Ifigenio y Carlos Quintero han moldeado por dos generaciones el suelo desértico de La Otra Banda, para producir losas y objetos de alta calidad, con métodos artesanales de otros siglos
Roberto Malaver / Fotos: Ángela Peroza
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En el Caserío El Coyón, en el corazón de La Otra Banda, a las afueras de Carora, estado Lara, hay una pareja de artesanos que se entregó a vivir elaborando piezas que van desde el Rosetón hasta los cuadrados. Carlos Quintero y Maritza Mujica están allí desde 1992, cuando llegó Ifigenio Quintero, el padre de Carlos.
Aferrados al trabajo, y bajo el sol inclemente, comparten la faena del día y siguen defendiendo la artesanía. Maritza no sólo es artesana, también es graduada como Maestra de Señas. Carlos es el que responde.
–¿Siempre han mantenido la línea artesanal?
–Nosotros queremos seguir manteniendo la línea artesanal, porque si tienes una máquina es más de lo mismo y eso lo hace cualquiera. Y es mejor ser original, artesanal, cada pieza lleva el estilo del que la fabrica. Y eso es lo que hemos manejado durante todos estos años.

–¿Cuál es el modelo que más se busca?
–El cuadrado. Porque por lo general el cuadrado encaja en cualquier espacio. Todo lo que busca un constructor, arquitecto, ingeniero, es la simetría en los espacios, y el que más sale es el cuadrado. Los modelos son gracias a personas que, con el pasar de los años, han venido trayendo y te dicen: “yo quiero esta pieza, porque la vi en internet…”. Entonces la traen en una hoja y uno la pasa a la madera, al molde. Ahora tenemos veinticinco modelos, pero no todo el tiempo hay de todos.

– ¿Cómo sabes cuando la pieza está lista?
–La prueba para saber que está lista la pieza es hacerla sonar. En la parte de seleccionar las piezas de mejor calidad hay una técnica que es empírica, pero que nos ha resultado, y es que tomamos una piedrita y le damos un golpe a la pieza, y ella tiene que sonar metálica–. Carlos toma varias piezas y las toca con una piedra; en efecto, unas tienen un sonido “seco” que no reverbera, y otras que tienen ese sonido metálico de campana. –Si no tiene este sonido no pasa la prueba, no está bien horneada, entonces la descartamos. Eso nos garantiza que las piezas que salen de aquí no se van a deteriorar con el pasar del tiempo.


–¿Y por qué algunas no quedan bien, si son del mismo material que las otras y son horneadas en el mismo horno?
–Porque quedan puntos fríos en el horno. A pesar de que estamos en el siglo XXI, sigue siendo un horno artesanal, entonces siempre en el horno queda un espacio que no calienta igual que el resto de la cúpula. Cuando se hizo la tecnificación de hornos con gasoil se logró al cien por ciento la quema, pero con leña no es igual, porque la temperatura del gasoil es constante. Cuando se hornea con leña hay un palo que produce más flama que otros. Eso genera ese cambio de temperatura dentro de la caldera abajo, y nos da estos puntos fríos. Pero no es mucho, la pérdida no es tanta. Calculo que se pierde un cinco por ciento.

–¿Y cómo consigues la leña?
–Aquí hay gente que son leñeros. Uno se la compra a ellos y se la traen hasta aquí. La leña cada día se busca más lejos, porque se va agotando en un lugar y hay que caminar para buscarla. Aquí la mayoría de la leña es de cují, ese es el que se usa más que todo. Trabajar con leña de cují no tiene impacto forestal porque no se tala árbol verde. En el año 2012 se hizo un estudio ambiental y se llegó a la conclusión de que utilizar el material ya seco no genera un impacto directo al ecosistema.

–¿Pero antes trabajaron con gasoil?
– Comenzamos con leña, luego nos modernizamos con gasoil, pero por la escasez y el costo del gasoil, volvimos a la leña.
Nueve trabajos en uno
El entorno en que trabajan los muchachos es árido, el solazo es bravo y el oficio es pesado. En camino hacia la casa del caballero que inauguró ese oficio en la zona, llamado Ifigenio Quintero (el papá de Carlos) quisimos preguntarle al joven los pormenores de ese quehacer; más adelante le pedimos los mismos detalles al padre. Es un buen ejercicio confrontar esos testimonios de dos generaciones de alfareros, trabajadores de la arcilla.
–¿Cómo comienza y cómo termina el proceso?
–Se comienza a picar (abrir un hueco en el suelo árido) para buscar la arcilla. Luego viene el remojo, la tierra se echa a remojar; ahí dura seis horas. Después se amasa con las manos, como cuando se hacen arepas, después se tapa con un plástico y se destapa al siguiente día. En algunas condiciones, bajo techo por ejemplo, usted puede de una vez arrancar. Lo que pasa es que nosotros nos acostumbramos a ese modelo de trabajo, porque nuestro aliado es el sol en la parte del secado. Empezamos desde las cuatro de la mañana a moldear las piezas hasta las nueve, nueve y media de la mañana. Después un bañito y a dormir, y pasa el transcurso del día y el sol y el viento las seca. Después recogemos y almacenamos, quitándole los detallitos. Luego viene para el horno. Ese es el proceso. Y después en el horno son diez días, distribuidos así: tres días de cocción, porque son 24 horas de calentamiento y 48 horas de horneado. Cuando ya está listo, cocinado, se tiene que esperar siete días para poder sacarlo del horno.




–¿Y en cuánto tiempo haces el trabajo cuando llega alguien y te hace un encargo?
–Por lo general nosotros pedimos un mes. El proceso como tal, en condiciones óptimas, que no esté lloviendo, que consigamos la leña, un mes. El año pasado decíamos que en dos meses, para prevenir. La gente siempre sabe que esto tiene su tiempo y tiene que esperar.
La pregunta inevitable en esa tierra ardiente tiene que ver con el agua; no se puede amasar la tierra (ni vivir) sin ese elemento.
–Nosotros le pedimos agua a Dios, y a veces le decimos que ya está bueno, porque cuando llueve fuerte se inunda todo esto.
Nueve trabajos en uno

Ifigenio Quintero, el patriarca iniciador del trabajo con arcilla en esa zona de El Coyón (aunque hay otras zonas donde se trabaja también con tierra) está recostado de la pared de barro de la casa donde vive. Es el mismo material del que están hechas las piezas que le han dado sustento a la familia, aunque tratado de otra forma; en la fachada principal un hombre se aplica a la tarea de empañetar: frisar el barro con barro mezclado con paja y bosta de bestia, que ayuda con el fermentado y aleja los insectos. Uno observa los rasgos de Ifigenio y se fija en la casa (y en las piezas elaboradas, y en el entorno) y llega a comprender una clave: ese señor también está hecho del mismo material. Exactamente el mismo del que estamos hechos todos, aunque tal vez tratado de otra forma.
Con 86 años de vida recuerda lo duro del trabajo. Ya las fuerzas físicas no le dan para mantenerse en la actividad, pero la lucidez le dan para describir ese arte paso por paso.

Cuenta que fueron algunos artesanos del pueblo de Guadalupe quienes lo asesoraron en algo fundamental, que es la calidad de la arcilla que había en los predios de su casa. Lo adiestraron en la disciplina de la búsqueda de material, y después en el trabajo artesanal propiamente dicho. En los alrededores de la casa hay que excavar a unos 60 centímetros de profundidad para encontrar la tierra buena para moldear.
–Yo empecé aquí en 1992. No toda la arcilla es buena para ladrillo. Hay que saber cuál es la buena. La arcilla buena está a flor de tierra; cuando escarbas, a los sesenta centímetros, empiezas a conseguir la arcilla. De ahí para abajo se puede sacar para hacer las piezas. Para las piezas estas hay que hacer el barro de hoy para mañana. Se hace hoy en la mañana, se saca de madrugada, así, a pura mano. Es un trabajo muy fuerte. Son nueve trabajos en uno: picar la tierra, cargar la tierra, hacer el barro, sacar el barro. Después viene el secado, la recogida, llevarlo para el horno, meterlo al horno para quemarlo. Y para sacarlo ya son nueve trabajos. Y eso tiene que sonar. Si chocas la pieza una con otra, eso tiene que sonarle clarito. Si no le suena, eso está crudo. Usted puede meter dos mil cuadrados, y de esos dos mil, si acaso pierde, pierde algunos veinte.



Su orgullo y reliquia doméstica es un afiche de Chávez. Insiste en que quiere declamar de memoria unas décimas de su inspiración. Se acomoda mejor en la silla y habla como si estuviera frente a un público masivo:–Mi nombre es Ifigenio José Quintero. Vivo en el Caserío El Coyón. Y las décimas dicen así:
Como lo dice la historia
Bolívar fue una eminencia,
por eso con reverencia
bendigamos su memoria.
Hoy alzaremos su gloria
una tarde, soberano.
Y como buen ciudadano
Hoy le quiero yo cantar
y los vengo a saludar
con el sombrero en la mano.
Esta la escribí un primero,
de fecha lunes pasado,
día que está decretado
de Bolívar y de obrero.
No canto acto grosero
y si cogiera un calor,
me pareció la mejor
en mi rancho hacer mi casa
Y al golpe de mi guitarra
Canté a mi Libertador.
Es muy triste recordar
cuando el esclavo existía
porque el pobre no tenía
ni derecho a patalear.
Entonces hubo que luchar
y vencer al español
Nuestro gran libertador
ya quedó inmortalizado
y yo como libertadoaspiro a vivir mejor
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En Instagram se puede ver el trabajo de estos artesanos: Arte en ladrillo
