Entre yabos, cujíes y cardones, en los predios de un poblado a las afueras de Carora, existe un extenso y casi desconocido museo arqueológico: una parte a la intemperie, otra parte bajo el resguardo del pueblo. Otra parte más fue saqueada o extraída por descuido o mala intención
Neybis Bracho
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Al querer saber sobre la antigua ciudad de Carora nos remontamos a los fatídicos tiempos de la colonización (1569-1571) y hasta nos limitamos a veces a solo nombrar el pueblo originario que habitó aquellos parajes del semi árido larense, los axawas o ajaguas. Pero pocos se adentran a conocer la raíz de donde brotó la más interesante cultura originaria. Poco se nombra el pequeño villorrio llamado Camay, caserío curtido por el sol caroreño, anclado a 469 metros sobre el nivel del mar, en cuyos terrenos profundos aguardaba su historia entre yacimientos arqueológicos, urnas funerarias fabricadas en cerámica, olicores, figurinas antropomorfas, vasijas de pedestales, idolillos, caracoles, que por siglos soportaron el silencio de la profundidad terrestre.
Se sabe que el 19 de agosto de 1952 la mano de la iglesia católica, representada en un sacerdote llamado Esteban Basilio, y un grupo de estudiantes del colegio La Salle, llegaron de lejanas procedencias a realizar una serie de excavaciones y extraer este legado indígena que hoy en día la comunidad rural de Camay exige que se le devuelva. Esto apenas comienza.
¿Descubrimiento, estudio o saqueo?
Cuando pasamos el minúsculo puente de hierro llamado Puente Bolívar, que colinda con el olvidado y contaminado río Morere (otrora balneario de los lugareños), adentrándonos hacia espacios rurales (La Otra banda, la misma carretera que nos lleva al pueblo de Altagracia) recorremos 16 kilómetros aproximadamente, tomando la carretera de tierra del caserío Morrocoy, y encontramos esta aldea. Sus suelos siguen mostrando las voces y miradas de sus antiguos pobladores, en las piezas que sobrevivieron o quedaron en su suelo originario, las mismas que se esparcen en una extensión de 100 km2 alrededor del poblado. Allí todavía se encuentran vestigios de vida de más de 15.000 años de antigüedad.
Camay, caserío de agricultores y criadores de cabras, cuenta con una pequeñísima plaza en honor al Libertador Simón Bolívar, una capilla católica levantada en 1959, algunas viviendas y una construcción que desean que sea algún día el Museo Antropológico de Camay. Comenzaba la segunda mitad del siglo XX cuando se dio inicio las excavaciones en distintas áreas de los patios de Camay, con la conocida intención de desenterrar la mayor cantidad de piezas de cerámica indígena, para el estudio de los distintos comportamientos de las comunidades aborígenes que se instauraron miles de años antes de la llegada de los españoles.

Los campesinos, emocionados por tales tareas y porque suponían en la llegada de esta comitiva el desarrollo para el caserío (en tanto se les construyó una pequeña placita, una capilla, un “dispensario” y por si fuera poco, algunas casas de bahareque para sus habitantes) se sumaron a la búsqueda de las piezas, encontrando fragmentos cerámicos adecuados a distintas fases del desarrollo artesanal de los axawa, grupo originario de la familia arawako. Urnas funerarias, cacerolas, platos, azafatos, collares, idolillos, sonajeros, huesos de animales y humanos, utensilios de labores, manos y piedras de moler conocidas también como metates, fueron parte del gran hallazgo que luego se llevaría el sacerdote Esteban Basilio para la ciudad de Barquisimeto, entre los años 1953 y 1954, depositándola en el Colegio La Salle. Algunos de esos objetos de nuestra cultura originaria llegaron (“en comodato”, según contaron los habitantes de Camay) a los museos de Barquisimeto y Quíbor. Las urnas o vasijas funerarias fueron pintadas con un seguro delineado, ornamentadas con símbolos o animales que representan el significado de la fertilidad, especialmente serpientes y ranas.
Entre los campesinos contratados que formaron parte del equipo arqueológico se nombran Pablo Mascareño, Leonardo Lameda, Andrés Mascareño, Ramón Torres, José Alejandro Aponte y Esteban Cuevas, todos criadores de ganado caprino, quizás por los beneficios ofrecidos por el lasallista sacerdote, se aplicaron a participar en las excavaciones, pero se desconoce el porqué de la molestia con el líder religioso, tanto así que los campesinos no enviaron a sus hijos a las clases que daban los lasallistas, con la finalidad de desestabilizar las tareas del clérigo, pues los campesinos se cansaron ya en 1960 y se sublevaron contra el párroco Basilio. Esto trajo como consecuencia la falta de una escuela en el caserío. Ese fue el origen de lo que en Camay se llama popularmente “la maldición del Padre Basilio”, de quien se dice que afirmó: “no se volverá a construir una escuela en Camay, por más de cien años”. Han pasado más de seis décadas y aún el caserío no cuenta con su plantel escolar.

Nos fuimos una vez más para este caserío, caminando los territorios resquebrajados por el inclemente sol y las torrenteras de aguas que eventualmente corren por sus quebradas, cuando llueve, y nos encontramos el mismo viento solitario que percibimos cada vez que nos hablan de Camay. Sus calles solariegas se esconden de algún fantasma o algún visitante que llega con sus demagogias, ofreciendo el cielo y el paraíso.
Aun así, el camayense es muy gentil y afable, mostrando con orgullo su legado patrimonial originario. Gracias al Museo Antropológico de Quibor “Francisco Tamayo Yépez” y a la visita que hiciera el recordado maestro Mario Sanoja, algunos de los lugareños manejan empíricamente parte de la información antropológica y la importancia de salvaguardar la zona arqueológica. Antes se vendía cual artesanía o se obsequiaba cual souvenir cada pieza encontrada en los confines de las quebradas o a flor de piel, por los caminos que limpian los fuertes vientos de la zona.

Modos de vida en la Camay originaria
El recorrido por todo el poblado y sus adyacencias, nos muestra una vegetación xerófila propia del semiárido. El ganado vacuno no se pudo desarrollar, y el ovino sólo después de grandes dificultades, producto de las grandes depredaciones que hicieran los llamados gatos de monte o cunaguaros.
Al observar y conversar con los habitantes más longevos de la aldea, conocemos por sus memorias (tradición oral transmitida por generaciones) algunas faenas del campo que se realizaban, tanto en tiempos de los aborígenes axawa como al inicio de la vida campesina más criolla. Hay indicios de que en la agricultura en estas comarcas ya era una actividad habitual 5 mil años antes del presente. Actividades muy bien desarrolladas, por lo que vemos en algunos estudios que hiciera el apreciado maestro Mario Sanoja, que nos explica que aquí en Camay se procesaban y se consumían los alimentos.
Existe una reliquia reveladora, un esqueleto de mujer teniendo consigo un metate, hallazgo que nos interpreta que los axawa del territorio cultivaban el maíz hace unos 500 a 1000 años antes de la era cristiana, en una próspera vida sedentaria. Pero aparte de este rubro también cultivaron la yuca y la batata, algunos vegetales como la auyama, el apio, el ñame, y se alimentaban también de los muy particulares frutos del cáctus como lo son el dato y la pitahaya, así como otras especies llamadas brevas o lefarias.

Es interesante encontrarse todavía con el sistema arquitectónico de aquellos antiguos pobladores, quienes aprovechaban el barro y las fibras vegetales para la construcción de sus viviendas. Caminar por los recovecos y sabanas umbrosas de los caseríos de La Otra Banda, aledaños a Camay, encontramos un tipo de viviendas hechas con “taquezal” o bahareque, techos de paja o “hachos” (se pronuncia jachos), fibras secas del cardón viejo, y en cada casita que vamos viendo por los caminos que abren los vientos, se aprecian en ellas un pequeño tejado al frente, una especie de tinglado para tomar la siesta protegidos del sol.
Actualmente podemos apreciar en un pequeño galpón algunas piezas que esperan sean colocadas en su merecido espacio de exhibición, cascajos de vasijas, empleadas por los axagua para surtir el masato o la chicha, agua u otros líquidos. Es impresionante la cantidad de pedazos de estatuillas, ídolos que guardan en este aposento algunos miembros de la comunidad.
La urna funeraria de Camay
Las urnas funerarias son la que mayor esplendor exhiben. Son una serie de estilizadas vasijas de forma globular que varían en formas (algunas con bases y otras carentes de ellas), cuyos diámetros oscilan entre 41×37 cm, 37×33 cm y 26×34 centímetros. Algunas de estas arcas ceremoniales contaban con unas tapas de preciosos ornatos, con detalles de panzas aquilladas, perfectamente pintadas, que datan del período 400 y 300 a.C.

Como es sabido, en el estado Lara se conocen tres estilos cerámicos, pero va a ser el más antiguo de ellos el estilo Tocuyanoide el que se le atribuye a este hermoso objeto ancestral de Camay, decorado con temas vegetales, de colores rojo y negro sobre un delineado blanco. Es de destacar que las líneas blancas siempre manejan un ritmo ondulado, que buscan representar una simbología con motivos naturales. La Forma “batracioforme” o rana de ojos saltones, viene a plantear una narrativa con presencia alegórica que remite a los rituales originarios de sus etnias. Esta figura totémica (rana), es pintada de una forma vertical en posición de nado, dejando ver sus genitales de ambos sexos, para disponer de la simbología de la fecundidad. El hecho de ser destacada y tener un carácter dual (anfibio) de vivir en el agua y en la tierra, la exalta como una deidad.
Museos del pueblo y para el pueblo
En el municipio Pedro León Torres del estado Lara se han desarrollado varios museos que han cobijado la historia ancestral de sus culturas, galerías populares como la de Río Tocuyo, en casa del maestro Espinoza. O la sala (lobby) del Teatro Alirio Díaz, que muestra fragmentos arqueológicos. Salas de museos comunitarios como los del Sargento Arismendi y su gran colección biblio-hemerográfica sobre el cantor Ali Primera, o la sala museo Don Pío Alvarado de Carora. Pero salas museos propiamente dichas, con piezas de origen rupestre, podemos nombrar la ruta Sicarigua-Los Arangues-El Paradero-Ira-Camay-Pedernales, espacios ceremoniales y lugares de habitación, donde se desplegó una cultura originaria dejando allí sus huellas para la posteridad.

Una resaltante manifestación de Petroglifos o grabados en piedras como los que muestra Pedernales (cerca de Altagracia), los de la zona de El Zamuro en El Empedrado, en la Cueva del Carrizal, en las fértiles tierras de Sicarigua, en La Tigrera subiendo las montañas en Jabón (parroquia Lara), o los testimonios arqueológicos de la cerámica funeraria en las serranías andinas del cerro Santo Domingo en Los Arangues y Siminipuche (Siminipucho) de la parroquia Camacaro, cerca de Río Tocuyo.
Como vemos, el municipio Torres cuenta con un gran territorio de yacimientos arqueológicos que ha resistido los embates del tiempo, el despojo y la rapiña, de las manos de sujetos sin conexión con el pueblo, por lo que a gritos y de manera urgente los habitantes de estos territorios exigen y piden se les brinde más apoyo y seguridad para el resguardo de estos legados originarios.
2 comentarios
En una oportunidad lei que el prócer Jacinto Lara nació en el poblado de Camay.
Gracias por el dato, no sabía