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Parirás sin sufrimiento: contra la violencia ginecobstétrica

por Alejandro Silva Guevara
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Día a día, lo sepamos, lo ignoremos, lo querramos aceptar o no, miles de mujeres atraviesan por agresiones que, naturalizadas, se quedan en los pasillos silenciosos de los centros de salud

Alejandro Silva Guevara / Fotos: Aldrina Valenzuela Rojas

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El ser humano debería, a estas alturas del partido, saber cómo es y cómo se maneja el proceso más importante de tan quisquillosa especie: la reproducción. En todas las culturas y durante muchos siglos, hemos demostrado ser altamente efectivos en eso de poblar al planeta. Y sí, es cierto que hace poco más de un siglo las tasas de mortalidad, tanto de niños y de mujeres, eran muy altas; no es de locos pensar que se paga un altísimo precio por la “preservación” de la vida. Parir debería ser un acto lleno de paz, armonía y amor pero se ha convertido en una tortura de sadismo exacerbado frente a un mundo que voltea hacia otro lado.

El pensamiento occidental ha impuesto una serie de atrocidades en nombre de la “ciencia” que han despreciado procedimientos que en otras latitudes –otras culturas– aún son los más adecuados y utilizados para el trato humano de las mujeres que paren y de sus crías. Por ejemplo, no existe ningún basamento científico que justifique el hecho de que las mujeres deban parir acostadas.

Lo sorprendente es que esta práctica, que está lejos de facilitar el proceso de “alumbramiento”, se inicia por un fetichismo del rey Luis XIV, a quien le excitaba ver a las mujeres parir. Como no era “bien visto” que este reicillo estuviera presente en los partos, se adecuó una habitación que tenía en la pared una especie de compuerta del tamaño de los ojos del enfermito que le permitía ver todo, y para que pudiera ver mejor, las mujeres que parían en cuclillas hasta entonces, como aún lo hacen muchas culturas indígenas, se acostaban mostrando el espectáculo al rey. Cuando las cortesanas se enteraron de esto, corrida la voz por el palacio, pues decidieron que era “chic” parir así.

Esta práctica se instauró como una norma, como una especie de moda que en vez de ayudar, dificultó el delicado proceso de parir hasta el día de hoy. Se ha llegado a pensar de que se debía a la comodidad de los médicos que atienden los partos, pero no es así. La posición correcta es de cuclillas, o sea, agachada, porque en esta posición hay varios elementos que ayudan a parir la cría, como la gravedad, una mejor capacidad para respirar, mejor fluidez y movilidad del niño o niña en la posición de salida, menos dolor y mayor rapidez en todo el proceso.

Las parteras eran las únicas autorizadas para atender a las mujeres embarazadas hasta después del alumbramiento; se trata de una tradición que pasó, por lo general, de generación en generación y que gozaba de mucho respeto.

El currículum oculto de la medicina

La obstetricia se institucionaliza aproximadamente el año 1800 como ciencia médica. A partir de allí comenzaron a cambiar muchas cosas. Las parteras y comadronas comenzaron a ser desautorizadas y además no se les permitía usar ningún tipo de instrumento o herramienta que ayudara a la parturienta (porque era cosas de hombres); fueron criminalizadas, perseguidas y hasta encarceladas. Lo que era un acto eminentemente casero, rodeadas las parturientas de la familia, el padre, la madre, y hasta de la gallina que pronto sería caldo de celebración, se consideró inapropiado. El embarazo, el parto, incluyendo la menstruación, pasaron a ser enfermedades que se debían tratar en los florecientes hospitales la época.

A pesar del tiempo y de lo obtuso de las prácticas de una rama de la medicina que apenas se consolidaba, con las conocedoras del oficio fuera del juego, la mayoría de las prácticas en esta área comenzaron a mostrar las recetas de una práctica salvaje que va en contra de la mujer, en principio, y luego en contra de los niños y niñas, quienes han pasado a ser un “producto” que debe ser pesado, medido, nalgueado, a veces alimentado con productos procesados sin consentimiento de la madre, y otros tratos que no son los que deberían aplicarse.

América Villegas, quien ha trabajado en muchos hospitales y centros maternos como doula voluntaria, preocupada por la situación de violencia que viven las mujeres y sus crías, afirma esta verdad:

«La primera hora del nacimiento del niño o niña es vital en la creación de los lazos entre éstos y sus madres y padres; ¿cómo pueden existir esos lazos fluidamente si le arrancan el niño a la madre, lo meten en una incubadora, le meten un tetero con fórmula, lo bañan y al rato, una hora o dos, es cuando se lo llevan a la madre? Lo normal es que se le entregue a la madre inmediatamente y que ella lo amamante, porque eso ayuda no sólo al bebé, sino a la madre en su proceso de recuperación».

En el año 2013, una amiga de América Villegas quedó embarazada. Debido a problemas de incompatibilidad sanguínea, perdió al bebé. Sin tener muchos recursos económicos, tuvo que acudir a un hospital público para que le aplicaran un procedimiento llamado “legrado”, conocido vulgarmente como “curetaje”, y que se realiza de dos maneras: en las clínicas privadas se utiliza una técnica en la que anestesian y aspiran los restos que queden en la mujer y que no produce tanto dolor, mientras que en los hospitales públicos se hace un “raspado” que resulta muy invasivo y considerablemente más doloroso porque, además, lo aplican sin utilizar ningún tipo de anestesia.

América acompañó a su amiga en lo que sería día y medio de una tortura brutal, tanto de su amiga, como de la generalidad de las parturientas, mujeres que abortaron (espontáneamente o provocado), y preñadas que asisten a los centros de salud pública.

Notó que la casi totalidad de las mujeres que pasan por abortos, sean cuales sean sus orígenes, natural o inducido, son tratadas como si hubieran cometido un crimen y por ello acuden solas a estos centros; el personal (lamentablemente la gran mayoría) hacen otro tanto maltratándolas al punto de que le niegan, literalmente, hasta el agua mientras las tildan, desde su moral distorsionada, de candidatas al infierno, malas mujeres y otros calificativos que a priori lanzan contras las pacientes.

La respuesta de las mujeres ante estos ataques es lo más parecido a la enajenación; no muestran el llanto que quiere provocar el personal que juró cuidar y servir, no se quejan de hambre o de sed, y esperan con una paciencia indestructible a que las paladinas de la moral las atiendan de las peores maneras posibles, con una falta total de humanidad y sin el más mínimo sentido de empatía. Repito: no son todas o todos los trabajadores de la salud en el área de la ginecobstetricia, pero sí una lamentable mayoría ante el silencio del resto.

“¡Deja los gritos!; cuando te estaban cogiendo no te dolía ¿verdad?»

Sin tapujos: lo que no sabemos de la agresión

Se debe empezar por decir que, como todo en esta vida, no es, no fue, ni será lo mismo una “preñada” pobre que una “embarazada” con recursos económicos; sí, es un problema de clases.

Tras las fachadas y puertas de hospitales y clínicas, se dan dos realidades, y de una de esas dos no sabemos absolutamente nada, como por ejemplo que a una paciente que estaba por parir en la Maternidad Concepción Palacios, más de cien estudiantes introdujeron sus dedos para hacerle “el tacto”, a pesar de que la angustiada mujer les rogaba que pararan porque estaba sumamente adolorida. Por miles se cuentan las mujeres sometidas al escarnio público, a la vergüenza infligida por «enfermeras» que les gritan: “¡Deja los gritos!; cuando te estaban cogiendo no te dolía ¿verdad?» «Deja los gritos o te atendemos de última”.

En otros casos, con las que abortaron, lo frecuente es gritarles: “¡Te vas pal infierno por haber ʽmatadoʼ a esa criatura!”, esto sin saber si son abortos espontáneos o por decisión soberana de la paciente, y hasta la politiquería rastrera y desclasada se utiliza para violentar a las pacientes psicológicamente: “¡Aquí no hay nada: sigue botando por Maduro, pues!”, y si una voluntaria, como le ocurrió a América, se quiere acercar a prestarle apoyo a alguna de estas pacientes, les dicen: “No les hables mucho, que se ponen maricas”.

Se suele creer que la violencia ginecobstétrica se ejerce cuando a una madre se le practica una cesárea programada bajo engaño y con fines de cobrarle a la paciente, en los casos de las clínicas privadas, entre 1.500 y 3.000 dólares, que son las tarifas promedio de una operación de este tipo, cuando la embarazada puede muy bien parir. América afirma que en muchos casos, salvando siempre las capacidades económicas de la preñada, la cesárea resulta ser la mejor opción para que las parturientas pobres no sufran de los abusos y vejaciones que reciben desde su entorno.

Entre otras formas de violencia están: dilatación manual del cuello uterino; la rasgadura de la bolsa o saco amniótico sin importar los niveles de dilatación en el trabajo de parto, porque se cree, erróneamente, que esto lo acelera; la aplicación de oxitocina sintética (pitocín) con el fin de acelerar y salir rápido de la mujer, lo que altera un acto fisiológico que tiene sus ritmos y además resulta muy doloroso; la rasgadura (porque eso no es incisión) que hacen de la vagina y que en algunos casos la han hecho hasta el ano, causando daños irreversibles en la fisionomía y sin tomar acciones de reparación por esta acción irresponsable; hasta la salvaje y vigente maniobra de Kristeller, que consiste en que cuando el niño sube en vez de bajar –precisamente porque la madre está acostada– se le monta alguien a la mujer desde arriba empujando al niño con el antebrazo con tal fuerza que en muchos casos afecta al niño o niña y le rompen costillas a la mujer (América fue testigo en una ocasión cuando llamaron a un portero para que realizara esta salvaje práctica prohibida en el país y en el mundo).

Un médico, bastante avergonzado, llegó a decir: “…uno termina normalizando este tipo de prácticas sin darse cuenta. A mí me parecía que era normal que cuatro personas introdujeran sus manos en una paciente al mismo tiempo”, o sea, lo más parecido a una violación “en nombre de la vida”, pero que va en detrimento de las mujeres. De eso se trata el “currículum oculto” en la ginecobstetricia, el mismo que actualmente se utiliza y se siguen aplicando estas y otras prácticas prohibidas, abiertamente inhumanas, porque si no, no se gradúan de médicos.

Doulas: dos maneras de aportar

En medio de este desastre indolente de violencia normalizada, América tuvo conocimiento de una figura que está ligada a la preñez, los partos y el acompañamiento postnatal: las doulas. En Venezuela no son desconocidas, aunque actualmente parecen estar en los dos lados de las aceras: generalmente se desempeñan en el ámbito privado y en el sistema de salud público, donde nacen la gran mayoría de las y los venezolanos, es muy extraño contar con ellas.

Las doulas se forman en centros privados pero hacen pasantías en los hospitales públicos. Si bien no tienen contacto directo con las pacientes desde el punto de vista médico, son testigos de los procedimientos y les permiten ejercer sus labores de apoyo psicológico en las tres fases del periodo de gestación.

Se trata de una función y de un proyecto muy humano de acompañamiento estrictamente psico-emocional a mujeres en estado de gravidez, que desean tener un parto distinto, sopesar otras opciones menos agresivas, etc. El sueño es que todas nuestras mujeres puedan tener acceso a este apoyo, sin importar sus orígenes o posibilidades.

La formación de doulas tampoco tiene nada que ver con la enfermería. El acompañamiento, el masaje, las palabras de aliento en este delicado tránsito de la vida, y ofrecer mucha información es la función que desempeñan estas mujeres. No hay hombres en este oficio por razones más que obvias.

Dentro del apoyo que ofrecen, hay doulas que se dedican exclusivamente al tema de la lactancia, otras a los problemas que surgen después del alumbramiento como el de la depresión postparto, otras hacen acompañamiento de “duelos estacionales”, que es un tema muy poco atendido en el país y que tiene que ver con las pérdidas de bebés, y otros acompañamientos antes, durante y después de parir.

A partir de la oscura experiencia que vivió con su amiga, América inició un periodo de estudios en lo que respecta a este tipo de acompañamiento y aunque se formó como doula, siempre se preguntó: ¿qué pasa con las que no puedan pagar? ¿Y qué con quienes ejercen esta violencia a gritos y muy normalizada sobre las mujeres? Con esa idea como norte, adquirió sus conocimientos en Caracas y en Maracay teniendo en cuenta que lo que funciona como “pasantías” las realizan en centros públicos de salud.

Decidió hacer voluntariado en los hospitales de Caracas, en la Clínica Santa Ana, en la Maternidad Concepción Palacios y el Hospital Materno Infantil “Hugo Chávez”, ubicado en El Valle.

El invento es pura memoria

«Lo que hay que hacer es sacar todo lo que tiene que ver con la maternidad de los hospitales porque eso no es una enfermedad, es el más normal de los actos humanos, y regresar a la casa, a las doulas y las parteras», dice América Villegas.

Como no hay nada nuevo bajo el sol, la solución o soluciones no es otra que volver a las prácticas antiguas enriquecidas por los nuevos conocimientos científicos que en cuanto a este tema se han desarrollado, y que esto sea nuevamente lo naturalmente aceptado.

Parir con Placer es el emprendimiento de América y trabajan en alianza con OVGOVE (Observatorio de Violencia Ginecobstétrica de Venezuela). Como una manera de aportar, se dedican al voluntariado. Hace un par de años lograron obtener un financiamiento y con él pudieron realizar una encuesta que contenía 120 preguntas a trescientas dieciocho (318) pacientes. Los resultados pueden verlos completos aquí.

Es importante acotar que la República Bolivariana de Venezuela había revisado estas políticas y se dedicó a fomentar el parto humanizado. Hay experiencia de una Casa de Parto en Turmero que lamentablemente dejó de funcionar, pero que inició el tratamiento de las mujeres con el respeto que se les debe, con doulas y parteras, pero que terminó cerrando por los complejos problemas creados por el bloqueo y otras situaciones.

Aunque son pocos, en nuestro país hay profesionales de la medicina que están conscientes de que se debe volver a las viejas técnicas si se quiere recuperar la humanidad en el trato a las mujeres en sus procesos reproductivos, que se debe retomar la formación de las olvidadas parteras, reproducir las casas de maternidad e incluso volver a los partos en sus propias casas, que se debe fomentar la formación de doulas como una profesión más que pueda ser sostenida por el estado, que se debe buscar la manera de dar mayor información a las que emprenden el camino de la maternidad.

También se debe destacar que, a pesar de todas las contradicciones de un país bajo ataque, hoy en día se ha retomado la formación de doulas y parteras en varios estados del país, como en el estado Falcón, que tiene una experiencia de formación de 5.000 mujeres que se encargan de llevar información y asistir y preparar a las futuras madres. Es una lucha que no se dejará a un lado.

Esperemos que este tema deje de ser el puro silencio que es y que más temprano que tarde el parto feliz se convierta en el común denominador de nuestro crecimiento poblacional, más allá de las condiciones particulares de cada una de las madres.

Pueden obtener más información en Instagram: @parirconplacer.ve / @observatoriovgo.ve y las fotos en @recordisfotografia

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