En un momento de la historia “universal” unos pocos decidieron, desde una esquina del planeta, que no éramos naturaleza. Además decidieron que había que dominarla y, para ello, conocerla hasta poder manipularla.
Fuimos parte de la naturaleza, nacimos en ella, vivimos en la naturaleza, morimos en la naturaleza. Comíamos lo que encontrábamos, bebíamos las aguas de ríos y quebradas, respirábamos aire purificado por los árboles. Hoy todavía comemos plantas y animales que se alimentan de pasto y semillas. Todavía bebemos las aguas de ríos y quebradas. Todavía respiramos aire purificado por los árboles. La única diferencia es que hay una enorme masa de conceptos, edificios, horizontes imaginarios, carreteras, máquinas, minas y supermercados (que ahora pesan más que todas las cosas vivientes) entre nosotros y la naturaleza.
En una parte del proceso nos escindieron de lo no humano hasta convertirlo en misterioso y extraño, pero objeto de curiosidad e investigación, también se inventó al “otro”, por lo que hablar de “lo humano” es hablar de cierta gente con determinado aspecto, lugar de nacimiento, cultura y lenguaje.
Mientras nos agruparon en grandes ciudades y migramos desde pueblos o veredas, el “monte y culebra” con su misterio iba siendo invadido para convertirlo en mercancía. De esa manera Prometeo le robó el fuego a unos dioses para vendérselo a otros, pero convertido en oro.
Cada vez más somos la sociedad del miedo y se ha hecho evidente que nos educan, alimentan y hasta reproducen en él. Vivimos en continua guerra contra lo no humano.
Los titulares de las noticias nos recitan cómo “la indomable naturaleza cobra venganza” de nuestros desafueros, ella ha heredado el rol de aquel dios vengador de algunos relatos religiosos. También los titulares naturalizan la guerra y el prejuicio mientras venden el miedo en largas dosis hasta hacerlo atractivo y perturbar nuestra capacidad de discernimiento.
Se suele decir que ningún organismo resiste la alerta permanente, en el libro “Comportarse: La biología de los humanos en nuestros mejores y peores momentos” el neurocientífico Robert Sapolsky, dice que «Durante el estrés sostenido, somos más temerosos, nuestro pensamiento es confuso, evaluamos mal los riesgos, y actuamos impulsivamente por costumbre, en lugar de incorporar nuevos datos.»
El miedo es biológico y funciona, lo saben quienes fingen que nos forman e informan, sus ganancias dependen de que seamos adictos a temer. Cuando tememos nuestra relación con todo lo demás se pervierte, por miedo al hambre participamos en la orquesta global del saqueo, por miedo a lo desconocido deforestamos, desmitificamos, desnudamos los misterios propios y extraños. Por miedo a ser insignificantes desfilamos por las redes sociales mientras nos miden para vendernos más miedos en forma de objetos novedosos o ideas.
Las espirales de violencia parten de esas desconexiones, se convierten en relaciones interpersonales destructivas, y de allí a la violencia racial, de género, animal, laboral o de cualquier tipo. Solo hay que poner a las personas y germinarán las espinas de las relaciones tóxicas que vemos a cada rato.
Quien agrede a la naturaleza no humana luego podrá hacerlo con los de su especie, solo es cuestión de tiempo y poder. Dice Leonardo Boff que “todos los seres están interconectados y viven unos por los otros, con los otros, y para los otros. El individuo se integra, pues, naturalmente en un todo mayor, en la familia, la comunidad y la sociedad. Aunque muera, el todo garantiza que la especie continúe permitiendo que otros representantes vengan a sucedernos.”
La visión de que la tierra solo produce si irrumpimos en sus patrones y procesos hasta violarlos se parece a aquella que afirma que lo femenino requiere ser saqueado para que entregue placer.
Un exceso de autoafirmación nos puede llevar a la violencia egoísta mientras que un exceso de integración nos disuelve en una condición de rebaño estupidizado, de allí que un sistema de relaciones que cosifica a lo otro (personas o naturaleza) y desconecta a la mayoría del todo, solo sirve para erradicarnos juntos. Por eso lo contrario del miedo no es solo la valentía y la audacia sino el cuidado mutuo… La del hacer, pensar y sentir más allá de la protección a un modelo que viola toda ley natural y toda lógica de supervivencia.
Somos seres interdependientes, somos instrumentos de la misma orquesta, somos naturaleza y, al devastarla, nos devastamos. Dice Vandana Shiva que “La violencia hacia la naturaleza, que parece inherente al modelo de desarrollo dominante, se expresa también con la violencia hacia las mujeres que dependen de la naturaleza para obtener el sustento para ellas, sus familias y sus sociedades.”
Dependemos de la diversidad biocultural porque somos como la vida misma.