Inicio En resiliencia Tenemos milenios sembrando y comiendo leguminosas

Tenemos milenios sembrando y comiendo leguminosas

por Roberto Malaver
1.985 vistos

Eisamar Ochoa reflexiona sobre resistencia, soberanía alimentaria, sistema campesino, indígena y afro: nuestros granos autóctonos versus los modelos de alimentación impuestos

Roberto Malaver / Foto de portada: Candi Moncada

____________________

En la casa Número 1, que está bajando por la carretera a la izquierda de la obra del Maestro del cinetismo, Jesús Soto, allí, en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas –IVIC-, está el Centro de Estudios de Transformación Social. Y allí está también Eisamar Ochoa, antropóloga, graduada en la Universidad Central de Venezuela –UCV– y con algunos años trabajando en un área a la que no se llega por asociaciones tan obvias ni sencillas: Antropología de la Subsistencia. Es la subjefa. Está a cargo del laboratorio de Biopolítica y se encarga de registrar y analizar procesos agroecológicos, así como también de experiencias de producción autogestionadas por las bases. Y es presidenta de la Fundación de Investigaciones Sociales Diversidad. En efecto, diversidad de saberes concentrada en una sola mujer, aunque ella insiste en que su trabajo es en realidad el esfuerzo de un equipo.

Eisamar Ochoa también tiene un libro digital publicado en coautoría con el también investigador Alfredo Miranda. “Somos de caraotas”, se llama la investigación que realizó para demostrar que las leguminosas comestibles forman parte de nuestra identidad. Así, en el libro, termina diciendo: “No sólo somos de maíz y de yuca, también somos de caraotas”.

–¿Por qué si hay tantas variedades de caraotas, se ven tan pocas en el mercado?

–A esa situación hemos llegado después de un proceso complejo. La explotación petrolera trajo una fuerte modificación en la estructura productiva del país, como ya es conocido. No sólo se produjeron cambios en la distribución geográfica y ocupacional de la población, sino que la producción agrícola misma se fue modificando, masificando cada vez más productos destinados para el mercado. En la década de los 40 del siglo XX comienza a desarrollarse la agroindustria vinculada a la Revolución Verde y se estimuló la producción de una serie de cultivos que también incorporaron un nuevo patrón tecnológico, introducido desde Estados Unidos, basado en la mecanización y en el uso generalizado de insumos químicos. Al mismo tiempo, se inician investigaciones orientadas al mejoramiento genético de semillas de caraota y frijol, para su utilización en los sistemas de producción intensiva. El mejoramiento de semillas se realizó, especialmente, con aquellas especies y variedades de leguminosas que tenían las características morfológicas adecuadas para adaptarse al sistema mecanizado impuesto por la agroindustria, que privilegiaba el cultivo de leguminosas herbáceas, en detrimento de las variedades arbustivas y de enredadera. En este sentido, se priorizó el cultivo de la caraota negra de la especie Phaseolus vulgaris y el frijol de la especie Vigna unguiculata. Muchos agricultores comienzan a especializarse en los cultivos de importancia comercial dejando de lado numerosas especies y variedades de uso tradicional e histórico, en donde se encontraban diversas especies y variedades de leguminosas con altos rendimientos y potencial nutricional, adaptadas a distintas condiciones ecológicas y de domesticación local, que por no adaptarse morfológicamente al patrón productivo moderno, han dejado gradualmente de reproducirse, a lo que se ha sumado también la influencia avasallante de la cultura alimentaria globalizada. 

Eisamar Ochoa (Foto Candi Moncada)

–¿Desde hace más de 500 años estamos comiendo las mismas leguminosas? 

–Actualmente comemos una serie de especies y variedades que tienen distintos tiempos y orígenes. Por una parte tenemos a la caraota, cuya especie más popular a nivel comercial es el Phaseolus vulgaris (la especie de la caraota negra) y con menor frecuencia y mayor tendencia en mercados locales, el Phaseolus lunatus (la especie a la que pertenece la conocida paspasa). El cultivo de estas dos especies inició aproximadamente en el 5000 a.C. al occidente del continente sudamericano, especialmente en el área andina. Son granos legados por los pueblos originarios suramericanos. Por otro lado tenemos la especie a la que pertenece el frijol (bayos, blancos, pico negro, etc.), la Vigna unguiculata, que se piensa penetró el continente suramericano a través de la invasión europea. El género Vigna empezó a manipularse en el centro y oeste de África, hace unos 7 mil años, de acuerdo con las evidencias arqueológicas. Del oeste de África se extendió a África oriental, luego pasó a la India y después a Europa hace 2.300 años, para finalmente aterrizar en la tierra hoy llamada América, como consecuencia de la colonización Europea, durante la segunda mitad del siglo XVII. Y así cada una de las especies que podemos encontrar actualmente en el mercado tiene una historia muy particular y unos tiempos de llegada a nuestra cultura alimentaria muy distintos. El quinchoncho, por ejemplo, es originario de la India; de allí pasó a África hace aproximadamente 4.200 años y se piensa que llegó a América vinculado al proceso de trata esclavista, a partir del siglo XVII. Desde muy temprano en el período de colonización fueron introducidas en toda América numerosas especies originarias de Europa, África y Asia, que formaban parte importante de la dieta tradicional de los invasores. Fueron introducidas las arvejas o guisantes (Pisum sativum), habas (Vicia faba), lentejas (Lens culinaris), garbanzos (Cicer arietinum), frijoles (Vigna unguiculata), guaracaros o chivatas (Dolichos lablab) y los quinchonchos (Cajanus cajan). Pero también han resistido muchas especies autóctonas como las caraotas, en toda su diversidad, desde las expresiones más comerciales hasta las múltiples variedades locales que muchas comunidades y familias de tradición agricultora aún resguardan como parte de su patrimonio histórico local.

Paspasas, chivatas blancas y chivatas marrones

«Nuestro sistema de producción de semillas histórico aseguró durante milenios la disponibilidad de semillas y la disponibilidad de alimentos para la población»

–¿Qué son las chivateras, las paspasas y los pico negros?

–Bueno, antes de responder esto es importante aclarar que las maneras como se denomina cada especie y variedad a nivel local, en el lenguaje popular, pueden ser muy diversas. Así que voy a hablar de los granos que yo he conocido con esos nombres.

Las paspasas que yo conozco pertenecen a la especie Phaseolus lunatus. Son del mismo género que la caraota negra, pero de una especie que tiene granos que tienden a ser más aplanados y crecen en forma de enredaderas. Las hemos encontrado en muchas partes del país, en muchas variedades, siempre resguardadas por alguna familia o persona de edad avanzada que las conserva como un patrimonio histórico familiar o personal. La especie Phaseolus lunatus ha sido cultivada y consumida por las sociedades americanas desde el período prehispánico y es, junto con la Phaseolus vulgaris, uno de los cultivos más antiguos e importantes de Suramérica. Durante el período prehispánico, ambas especies eran las leguminosas de mayor consumo y cultivo. Las investigaciones arqueológicas han sugerido que el cultivo de Phaseolus lunatus se produjo en la región andina, hace aproximadamente 8000 años antes del presente.

Las chivateras o chivatas las conocí en Yaracuy, por los alrededores de la comunidad de Chirimaque en el municipio Urachiche. Allá tenían blancas, negras y rojas. Las preferidas eran las blancas porque producían menos gases. Igual que las paspasas, es un grano que guardan familias y comunidades como un retazo de su historia o de sus antecedentes familiares. El cultivo de esta especie (Dolichos lablab) se originó probablemente en África subsahariana, se extendió ampliamente en Asia y tuvo una diversificación importante en la India. Es posible que este grano haya penetrado en América asociado a las poblaciones africanas esclavizadas, en vista de que no hemos encontrado ninguna referencia sobre su cultivo por parte de los europeos.

Los pico negros, son frijoles de la especie Vigna unguiculata, que como ya mencioné empezó a manipularse hace 7.000 años en África y llega a América en la segunda mitad del siglo XVII con la invasión europea. La variedad que conocemos actualmente como pico negro es la más antigua de la que se tiene evidencia.

Semilla de Rábano. Foto Candi Moncada

–¿Esas leguminosas constituyen parte de nuestra identidad y no las conocemos?

–Las leguminosas al igual que todos los alimentos están cargados de identidad y es una identidad que se constituye en el mismo marco de las relaciones sociales de clase, de raza, de etnia y sus tensiones. Cada grupo social en función de su propia historia tiene ciertos alimentos con los cuales se identifica más o menos. Cuando la invasión europea llega a América y se encuentra con todos los alimentos que cultivaban las poblaciones indígenas que se encontraban en nuestras tierras, todos estos alimentos fueron a priori rechazados y catalogados como inferiores, desagradables, insalubres, etc. Y la invasión europea también llega con su carga de identidad alimentaria, introduciendo sus propios alimentos, incluyendo muchas especies de leguminosas, algunas de las cuales permanecieron durante bastante tiempo girando entre los patrones alimentarios de las élites, como los garbanzos o las habas de la especie Vicia faba. Otras especies y variedades, como nuestra criolla caraota negra, que venían de una historia milenaria de convivencia con las poblaciones originarias de nuestras tierras, entre otras que incluso fueron introducidas en el marco del proceso de colonización y que tuvieron una buena acogida por parte de los sectores populares (tal es el caso de algunas variedades de frijol, los quinchonchos, las llamadas chivatas o chivateras) y se hicieron parte de nuestra identidad, han sobrevivido hasta la actualidad como producto de distintos procesos de resistencia histórica. Han sobrevivido hasta la actualidad en la medida en que han ido resistiendo las mismas prácticas productivas que las han resguardado y multiplicado por generaciones, tal es el caso del conuco, por poner un ejemplo, entre tantas otras formas productivas de nuestra América, que se han intentado invisibilizar y desaparecer porque son, precisamente, sobrevivencias de resistencias vivas que tienen una gran potencia transformadora.

Dos variedades de chivatas (Dolichos lablab)

–¿Cómo reencontrarse con la producción de alimentos sanos y soberanos? 

–Desde mi punto de vista la única manera de reencontrarse con la producción de alimentos sanos y soberanos es empoderándonos masivamente de la producción de alimentos, particularmente de la producción primaria de alimentos, que es donde se encuentra la base de la cadena alimentaria y, dentro de esto, empoderarnos también de la producción de las semillas que representan el pilar fundamental de esa base. Lamentablemente vivimos en un país que tiene una población mayoritariamente urbana y, particularmente Venezuela, es uno de los países con mayor población urbana a nivel de Latinoamérica, y es muy difícil en un contexto como el que habitamos actualmente que la gente de las ciudades se aboque masivamente a la producción de alimentos. La práctica de la agricultura, en cualquier escala, depende del acceso a la tierra, al agua y a los recursos materiales indispensables para posibilitar la producción agrícola. Con el recrudecimiento reciente de las condiciones estructurales y geopolíticas que han sumido a nuestro país en una profunda crisis económica, se ha producido una regresión de las políticas de apoyo y protección a los pequeños agricultores a favor del beneficio de la gran agroindustria. Esto hace aún más difícil, en la actualidad, la posibilidad de masificar la agricultura como opción de vida, tanto en el campo como en la ciudad, aún y cuando es algo urgentemente necesario e indispensable para la sobrevivencia humana. 

Los nutritivos quinchonchos (Cajanus cajan)

–¿Desde tu investigación -Somos de caraota- 2010-2012-, ha avanzado el proceso hacia la soberanía alimentaria?

–Más allá de mi investigación, hablo en este momento más desde la militancia en el ámbito de la agroecología y la soberanía alimentaria, pasando incluso por la defensa de la semilla, que ha sido una lucha que nos llevó a participar en el proceso mismo de construcción de la Ley de Semillas venezolana. Se han hecho muchos esfuerzos por consolidar la soberanía alimentaria en nuestro país, sin embargo todos sabemos la situación de asedio en la que nos encontramos sometidos en este momento, que ha dificultado cualquier esfuerzo, tanto por parte del Estado como por parte de la población, para asegurar la sobrevivencia en todos los sentidos. A pesar de eso los esfuerzos no se detienen y son montones a nivel nacional las comunidades, familias, comunas, consejos comunales, que se han sumado a hacer ejercicios productivos orientados principalmente a satisfacer las necesidades de las propias comunidades. 

Foto Candi Moncada

–¿Se está cumpliendo la ley de semillas en el país?

–La ley de semillas tiene que implementarse. Es necesario que el Estado se aboque, no solamente a diseñar políticas o estrategias reales y efectivas para impedir la entrada de semillas transgénicas al país. A la par tiene que estructurarse toda la plataforma de lo que se define en la Ley como el Sistema de Producción de Semilla Local, Campesina, Indígena y Afrodescendiente, que tiene una serie de instancias y procedimientos que deben implementarse y articularse para constituir la plataforma sobre la cual va a cobrar fortaleza y blindaje nuestro sistema de producción de semillas histórico, que aseguró durante milenios la disponibilidad de semillas y la disponibilidad de alimentos para la población. Entonces deben activarse las instancias a las que convoca la ley a nivel local, regional, nacional y debe hacerse Ley viva en cada uno de los territorios y comunidades productivas, para que efectivamente todo el horizonte al que nos convoca la ley pueda concretarse, incluyendo la convivencia entre el sistema de certificación formal y el sistema de nuestras comunidades y pueblos que responde a otras lógicas, que deben ser respetadas y reivindicadas para efectivamente asegurar la soberanía alimentaria que tanto anhelamos.

Tapiramas ‘vaquita’, también llamadas pira (Falcón), buturunga (Trujillo), tapiramo, caraota de año…
Chivatas marrones en manos de Eisamar (Foto Candi Moncada)

Autor

Compartir:

Periodista, humorista

Deja un Comentario