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Una para llevar

por Rukleman Soto
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La ristra de botiquines populares que desaparecieron en Caracas con sus gozosas congregaciones, sus devociones, sus mitos e historia, tiene en La Pastora una muestra de difícil comparación. Algunos se conservan, como es el caso del Bar Torrero, a cargo de Félix Soto, con quien mantuve una tranquila conversación en lo más profundo de la barra, desde donde se domina todo el establecimiento y parte de la Calle Real, que remonta hasta la Puerta de Caracas.

La comarca de la Divina Pastora de las Almas, fue creciendo allá por “los años mil seiscientos, cuando el tirano mandó”. Entonces se llegaba a Caracas, pateando o en burro, de norte a sur y de abajo hacia arriba, por el Waraira Repano, que a los peninsulares les dio por llamar Cerro Ávila. Por ahí entró todo el mundo. Hasta Alejandro de Humboldt se detuvo a contemplar el valle, en ese punto en el que los españoles clavaron en una estaca la cabeza rostizada de José Félix Rivas, con la intención de que agarráramos escarmiento. Allí la mantuvieron desde 1815 hasta junio de 1821, cuando le dimos la pela definitiva en Carabobo.

Por toda esa bajada llegaron a cundir tabernas y bebederos parroquianos entre los años 40 y 80 del siglo pasado. De las 1.020 casas tradicionales que aún existían en La Pastora para 2017 (según testimonios), y suponemos que hasta hoy, muchas de las que hacían esquina albergaban algún tipo de negocio. Cierta inteligencia alucinada que deambula por la vida digital, da cuenta del Bar El Cañón, el Bar El Toro, el Bar La Cancha y el Bar La Escondida. La feligresía etílica prefiere recordar sus botiquines por los nombres de sus dueños o por las esquinas donde estuvieron ubicados, como el Bar Gobernador o el Bar Las Flores, en sus esquinas homónimas. No podía faltar el Bar Amador, en la esquina donde le echaron la fatal revolcada al beato José Gregorio Hernández.

Foto Martín Román

Algunos de los más emblemáticos aún resisten, entre ellos el Bar Torrero, cuyo nombre de registro es el patriótico Bar Sucre, pero nadie lo llama así. Me acerco este 17 de junio para obsequiárselo a mi pana Martín Román, porque se vino de Barinas a cumplir años a Caracas y prometió pagar el tobo, siempre y cuando lo llevara a un botiquín con alma en esta ciudad espiritualmente descuartizada ¿Qué es eso pa mí? Pensé.

No hay pele para llegar al Botiquín Torrero, que tomó su nombre de la esquina donde se cruzan la calle Oeste 13. Que empieza en la Av. Baralt, justo en el Tribunal Supremo de Justicia, y la que sube desde la plaza de La Pastora, hasta empatar con el Camino de los españoles. Ahora hay un arco allá donde culmina la calle. La antigua bodega de Carolina sigue ahí, despachando birras al pie de la montaña.

No es raro que en la esquina de Torrero se surtiera el preciado líquido de los beodos desde mucho antes, ya que el punto ha sido eje comercial en distintas épocas. Puede decirse que el destino de ese cruce estaba escrito. En la época colonial el lugar llegó a funcionar como hacienda, tal parece que se cultivó caña de azúcar y, consecuentemente, ha tenido que elaborarse aguardiente.

Foto Martín Román

El Torrero entró en servicio en 1940, cuando aún la avenida Boyacá y la Baralt no partían en dos toletes ese lado de la ciudad, donde la lucha vecinal consiguió detener el tiempo y el extermino urbanístico. La placa de registro incrustada en la pared dice N° 002 C-1670. La edificación es modesta, de planta triangular, forma el ángulo más agudo de las cuatro esquinas, dejando un frente muy angosto. Ese plano, llamado orchava por los constructores, es abarcado por la entrada principal con un enrejado de dos batientes y un marco metálico en la parte superior. Hay una puerta lateral más discreta por la calle que viene de Dos Pilitas. Se nota que la casa llegó a tener par de ventanotas tradicionales de lado y lado.

Pocas mesas y dos biombos de samán andan como les da la gana frente a la larga barra que en su extremo izquierdo advierte en rojas letras mayúsculas: NO REGUETON BACHATA VALLENATO, y en azul: NO INSISTA. Julio Iglesias arrastra como un coleto su vibrato macilento: Nathalie, en la distanciaaa… Impera un aire remoto, casi nocturno. Un lejano retrato de Chávez con un crucifijo, se abre espacio entre las torres de cajas vacías de cerveza en la pared del fondo. Grupos de fotos de boxeo, hípicas y con personajes del espectáculo pueblan las paredes al modo en que muchos negocios lo hacen en la parroquia.

Se dice que la familia Torrero vivió en una casa colonial del siglo XVIII, dándole nombre a esa intersección, pero no es fácil determinar a cuál de los cuatro ángulos se refieren. Andamos tras esa pista. Mientras tanto pedimos otra. Antes que el dependiente pueda hacer su esperado movimiento desde la cava hasta la barra, aparece doña Yennifer blandiendo una cuchara de inesperado queso de mano que Félix Soto trae importado desde Barbacoas, en el mismísimo sur de Aragua donde naciera J. R. Nuñez Tenorio y, sí, también el cantautor en que están pensando. “Este queso se vende en un momentico, no dura nada, lo traemos cada 15 días, es para ayudarnos, a la gente le gusta mucho”, afirma el hombre mientras hace un pagomóvil.

Foto Martín Román

Félix Soto, es de profesión contador, ejerce la producción musical y trabaja el ramo de botiquines desde el 19 de marzo de 1985, cuando salvó de la ruina al Bar Delicias, que ahora regenta su hermano Gustavo. Félix lleva frente a la barra del Torrero 37 años, desde 1986, cuando el cometa Halley volvió, sin meterle miedo a nadie. Compró el bar el 15 de octubre y abrió el 1° de noviembre, Día de los Muertos. Ha visto aparecer por esa puerta a media humanidad. Los cuentos de las almas de una niña y una joven aparecidas y el de un tesoro enterrado que jamás ha sido encontrado, no son de éste, sino del bar que estaba en la acera de enfrente, asegura con ligera picardía. “Esta era una casa de tejas y caña amarga”, dice, mientras aclara la garganta con un guamazo. “Un año después que lo compré, se me cayó todo el techo”. Coletazos del Halley, tal vez.

Cuenta Eduardo Girardi, asiduo desde la más lejana infancia porque su papá frecuentaba el negocio, que diagonal al bar Torrero hubo una farmacia perteneciente la familia Puyarel, con reparto a domicilio. Aquel delivery se movía a pie y en bicicletas de reparto. Ambos, Soto y Girardi se refieren al Bar Pastora, quizás el más visitado por gente de afuera por encontrarse ubicado en la plaza, a un costado de la iglesia. “Ese cerró en la pandemia y no volvió a abrir –dice Félix– ahora hacen comida a domicilio”.

–¿Delivery es que le dicen?

–Danos una para llevar. Y nos lanzamos al Delicias.

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18 comentarios

María M. Hidalgo 6 diciembre 2023 - 14:57

y al final Martín pagó el tobo?

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Emilia 7 julio 2023 - 14:55

me encantaría desestresarme en un bar de esos, ambientes únicos en su estilo. felicitaciones Rukleman

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Rúkleman 4 julio 2023 - 11:06

Muchas gracias por todos sus comentarios y por su apoyo. Los bares tradicionales de obreros y parroquianos tienen sus lectores y también sus escribidores. Aunque este espacio no se se limita a ese «campo» y a ese «hábito» tabernario cargado de símbolos, seguramente podremos dedicar algún trabajo más al tema con el aval de La Inventadera.

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Sylvia Chirinos 4 julio 2023 - 08:39

Conchale que S A B R O S A esa vida de botiquines…
gracias por el recorrido, así sea en blanco y negro se me hizo agua la bocaaaa que inventadera

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Rúkleman 4 julio 2023 - 10:49

Yo visito esos lugares con un interés eminentemente etnológico.
Gracias a La Inventadera, estos panas saben que una barra ilustra

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Oliver Peña 4 julio 2023 - 07:33

Excelente artículo!
Al mejor estilo Soto, con ese nivel de detalle que hace sentir estar allí, viviendo la azaña.

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Rúkleman 4 julio 2023 - 10:46

Feliz cumpleaños carajito. Gracias

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Gabriel 4 julio 2023 - 07:30

Ahora hay que caerle al Delicias y a todos los demás que se encuentren por el camino.

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Rúkleman 4 julio 2023 - 10:51

Alguien tiene que hacer la tarea.

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Yanim Silveira 2 julio 2023 - 13:47

Me encantó, por un momento pensé que me encontraba por la pastora y sus alrededores

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Rúkleman 4 julio 2023 - 10:45

Estás a tiempo, preciosa

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Nestor bolivar 2 julio 2023 - 10:02

en hora buena, no soy de mucho botiquín, pero que bien suenan las rocolas,,algo entretenido y que te remonta a el tiempo de otrora

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Esmetorres 2 julio 2023 - 22:27

Tremendo debut de Angostureño conocedor del tema. Alegría.

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Rúkleman 4 julio 2023 - 10:53

Mi estimada, a su orden para cuando ande por estos pateaderos. Gracias por la lectura y el comentario

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Esmetorres 5 julio 2023 - 12:11

Por un bar en La Pastora.

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Jasmil Mendoza León 3 julio 2023 - 23:28

Me gusta, Aunque la descripción es vertiginosa siente uno nostalgia enorme de los lugares que uno ha querido. Un abrazo

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Rúkleman 4 julio 2023 - 10:44

Diste en el clavo mi pana Jasmil: Es una crónica «para llevar» con el clásico apuro caraqueño

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Rúkleman 4 julio 2023 - 10:53

Agradecido por la lectura, Nestor.

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