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Argenis Sojo: hacia la Escuela y el Museo del Tambor

por Soriana Durán
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«Yo tengo que echar el cuento de cómo se hacen esas maracas, de cómo se hace esta vaina, de cómo se hace ese tejido, de cómo se hacen estos cortes, echar el cuento pa’ que la vaina trascienda«

Soriana Durán / Fotos Lheorana González

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Puso la frase en una enorme güira (charrasca de metal) que él mismo fabricó hace algún tiempo. “¡Esta vaina suena…!”, exclamó antes de comenzar a tocarla. El sonido acaparó todo el espacio de su pequeño taller Cuero Na’ Ma, ubicado en Sorocaima, una comunidad de La Guaira. Tan estridente era el son de esa charrasca como las carcajadas que soltaba el propio Argenis a cada rato. Es que, desde el comienzo, él se mueve y se expresa centelleante, desenvuelto, auténtico y, sobre todo, salsero.

Argenis nació en La Guaira en 1963. Su madre, Dionisia Rivero, era oriunda del pueblo de Merecure, estado Miranda. Su padre Melquíades fue obrero portuario en La Guaira: “Un negro medio indiao, alto, elegante, un tipo tú sabes”, originario de San José de Río Chico. 

Siendo el séptimo de nueve hijos de Dionisia y Melquiades, Argenis recuerda a su madre como una mujer admirable: “Madre llegó como hasta tercer, cuarto grado, pero ella luchó… cóntrale… Mi mamá, mi mamá es una cosa extraordinaria”.

En este taller, que también es la vivienda de Argenis, los ritmos afrocaribeños se mezclan con el murmullo selectivo de la costa, como en esos lugares donde el sol pega fuerte todos los días, donde la gente camina apurada, callaíta, ansiando sombra. Se oye de vez en cuando el motor de un carro, un televisor a lo lejos o unos niños jugando. El olor a madera y barniz te envuelven tan pronto atraviesas la puerta de su santuario, que ocupa todo el primer piso de su casa, y desde ese instante te das cuenta de que has entrado a otro mundo. No importa dónde pongas los ojos, en cada rincón de Cuero Na’ Má vas a encontrar montones de piezas e instrumentos que Argenis produjo junto a sus hijos (y muchas veces, en completa solitud).

Mientras mostraba la hechura y el sonido de sus creaciones, entre las cuales se pueden mencionar un yembé (o djembé), un tambor africano con forma de copa; una tumbadora, un cilindro de madera cubierto por una piel que se toca con las manos; y un pujao de parranda, que es similar al anterior, nos contaba alguna anécdota de su vida o de la vida del instrumento que tenía entre manos. Solo faltó que alguien se uniera a la parranda con uno de los incontables instrumentos de percusión del artesano-luthier-informático.

Más Latino es Cuero Na’Ma’

“Yo vengo desde niño haciendo cosas con las manos”, explica Argenis, que ahora tiene sesenta años. Se graduó como TSU en Informática, fue analista de sistemas, programador y también escribió manuales de computación. Pero después, a raíz de una serie de acontecimientos y, tal vez, efectos mariposa, el guaireño se levantó de su silla, apartó la computadora y se antojó de la madera del escritorio.

Claro, es una metáfora, porque la cosa no ocurrió así en realidad: “… El Banco Latino estaba ofreciendo unos intereses… tú sabes, una vaina gigantesca para captar, porque ya venía mal. Entonces mucha gente inocente agarró sus realitos, los sacó de otros bancos y los metió en el Banco Latino porque estaban pagando demasiados intereses. Cuando el banco cae, bueno, se acabó la película, caballero. Mucha gente se suicidó, mucha gente estaba llorando en la calle, fue una vaina fea. En ese preciso momento, después de un mes y pico, yo tomé la decisión y dije ‘mira, yo ya no sigo más en esto”’.

A pesar de las condiciones socioeconómicas durante la crisis bancaria de los noventa, Argenis Sojo dejó su empleo y decidió aprender todo lo que podía sobre carpintería, sin saber absolutamente nada de la materia y sin la certeza de que, con este oficio, pudiese subsistir y mantenerse. Entre preguntas y respuestas reveló que la cosa iba más allá del simple quehacer, que se trataba de una cuestión de libertad; quería escapar de los trajes elegantes, de la rutina y de “la misma vaina de siempre”. Podría decirse que aquel aspirante a carpintero quiso regresar a su origen, a lo que hacía por inercia en su infancia cuando fabricaba chinas (también conocidas como resorteras) y las vendía entre sus amistades. 

Le llamaba la atención construir, desarmar, analizar piezas o mecanismos: “En mi casa allá en Los Cocoteros, cuando se dañaba una puerta, una cosa, de mis nueve hermanos, quien le metía mano era yo, ¿ves?”.

 “Me fui hasta el puente de Fuerzas Armadas, donde venden libros, y me llevé todo lo que encontré sobre madera y cómo trabajarla. Me puse a estudiar, como si fuera una materia universitaria”. También cuenta que había una ferretería que, por la misma crisis financiera, estaba rematando todo y aprovechó para comprarse las herramientas y suministros esenciales para comenzar. Al poco tiempo ya estaba fabricando ventanitas de madera, ornamentales, después fue por puertas, muebles y terminó haciendo cocinas empotradas. Se consiguió unas revistas gringas de carpintería y tomó de referencia los diseños que más le gustaban, después vendía lo que hacía.

Otra de las “casualidades que le dieron forma a su oficio de artesano y luthier ocurrió cuando se inscribió en un taller de percusión latina y afrovenezolana dictado por Luis Velázquez en el Complejo Cultural “José María Vargas”. Él dice que era torpe (tocando los instrumentos), que lo suyo era bailar, y más que bailar, gozarse la salsa, porque en su casa se escuchaba era eso y el merengue, además de que sus hermanos mayores imprimieron en él otras influencias musicales que van desde Stevie Wonder hasta Barry White. 

Su taller se llama Cuero Na’ Ma’ por la famosa canción de José Mangual Jr.: “Y eso es puro tambores y timbales y todo, entonces yo estaba buscando un nombre que pegara, que fuese afín a lo que yo hago, y bueno; Cuero Na’ Má. Y no me equivoqué, porque todo el mundo me conoce como Cuero Na’ Má o El Gran Samán, porque yo antes trabajaba con madera de samán”.

Retos y aprendizajes

El señor no era del todo hábil con la percusión. Pensó en abandonar el taller, pero un día (y menos mal) una compañera se presentó en clases con un cuatro que llamó mucho su atención. Él se dejó cautivar por la forma y la estética del instrumento y se lo pidió prestado. Tomó medidas, calculó las dimensiones, hizo un análisis minucioso y fabricó uno con la madera que tenía en el taller, que a pesar de que no era la adecuada (el cuatro quedó un poco pesado) cumplía con su función. Después hizo un segundo, un tercero, un cuarto, después dejó de contar. Relata que hizo un cuatro para su hija en un solo día, en tiempo récord.

“Parece una cosa absurda, pero yo lo hice, porque a mí siempre me han gustado los retos, ¿ves? Los retos”.

En ese mismo taller, en días posteriores, un compañero llevó un bongó y él no dudó en aplicar la misma que aplicó con el cuatro. Hizo el bongó y le quedó perfecto. Su profesor, y ahora gran amigo, le recomendó que dejara de tocar y se dedicara a fabricar instrumentos: “Yo le contesté aquella frase célebre ‘Mi hermano, me halaga todo lo que me está diciendo, está chévere, pero yo no conozco a nadie en este país que viva de hacer tambores’”. 

Para sorpresa de Argenis, la vida lo llevaría a convertirse en una respuesta afirmativa ante su propio juicio.

Hacemos una pausa. Argenis Sojo invita unas cervezas para aplacar el calor que se condensa en el lugar. Mientras conversamos nos enseña sus últimas creaciones: una tanda de maracas recién barnizadas, un montón de tambores pequeños, infantiles, pero que, según él, también han sido adquiridos por adultos para su uso personal, ya que suenan muy bien. Vemos juguetes, desde carros de madera hasta perritos hechos con cartón de mandriles, que son los cilindros que se utilizan para el embalaje.

Dice que ahora le salen más trabajos de artesanía que de instrumentos como tal, pero que de éstos, el más reciente consistió en cambiarle el parche a un yembé: “Vino con el parche dañado y nosotros le quitamos el parche y mi hijo mayor le colocó el parche nuevo. Eso fue lo que hicimos, aquí no hay mayor cosa. Claro, hay que saberlo hacer, obviamente, hay que saber escoger el cuero. Porque esa es otra cosa, no todo cuero sirve para todo, cada cuero tiene su función, e incluso dependiendo del área del cuero del animal, sirve para un instrumento o para otro”.

La experiencia le ha dado a Argenis datos valiosos, como por ejemplo que el cuero de chivo adecuado es el que es aceitoso y grueso. En algunos casos, el ideal sería el de venado, pero como es difícil de conseguir se sustituye por el anterior. Las herramientas que utiliza son las habituales de una carpintería: sierra, caladora, máquina de soldar, lijadoras y esmeriles, entre otras, pero la verdadera innovación está en el uso particular, casi exclusivo, de la sierra: “con la sierra nosotros nos creamos un sistema para que, con una sierra, sacar cortes curvos, con ángulo incluido”.

Entre cumacos, culo ‘e puyas, minas y curbatas, el artesano ha logrado desarrollar su técnica desde otro punto de vista: el análisis de sistemas. Asegura que todo lo ve como un sistema, y que eso le ha permitido optimizar su trabajo y encontrar soluciones a problemas cotidianos; a falta de capachos para las maracas, Argenis utiliza ganchos de ropa, de esos de metal. Los corta en pedazos minúsculos con una tenaza y consigue un sonido particular, muy agradable.

Tiene inventos más grandes, como una máquina rebordeadora de metal, para hacerle los bordes romos a ciertos instrumentos de percusión. También hizo una máquina punzonadora, para perforar el metal. En la lista incluye una máquina termoformadora, para empacar en plástico: Aquí hemos hecho cualquier cantidad de vainas para poder hacer que el trabajo fluya, porque si no, ¿cómo, pues? ¿Qué, a martillo y palo y clavo y vaina? No, vale, no, no, aquí tenemos cerebro, pues. Aquí no nos paramos”.

Hacia el museo y taller

Pero el proyecto más ambicioso que posee hoy en día el creador de sonidos y hacedor de tambores está a unas pocas cuadras de su casa, a orillas de la avenida Soublette. Ahí están las bases de la que será su taller-escuela, el futuro Museo del Tambor y la tienda oficial de Cuero Na’ Ma’: “Nosotros le hicimos al Sistema de Orquestas dos contratos y le hicimos un poco e’ instrumentos. Y con el dinero que nos pagó el sistema de orquestas, nosotros compramos un terreno para hacer un taller-escuela, pa’ enseñar todo esto”.

Se dispuso a construir por sí mismo el edificio, y así como las máquinas que había fabricado para acelerar el trabajo manual, Argenis y sus hijos hicieron un trompo para mezclar cemento a partir de un pipote y un tubo o maguera. También se las ingeniaron con una máquina que produce ladrillos ecológicos: “Esa es una máquina que tú agarras la tierra, la mezclas en proporciones, la metes en la máquina, le das presión, la misma máquina la mueve hacia un lado, la halas, y sale el ladrillo. Esa es la inventadera, ¿verdad? ¡Bueno!”.

Después de la conversa, tuvimos la oportunidad de conocer el sitio que lo mantiene despierto y lo empuja a continuar con sus aspiraciones. Ahí mismo, en la primera fase de su taller-escuela y Museo del Tambor, tiene desde una mata de tapara hasta un tanque hecho con cauchos de camión (también lo hizo él) que se llena de manera automática con el agua que se bota de la tubería principal.

“La necesidad es la madre de la inventiva, de la inventadera”.

Los instrumentos de Argenis Sojo se encuentran en Venezuela y en otros países. Él está satisfecho, pero hace un llamado de atención por la cultura afrovenezolana, por su promoción y preservación: “En Venezuela, somos pocas las personas que nos dedicamos a crear instrumentos de percusión africanos y caribeños. Eso no puede ser, y es por eso que quiero crear ese taller-escuela”. Explica que la capacidad de producción de su taller es reducida debido a las limitaciones del espacio. 

“Yo tengo que echar el cuento, amiga. Yo tengo que echar el cuento de cómo se hacen esas maracas, de cómo se hace esta vaina, de cómo se hace ese tejido, de cómo se hacen estos cortes, echar el cuento pa’ que la vaina trascienda”.

Argenis Sojo forma parte de la Asociación de Artesanos, Jugueteros y Jugueteras de Venezuela, y está fabricando un número considerable de tamborcitos que serán entregados en hospitales y simoncitos de todo el país, entre diciembre de 2023 y enero de 2024.

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2 comentarios

Edgar A. Zambrano 20 octubre 2023 - 15:43

Gracias! por la valiosa información.

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Xiomara Sánchez 26 septiembre 2023 - 16:54

Muchas felicidades y éxitos. Es el fruto del trabajo perseverante creativo y honesto Bravo!

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