Los plásticos, y en particular aquellos de pequeño tamaño, en el rango de decenas de micrómetros, denominados microplásticos constituyen una de las principales preocupaciones de los investigadores ambientales por sus efectos contaminantes en los ecosistemas, en las especies de vida silvestre y en la salud humana, por lo tanto, son motivo de alerta y un llamado a la acción para luchar contra su proliferación.

Hace algunas semanas tuve la oportunidad de escribir sobre el antropoceno, término acuñado por los investigadores Eugene Stoermer y Paul Crutzen quienes lo popularizaron a principios del año 2000 para referirse a los grandes cambios en los procesos geológicos derivados de la masiva actividad industrial que da forma (y deforma) nuestro planeta. Los investigadores propusieron que era necesario referirse a este periodo geológico marcado por la actividad humana como el antropoceno.
Entre las dos investigaciones más recientes que apoyan esta idea se encuentran las realizadas en el Lago Crawford cerca de Toronto, en Canadá, donde ha sido documentada y referenciada temporalmente la presencia de elementos como residuos radioactivos como el plutonio, proveniente de las pruebas nucleares, hollín industrial y por supuesto microplásticos. La otra se trata de la realizada por la brasileña Fernanda Avelar publicada en la revista Marine Pollution Bulletin. El estudio fue realizado con muestras de rocas extraídas de la remota isla de la Trinidad, un área protegida brasileña ubicada en el Atlántico, a 1150 kilómetros de la costa del país suramericano.
La científica se encontraba colectando muestras como parte de su tesis y se percató de extraños colores y materiales integrados a las rocas. El análisis químico y morfológico indicó que se trataba de plásticos provenientes de elementos como redes de pesca y bolsas arrastradas por las mareas que se unieron a las rocas mediante procesos que pueden ser tanto geológicos como volcánicos. Sin embargo, este mecanismo sigue aún en estudio. El hallazgo en este remoto lugar llevó a la investigadora a proponer nuevos tipos de rocas formadas parcialmente por plásticos, denominadas “plastiglomerados”, “piroplásticos” y “plastistones”.
El hecho de que en lugares remotos como el Lago Crawford, en Canadá y la Isla Trinidad en medio del Atlántico, así como otros aislados lugares de nuestro planeta, se encuentren plásticos y microplásticos indica el nivel de expansión que ha alcanzado este tipo de contaminante en nuestro orbe.
Las malas noticias no cesan. El 14 de agosto de este año 2023, fue publicado un artículo de Hiroshi Okochi, de la Universidad de Waseda y otros investigadores en la revista Environmental Chemical Letters, donde se muestran evidencias de la presencia de microplásticos, varios tipos de polímeros y caucho en el agua de las nubes. Las muestras fueron tomadas por los investigadores en la montaña más alta de Japón, el Monte Fuji y el Monte Ōyama.
En las conclusiones, los autores destacan, en primera instancia, lo siguiente: “Hasta donde sabemos, este estudio es el primero en detectar microplásticos transportados por el aire en el agua de las nubes tanto en la troposfera libre como en la capa límite atmosférica.”
Esta aseveración es alarmante porque es una prueba de que la polución plástica, literalmente, ha llegado hasta “al aire que respiramos” y amenaza con contaminar numerosos aspectos de nuestra vida que hasta el momento podrían ser considerados como libres del problema. Ya la imagen mental de este tipo de contaminación no son las tortugas enredados con un aro plástico de la Coca-cola o la mancha de basura de 2 millones de kilómetros en medio del Pacífico. Y esto no ocurre a miles de kilómetros de su cómodo sofá, en medio de la sala, mientras consume cualquier basura procesada, ahora la figura es que la lluvia camino al trabajo está contaminada, el repollo en el perro caliente que se comió ayer pudo tener plástico y ahora está en su sistema digestivo. Ya no es la ballena que encalló en la costa, ahora usted es, directamente, el afectado.
No es algo que podamos elucubrar, se trata de evidencias tomadas por los investigadores japoneses como parte del sustento de su investigación. Se trata, específicamente, de dos trabajos de 2021 en los que fueron detectados micro-plásticos en la sangre, pulmones y placenta de mujeres embarazadas. Bajo estas líneas les compartimos los trabajos y su respectivo link:
- Amato-Lourenço LF, Carvalho-Oliveira R, Júnior GR, dos Santos GL, Ando RA, Mauad T (2021) Presence of airborne microplastics in human lung tissue. J Hazard Mater 416:126124. https://doi.org/10.1016/j.jhazmat.2021.126124
- Ragusa A, Svelato A, Santacroce C, Catalano P, Notarstefano V, Carnevali O, Papa F, Rongioletti MCA, Baiocco F, Draghi S, D’Amore E, Rinaldo D, Matta M, Giorgini E. (2021) Plasticenta: first evidence of microplastics in human placenta. Environ Int 146:106274. https://doi.org/10.1016/j.envint.2020.106274

La realidad de la contaminación por microplástico es cada vez más tajante en todas las escalas. Las evidencias científicas demuestran que no es un asunto de activismo, de ir a recoger la basura en la playa y cortar el cordón enredado en la tortuga (ojo esto también es necesario), pero mientras nuestro modelo de producción y consumo no cambie y mientras no le hagamos frente a las grandes corporaciones, (que no arriesgarán sus ganancias por cambiar sus manufacturas por materiales biodegradables), ni cambien su aparato de producción, seguiremos en una espiral de autodestrucción que ya pasó de los miles de kilómetros de distancia y llego a ser a ser tan palpable como la sangre en nuestras venas, el aire de nuestros pulmones o tristemente el vientre de nuestras mujeres. Si seguimos así, llegará el día en que no nos quede nada libre de plásticos, ni nosotros mismos.