Con piezas utilitarias y artísticas, inspiradas en técnicas y estéticas precolombinas, el ceramista Pedro Álvarez ha convertido en arte una variedad de arcillas de la resolana torrense
Roberto Malaver / Fotos: Ángela Peroza
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Aquella mañana, cuando salimos en busca del cultor de las artes del fuego Pedro Álvarez, supimos que no estaba en su pueblo sino en Carora, buscando unos fusibles. Sucede que había un apagón no sólo en su casa sino también en las otras ocho viviendas que conforman el caserío Sabana Grande, municipio Torres, en la carretera que conecta a Lara con Trujillo. Parece que ha ocurrido antes, y no siempre cuando el artista pone a funcionar su horno eléctrico.
–Tengo 45 años. Empecé a los 15 a trabajar en esto. Mi papá quería que fuera abogado, pero yo era muy tremendo.
En el carro, cuando lo recogimos mientras terminaba de pagar los fusibles, empezó Pedro Álvarez a narrar un poco su vida como artesano.
–Mi papá me envió a casa de un tío, en Los Naranjos. Eso es una zona arqueológica. Ahí empecé a hacer mis primeros trabajos. Allá fui alumno de un maestro muy conocido, Alfredo Almeida. Yo veía que ellos trabajaban haciendo sus figuritas y collares, y también comencé a hacer las fachaditas de las casas, y las vendía, y con eso resolvía. Después decidí irme por la cerámica. Más tarde me fui a Calabozo, estado Guárico. Allí fui alumno de la profesora Fidelina Manzo, quien también había sido alumna del maestro Alfredo Almeida. Y empecé a trabajar la bisutería y el vidrio. Yo andaba enfiebrao con la cerámica. Allí aprendí la parte indígena del arte.
Para arreglar el problema de la luz en su pueblo de Sabana Grande, Pedro Álvarez también había llamado a Corpoelec. Y ellos estaban ya en el pueblo esperando los fusibles. Su compañera lo llamó preocupado, y Pedro le dijo: “ya estamos llegando”.
–Después pensé en alcanzar la parte académica, y me fui a Caracas, a la escuela Cristóbal Rojas. Ahí me fui por la mención Artes del Fuego. Me hicieron un examen, y yo todo preocupado porque me preguntaron por artistas plásticos famosos, y yo nombré a los que conocía. Y quedé en la escuela, y allí estuve dos años. No terminé porque mi padre murió.
Se detiene por un momento y retoma sus palabras:
–En Caracas me consigo con una estatua, El Pensador, de Rodin, y vi que todo era muy distinto. Yo venía del pueblito de San Francisco, en La Otra Banda, saliendo de Carora. Y en la escuela me enfoqué más en la cerámica con los profesores Daniel Pérez, Virgilio y Edgar. Así, aprendiendo la tecnología y tantas cosas, ya estaba actualizado. Yo era como una esponja, consumiendo conocimiento. Dejé un poco las otras materias porque me dediqué a la cerámica. Andaba con esos profesores para arriba y para abajo y anotando todo.
«Empecé a visitar las galerías para conocer lo que se esteba haciendo en ese campo de la cerámica. Y se presentó la I Bienal Héctor Poleo, y ahí participé en cerámica. En ese momento me acordé mucho de mi maestro Alfredo Almeida, quien me decía: “Haga algo de Venzuela, de su pueblo”. Y ahí, en mi inocencia, agarré un lápiz y comencé a dibujar mi pueblito de San Francisco, y plasmé en mi pieza de cerámica una iguana y un sapo, y lo llamé “El encuentro”. Y resulta que me llamaron para decirme que había ganado la primera Bienal Héctor Poleo, con esa obra. Me dieron una beca para España y un dinero».
Mientras nos acercamos a su caserío, Pedro Álvarez nos va señalando los lugares donde hay arcilla para trabajarla, y da explicaciones didácticas de cómo reconocer los espacios donde se consigue ese material. Nos mostró una montaña socavada, donde viene la gente de Cerámicas Carabobo a buscar arcillas buenas para sus baldosas comerciales.
–Cuando tenía todo listo para viajar a España, becado, resulta que me llamaron de aquí para decirme que habían matado a mi padre. Un accidente con una moto y un volteo. Entonces me vine y me quedé aquí trabajando. Dando talleres. Mi primer taller fue en Atarigua, después en Curarigua, luego en San Francisco. Y a medida que daba los talleres iba aprendiendo más y usando los minerales que tenemos aquí. Me puse a participar en galerías y haciendo cosas para decoraciones. Invité a mis profesores para que también dieran talleres aquí. Me dijeron para dar clases en la Cristóbal Rojas y estamos en eso. Ahora quiero volver a facilitar talleres. Aquí tengo el agua, la arcilla, los pájaros, la iguana, tenemos todo para comenzar.
–¿Y no has participado en una exposición?
–Este año estuve en una exposición en la Escuela de Artes de Las Américas, en Caracas.
–¿Todos los materiales que usas los encuentras aquí?
–Aquí sobra material para trabajar. Zimboque, en esa comunidad que está aquí frente a Sabana Grande, cruzando la carretera, hay mucho mineral. Allí habitaron los indígenas. Y tenemos hierro, mucho hierro. La arcilla abunda. Recuerdo que en Caracas los profesores nos decían: “No boten ni una pelotica de arcilla”. Aquí la arcilla está por todas partes, pero he seguido ese consejo con mucha disciplina, toda la arcilla que amaso la utilizo.
–¿Qué otras experiencia has tenido?
–Fui con los wayúu y estuve investigando y trabajando su estética, sus símbolos y sus objetos rituales. Tuve una experiencia haciendo vasijas para los restos de los fallecidos. En ese pueblo originario hacen un segundo entierro: rescatan los huesos después de años de fallecida la persona y los meten en unas vasijas funerarias para que reposen. Ese es el segundo entierro.
–¿Y aquí en Lara nadie te ha llamado para crear los envases para el cocuy?
–Sí, el maestro cocuyero Virgilio Rodríguez usa mis obras para envasar el cocuy. Son exclusivas.
Por una carretera de tierra llegamos a Sabana Grande, y allí estaba la gente de Corpoelec. Pedro Álvarez se bajó corriendo y les dio los fusibles a los trabajadores; al momento llegó la luz al pueblo.
Y en la luz que dan las artes del fuego nos mostró su taller, la mina de arcilla (otra más) a su disposición en la laguna, los hornos a leña, el horno eléctrico al que le atribuyen incluso los apagones que no ha causado, el torno; una demostración veloz de cómo se hacen objetos útiles y artísticos.
3 comentarios
Pedro, saludos desde Oaxaca México. Que bueno que sigues con las manos en la arcilla…
Abrazo!
Conocí al maestro Alfredo Almeida. Un excelente artista. Me encantan tus trabajos
Felicitaciones Pedro por tan hermosas piezas y tu constancia en el ancestral arte cerámico.
abrazos.
Jesús Mujica Rojas. Ceramonauta.