llevar, en ese tiempo a la gente se la llevaban y yo le dije: ¡No, yo no me voy con nadie!, no me casaré por la iglesia… ¡pero yo sí me caso por el civil!, aunque sea. Y nos fuimos un martes a las seis de la tarde y nos casamos en un registro, y duramos 43 años casados”.

Ya juntos, Lucila empezó a aprender con su esposo los primeros oficios de la relojería: cambiar correas, pasadores, baterías. Tuvieron dos hijas y dos hijos. Una de las niñas murió. Tiempo después decidieron mudarse a la ciudad de Mérida para brindar a “los muchachos” la oportunidad de cursar estudios universitarios.

El taller de cirujana

El taller y local de Lucila está lleno de relojes: automáticos, manuales, mecánicos; relojes de cuerda, electrónicos, despertadores. Escondidas en las gavetas de los muebles ella tiene cajitas colmadas de repuestos, infinidad de minúsculos tesoros que refiere como “microscópicos, lindos y perfectos”. Rueditas, agujitas, engranajes, ejes, volantes, coronas, pijas, biseles, como para un mundo en miniatura.

En su mesa de trabajo reposa un martillito, destornilladores de precisión, llave jaxa; pinzas de cirugía, pequeñas prensas, la famosa pinza número 1 para los espirales, más la clásica lupa de relojería que encaja perfectamente en su ojo. Herramientas que, dicho por ella misma, también se usan en odontología y cirugía.

Lucila vuelve a recordar a su esposo. “Mi marido era un excelente relojero. Yo aprendí puro mirándolo a él. Yo era pendiente de todo lo que él hacía, pegadita ahí, porque él sí era muy bravo paʹ enseñar, como que no le gustaba, y cuando llegamos aquí [a Mérida] ya yo venía bastante aprendida. Pero muchísimo, muchísimo he aprendido con Pepe, porque es un buen maestro, él sí tiene paciencia, y cuando llegó a trabajar con nosotros ya sabía mucho de relojes”.

Pepe Valero empezó a trabajar con Lucila y Francisco desde muy jovencito, tenían que darle permisos constantes para esconderse de la recluta. Pepe tiene linaje: es hijo de relojero y nieto de quien se dice fue el primer relojero de la ciudad de Mérida, el renombrado Pepe Valero, cuya relojería se encontraba en el antiguo Mercado Principal y se quemó en el siniestro de este añorado corazón espiritual de la ciudad, incendiado sospechosamente el 30 de mayo de 1987.

Francisco y Lucila llegaron a Mérida a finales de los ochenta. Antes del local actual ubicado en la Avenida 3 Independencia, diagonal a la Plaza El Llano (donde ella atiende ahora) tuvieron una joyería grande por los lados de la Catedral. Allí Lucila coordinaba el trabajo de cinco relojeros. Francisco entonces viajaba mucho porque trabajaba con ventas y ella empezó a ocuparse exclusivamente de la relojería. Tiempo después compraron este establecimiento donde ella atiende a su clientela con mística y entereza, a pesar de los contratiempos propios de la vida. Su esposo falleció y también su otra hija, dejando a su cuidado dos nietas huérfanas a quienes ama, la acompañan y hacen marchar el reloj de su alma con alegría.

Un mundo de minúscula perfección

La señora Lucila afirma que en Suiza sí existen muchas y especializadas mujeres relojeras. “La relojería debería ser un oficio de mujeres más que de hombres, porque es muy meticuloso el trabajo y las mujeres somos más cuidadosas, pero claro, con sus excepciones, porque la relojería es una pasión”.

Sobre la reparación de los distintos mecanismos comenta: “Los relojes automáticos tienen esa pieza que se llama áncora, es una piecita muy mínima que tiene como dos nudicitos y dos piqueticos y que controla el movimiento de la espiral y del volante del reloj. También llevan una rolinera que hace girar el automático, mientras que al reloj quarz lo que lo hace andar es la batería”, sentencia, dejando entrever que estos últimos carecen de magia. En lenguaje de relojería los relojes mecánicos tienen alma y ésta se hace presente cuando el reloj está calibrado.

“A los relojes de cuerda lo que más comúnmente se les daña es el sistema, porque la gente no los sabe controlar, los pasa de vueltas y le revientan el tamborcito de la cuerda. Los automáticos en un golpe se les puede partir la rolinera, y si se daña se para el reloj. Para reparar el de cuerda se le cambia la cuerda, y al automático la rolinera”.

Trabajar en relojería requiere buen pulso, buena vista, precisión, paciencia, amerita laborar en una mesa exclusiva y con extrema concentración. Que nadie moleste ni interrumpa el trabajo. “Porque imagínese, si se le cae a uno un tornillito, un ejecito de miniatura, una burusita de esas y salta, cómo uno la encuentra”.

Con sus ojos brillando como un cocuyo esta custodia del oficio de la relojería declara que lo más satisfactorio “es cuando le traen a uno un reloj que no sirve, y lindo cuando uno lo ve que anduvo, cuando echa a andar el reloj de nuevo. Yo digo que así se debe sentir un médico cuando salva a un paciente que se está muriendo, como en una operación del corazón”.

Calibrar la hora o el minuto exacto de un reloj puede ser complicado; piénsese en la dificultad de calibrar el segundo exacto de la hora del mundo, requiere ser más rápido que el segundo mismo.

Isocronismos del oficio

Al pequeño taller y local de refacción entra un cliente, un hombre de edad madura y manos fuertes producto del trabajo rudo. Pide ser atendido con urgencia, llevarse su reloj de inmediato. La señora Lucila, quien tiene esos modales de la gente de antes, lo trata con especial deferencia, saca el reloj del señor y le explica los pormenores de la reparación. El hombre insiste en fijar la entrega, discute los detalles del ajuste, comparte con ella un lenguaje casi técnico.

El isocronismo en relojería es un fenómeno que suele repetirse en tiempos iguales. Ante la pregunta de lo más difícil de este oficio ella responde sin cortapisas: “Trabajar con el público, y más en esto, porque uno está trabajando con puras cosas ajenas. Por ejemplo, este señor que entró ahora, es un cliente sumamente meticuloso. Él tiene muchos relojes, bellezas de relojes y todos pulcros, perfectos, ninguno rayado. A él hay que cuidarle demasiado las prendas, porque él es delicado. ¡Y hay mucha gente así!  Otras personas le traen a uno prendas que tienen un valor no solamente material, sino sentimental para ellas. Son prendas que la gente heredó de su abuelo, son un regalo de su mamá o de su esposa y así, imagínese que se le pierdan a uno, es una responsabilidad muy grande”.

Los seres humanos han considerado el tiempo como un arcano, una condición de posibilidad del conocimiento, una estructura que hace posible percibir el antes y el después del movimiento.  El tiempo es una suerte de misterio insondable, una entidad portadora de sabiduría o maestra en desengaños. Para los pueblos indígenas andinos, timotes y cuicas, de los que Lucila se reconoce heredera, el tiempo es lo que es, rige el calendario agrícola y festivo, regula los ciclos de la vida.

Hacia el futuro

Para esta maestra de relojería el tiempo es la perfección: “él ni se atrasa ni se adelanta. Antes la gente tenía otras maneras de medir el tiempo, pero sobre todo la gente del campo, como donde yo crecí; que si el canto de los pajaritos, que si las gallinas iban a subirse en el árbol ya eran las seis de la tarde, que si las vaquitas buscando donde echarse era a una hora, que si por la luz que mi papá sabía que eran las doce y empezaba a pedir almuerzo. Pero eso era en el campo, en la ciudad la gente no sabe de eso, no puede orientarse así, entonces está el reloj”.

Lucila Andrade Bustos cree que el arte de la relojería no se va a perder. Afirma que a las niñas y los niños les genera curiosidad este oficio. Un hijo de Pepe está aprendiendo. Un hijo suyo que vive en Maracaibo es un apasionado de la relojería y le enseña a su hijo pequeño. También a una de sus nietas le llama la atención este arte y es aficionada a los relojes, como su abuelo Francisco. “El tiempo de la vida uno lo tiene que llevar pausado”. Tal vez el arte de la relojería tenga un futuro más promisorio de lo que la gente piensa.

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Escritor, filósofo e investigador

4 comentarios

Karent 19 junio 2024 - 21:49

Me conmocionó mucha la Historia de la señora Lucyla, ya que la conozco desde que estaba en la barriga de mi mamá y que hasta el sol de hoy me complace verla cada vez que paso saludarla y sentarme a hablar con ella como lo hacia mi mamá que en paz descanse. la quiero mucho y que Dios me la bendiga siempre por ser tan maravillosa persona, madre y amiga 🥰😇🙏

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Edil 27 julio 2023 - 15:41

Eres una guerrera, mamá, gracias por ese legado estamos muy orgullosos de ser parte de tu historia, gracias por ser la roca en los tiempos pausados, todas esas historias en el tiempo son tu ejemplo y tu esfuerzo te a-mo madre…gracias a este equipo de escritores que lograron captar la esencia de una mujer ejemplar, mil bendiciones @lainventadera

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Ane 15 junio 2023 - 22:20

Que historia tan hermosa y bien redactada, viajé en el tiempo en todas sus aventuras….que conozco a detalle y me llena de orgullo ser parte de su familia, Sra Lucila, la admiro y la respeto….

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Francisco 12 junio 2023 - 20:33

Que bello reportaje, los felicito me han llenado de orgullo ya que la relojera de Mérida es mi mamá y tremendo regalo hoy en su día de cumpleaños.

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