La Oficina Nacional de Estadísticas del Crimen de India contabilizó que aproximadamente 300 mil granjeros de algodón se suicidaron entre los años 1995 y 2015. La razón: no pudieron pagar las deudas que contrajeron por la compra de semillas manipuladas genéticamente y su paquete tecnológico asociado. 300 mil vidas destruidas, 300 mil familias sin sus seres queridos, cortesía del modelo agroindustrial y ahora transgénico.
La aplicación de una nueva tecnología como la transgénica, puede acarrear numerosas consecuencias tanto en la escala humana como ambiental. Pero antes de entrar en materia, es conveniente revisar algunas definiciones. En primera instancia, el Instituto Nacional de Investigación del Genoma Humano de Estados Unidos define a los transgénicos como: “… un organismo o célula cuyo genoma ha sido alterado mediante la introducción por medios artificiales de una o más secuencias de ADN ajeno proveniente de otra especie…”, es decir, un organismo transgénico proviene de la manipulación artificial, en un laboratorio, de un ser vivo, al cual le es incorporado material genético proveniente de otra especie, lo cual le confiere nuevas características que naturalmente no poseía.
Ahora bien, una vez que los científicos y el laboratorio, propiedad de una transnacional como Monsanto o Dupont, por ejemplo, producen un organismo de esta naturaleza, con una finalidad comercial, pasan al proceso de patentarlo, es decir, ponerle título de propiedad a esta vida recién creada.
Pero ¿Qué es una patente?
La Organización Mundial de la Propiedad Intelectual la define como: “Una patente es un derecho exclusivo que se concede sobre una invención. En términos generales, una patente faculta a su titular a decidir si la invención puede ser utilizada por terceros y, en ese caso, de qué forma. Como contrapartida de ese derecho, en el documento de patente publicado, el titular de la patente pone a disposición del público la información técnica relativa a la invención”. Esto quiere decir que el uso y explotación del organismo genéticamente modificado será exclusivo de la empresa o laboratorio que lo ha creado y patentado, y todo aquel que desee o necesite utilizarlo, deberá pagar para ello. Así la nueva vida se convierte en una mercancía.
Los transgénicos constituyen la posibilidad real de mercantilización total del proceso de siembra y producción de alimentos en el campo. Antes de su existencia, los agricultores cultivaban sus semillas, éstas eran adquiridas mediante la compra, el intercambio, trueque, o por herencia de sus antepasados, luego del cultivo, reservaban una pequeña porción que servía para sus siguientes cosechas. De esta manera era muy difícil para las empresas transformarlas en mercancía. Ahora con la combinación del desarrollo de los Organismos Genéticamente Modificados, y la imposición de derecho de propiedad intelectual, los campesinos se encuentran vulnerados en el mercado de semillas y son las grandes empresas las que ejercen el control sobre ellas.
En el año 1994, inicia la comercialización del primer alimento transgénico en Estados Unidos: el Tomate Flavr, creado por la empresa Calgene. Desde entonces el monopolio comercial de estos productos se ha restringido a unas pocas empresas. En su “Estado mundial de la comercialización de cultivos genéticamente modificados” de 2015, James C. indica que son cinco las multinacionales que se dedican a la producción de variedades genéticamente modificadas: Monsanto, con el 80% del mercado de las plantas transgénicas; Aventis, el 7%; Syngenta, con el 5%; BASF, con el 5% y DuPont, con el 3%. En 2019 Bayer compró a Monsanto, así que el monopolio se reduce aún más, aglutinando en menos manos, tanto la producción de agrotóxicos como la producción de plantas y semillas transgénicas.
Sin embargo, estos consorcios debían dar un paso más para garantizar una completa dependencia de los agricultores hacia estas compañías, y es el de evitar que los productores pudieran destinar una parte de la semilla transgénica comprada para reproducirla y así tener independencia en el próximo ciclo de cosecha. El desarrollo científico tecnológico también dio con una respuesta para esto: la semilla “Terminator”
En el año 1998 fueron desarrolladas algunas variedades que contienen el denominado “gen Terminator”, por la empresa Delta & Pine Land Company, para el momento la mayor productora de semillas de algodón del mundo y parte de los consorcios biotecnológicos propiedad de Monsanto. La técnica es denominada como “Control de la expresión genética vegetal” y consiste en crear semillas estériles mediante la programación selectiva del ADN de las plantas para que mate a sus propios embriones, logrando que las plantas modificadas no produzcan semillas viables, lo que conlleva a un control estricto de la venta y utilización de las semillas. La aplicación de este mecanismo tiende a garantizar los derechos de propiedad intelectual de las grandes empresas semilleras. Todo esto lo reporta Santamarta J., en el año 2004, en su artículo Los transgénicos en el mundo, publicado en España en World Watch.
La India es uno de los países con mayor producción de cultivos transgénicos. Sólo en 2014, el país asiático cultivó una superficie récord de 11.6 millones de hectáreas de algodón Bt, con una tasa de adopción de esta variedad del 95 %. Tal es su impulso en esta materia que economistas como los británicos Brookes y Barfoot estiman que India aumentó los ingresos de la producción agrícola del algodón Bt en US$ 2.1 mil millones sólo en el año 2013.
Desarrollo, pero, ¿Para quién? y ¿A qué costo?
Los dos tercios más pobres de la humanidad se mantienen con formas de vida basadas en la biodiversidad y el conocimiento indígena. Hoy, esa base de recursos de los pobres está amenazada porque científicos y empresas occidentales reclaman sus plantas y semillas, las patentan y las presentan como invenciones propias, con lo que niegan la innovación colectiva practicada durante siglos por los campesinos, sanadores y artesanos del Tercer Mundo, los auténticos protectores y usuarios de esa biodiversidad.
Vandana Shiva
Vandana Shiva, (2001). El mundo en el límite. Ecofeminista indú, profesora y luchadora en contra del sistema de patentes. Volvemos a donde comenzamos, entre 1995 y 2015, de acuerdo con cifras oficiales, 300 mil granjeros de algodón se suicidaron en la India por no poder pagar las deudas contraídas con las grandes empresas transnacionales que suministraron las variedades genéticamente modificadas. Trescientas mil vidas perdidas es lo que nos queda, sólo como una parte del costo de implementar el sistema de patentes y agronegocios transgénicos en India. En la próxima edición, tocaremos el asunto de las extinciones y la lucha de los mayas en México contra Monsanto.