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Muerte, sangre, pelota criolla y un poco de pornografía

por José Roberto Duque
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Ahora que tengo tu atención, permíteme hablarte de un tema que no hay manera de que seduzca desde su título real y auténtico: los ejes culturales y funcionales.

Lo siento, propaganda es propaganda. Pero lee la vaina, que tiene su parte emocionante.

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Un territorio funcional es algo así como un espacio geográfico donde coinciden procesos productivos, lingüísticos y culturales con continuidad geográfica, así en el mapa ese territorio esté dividido en dos o más estados o entidades. Lo aprendí durante una de las más brillantes alocuciones de Chávez; recuerdo que fue en una en la que hablaba de las bondades de la Reforma Constitucional, por la que no votó la mayoría. Tema aparte.

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Hay muchos ejemplos de territorios funcionales en todo el mundo; permíteme mencionarte algunos de Venezuela. Por ejemplo, ese lugar donde conviven el final del Llano barinés con el comienzo de los Andes: los “barineses” de esa zona que comienza en Barinitas y sigue hacia arriba no son exactamente llaneros ni absolutamente gochos (los llaman y se hacen llamar a mucha honra “guates”). Los identifica el tumbao en el habla, la vocación productiva (cafetalera, en altísima medida) y la geografía, ese piedemonte de momoyes y alucinaciones.

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Pero ya va: la gente de Altamira es bastante merideña, y la gente de Calderas es rotundamente trujillana, así que en pocos kilómetros cobra forma otro eje o territorio funcional (Calderas-Trujillo) y uno más, que es Altamira de Cáceres y el largo barranco que conecta con Mérida: dos Barinas, dos Venezuelas, dos entes socioculturales distintos.

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Lo mismo pasa entre Cojedes, Carabobo y Guárico (triple frontera hermosa y rarísima también, con sus especificidades y su Parranda Central, género musical semiolvidado, sabroso para emborracharse en navidad), entre Guárico y Miranda, entre Lara y Yaracuy.

Ejemplar de pelota criolla fabricado por Israel Nieto en Carora (Foto JR Duque)

Y pasa también en un eje del que vine a hablar concretamente hoy, jugando un poco adelantado porque me arde la lengua por echarles todo el cuento: un eje formidable, potente en su vocación precolombina, que es el eje que conecta a Curarigua con Carora, y luego tuerce rumbo hacia el sur y empata con Trujillo.

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Ya viene la pornografía, YA VIENE LA PORNOGRAFÍA, no vayas a abandonar la lectura aquí, por favor. Mira que estoy aplicando varios recursos para mantener la atención de la gente cuando uno escribe sobre temas menos emocionantes que la violencia, la muerte y los culos frondosos del perreo y el trap. Por ejemplo, eso de escribir párrafos cortos y separarlos con asteriscos. Es buenísimo, casi nunca falla.

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En Curarigua, meseta del semiárido larense donde nació Pío Alvarado, capital de una parroquia que lleva el nombre de un maldito genocida exterminador (les dije que iba a haber sangre y muerte aquí, ya les estoy cumpliendo) comienza o se destaca un eje que sigue hacia Carora y su periferia; se devuelve un poco hacia el este y forma un triángulo no tan perfecto cuando cruza hacia Trujillo y tropieza con Los Arangues. Antes de llegar a Trujillo ese duende cultural se detiene en un montón de caseríos cuyos nombres ya comienzan a tener resonancias timotocuicas o tal vez alguna axagua: El Zimboque, Sicarigua, El Siguao, y también las muy criollas o francamente españolas San Isidro, San Pedro, Jabón y Barbacoas, correderos de la Quebrada del Vino y otros asombros.

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Un momento, que no puedo dejar de saborear esta poesía aborigen, con los nombres de otros poblados y caseríos pero en la línea paralela, la Lara-Zulia, que pertenece al mismo territorio funcional y cultural: Sicare, Burere, Puricaure, Zirumita.

Entre las dos líneas marcadas por carreteras nacionales (la Lara-Zulia y la Transandina) gobierna, majestuoso, el embalse o represa de Los Quediches, la bendición del agua para todo ese valle o sistema de valles calcinados.

Ya en Trujillo vendrán Carache y el nombre o referencia de la verdad: Cuicas, por todo el cañón y sin que quede lugar a dudas del origen.

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Sucede que en ese todo eje se desparraman unos sorprendentes datos culturales, entre ellos el de la pelota criolla, juego demasiado importante como para venir a mancharlo con eso de llamarlo “deporte”. Algunos le atribuyen origen vasco y otros juran que es una derivación de la pelota maya, y por lo tanto aborigen. El caso es que en todos esos caseríos, desde Curarigua hasta El Batatillo, desde la Playa Freites en Carora hasta Palmichal y otros confines de ese territorio que no es Lara ni Zulia ni Trujillo sino tierra cuicas y axagua, nacieron y crecieron los más excelsos cultores de esa manifestación ritual en el siglo XX.

Me he tropezado, por magia de Neybis Bracho, con el señor Israel Nieto, caballero cercano a los 80 años que nos enseñó las reglas del juego, nos habló de los mejores baluartes de este arte y juego a punto de perder la guerra de la memoria. Israel nos enseñaba a jugar en mitad de la Playa Freites, cuando de pronto se apareció otro señor de varias décadas de canas y arrugas, para gritarnos su emoción porque su papá también había sido cultor de ese ritual de siglos.

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Ocurre también por esos tunales el milagro del festival cultural de Los Arangues, evento en cuyos inicios, despuntando los años 80, se encontraron Pío Alvarado y Alí Primera, poco tiempo antes de que el segundo le dedicara al primero la hermosa canción o sinfonía titulada ‘El Gallo Pinto’, y poquito antes también de que ambos murieran, uno de vejez y el otro de choque automotor violento.

Próximamente, la historia.

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