Este mes se ha abierto la convocatoria a los científicos, tecnólogos e innovadores del país para que postulen sus trabajos a los Premios Nacionales de Ciencia y Tecnología en todas sus categorías y menciones. Acá hemos reseñado algunos trabajos ganadores en años anteriores y entrevistado a sus autores. Retomamos esa línea con este abordaje, semblanza de Gloria Basanta, directora del Instituto de Investigaciones Metalúrgicas y de Materiales de Sidor, equipo de investigación que ganó una mención honorífica en 2021
José Roberto Duque / Fotos Yorwuel Parada
____________________

Desde lejos el aspecto de Sidor es el de una ciudad post apocalíptica: las acerías gigantescas, el hervidero de la gente de la metalurgia, las torres y estructuras colosales, barnizadas con una pátina que (nos enteramos allí) es un óxido que no corroe las edificaciones sino que más bien las protege. El óxido protege contra diversas formas de erosión, pero el color del óxido no protege contra ciertas sensaciones abrumadoras.

Una vez dentro del laberinto se refuerza la dura impresión: se trata de un territorio de rudas faenas. Rugen e intimidan los hornos de fundición, espanta un poco la altura y la profundidad de los galpones, maravilla pero obliga a mantener la distancia el espectáculo del hierro y el acero convertidos en chorros líquidos, especie de volcán controlado y domesticado por varias docenas de obreros especializados que hacen de esa fuerza destructiva una cantera de producción y de creación.



Algo ocurre en la psique de cualquiera de nosotros, formados o deformados en la conocida visión machista de casi todos los procesos, cuando en el recorrido por el corazón de la metalurgia venezolana, las entrañas de SIDOR, nos acompaña una mujer. Gloria Basanta fluye por esos espacios acatando e invitándonos a acatar todas las instrucciones y normas de seguridad, porque a pesar de todos los controles el espacio está lleno de riesgos, propios de todo proceso industrial de este calado.
Uno de los obreros, especialista y encargado de temas de seguridad, recita con una firmeza marcial algunas condiciones y situaciones de allí, para que cada quien concluya cuáles son esos riesgos: “Aquí hay polvo metálico, radiaciones ionizantes, altas temperaturas, altos voltajes que generan campos magnéticos; hay cargas suspendidas, transporte de materiales muy pesados”. En este punto uno mira hacia arriba, hacia las alturas del galpón, y se percata de que por allí pasa una grúa que suele transportar objetos de muchas toneladas de peso. Uno mira las botas y el casco de seguridad que debe usarse allí obligatoriamente, y la sensación no es agradable, aunque genera algunas risas.

La revelación en un Semillero
En semejante escenario, una de las primeras preguntas a Gloria Basanta tenía que referirse necesariamente al cómo, el por qué (y el cuándo, y el desde dónde) una mujer escaló posiciones gerenciales en el área metalúrgica (tú sabes, ese territorio que suena a fuerza bruta, a territorio de machos groseros y escupidores de chimó) hasta convertirse en Directora de Calidad y del Instituto de Investigaciones Metalúrgicas y de Materiales. La forma en que la reflexión la llevó a la década de los 70 nos hizo caer en cuenta: no fue que Basanta “se convirtió” en líder, investigadora y formadora de investigadores, sino que un largo proceso la trajo hasta aquí.
Su proceso es agradable de seguirlo con atención cinematográfica: nació en Bolívar pero fue llevada desde muy pequeña a Caracas. Su papá fue administrador de empresas del sector construcción, y su mamá, una aguerrida ama de casa que no se conformó con ese rótulo sino que se hizo licenciada en educación en la Universidad Nacional Abierta. De sus estudios tempranos e intermedios recuerda haber estudiado en el Fermín Toro y en el Instituto Universitario de Tecnología. De esta institución recuerda que era buena y exigente, allí se estudiaba mecánica, electrónica, química.

En algún momento de sus estudios técnicos o de bachillerato (el momento exacto se le traspapeló en la memoria, pero recuerda que era una adolescente) ganó un concurso, y el premio era ir de visita al IVIC. “Recuerdo que fuimos al Centro de Química y quedé deslumbrada con un microscopio electrónico. Me quedé fascinada por las imágenes de los polímeros. Ese fue el momento en que se me decidió mi rumbo. Yo soy producto de un semillero, por eso me parece tan hermoso y extraordinario ese programa de ahora, los Semilleros Científicos”.
Muchos años después, ya instalada en SIDOR, luchó y forcejeó junto con otros y otras para dotar a ese coloso industrial de microscopios electrónicos. Esto lo logró con mucho esfuerzo, pero esta historia de microscopios amerita un segmento o un relato aparte. Titulares: con el pretexto o la justificación del bloqueo, las casas comerciales responsables de suministrar la actualización del software para el funcionamiento del microscopio electrónico de barrido han guardado un largo silencio, y los microscopios permanecen fuera de servicio. De estos artefactos existen tres ejemplares en Venezuela, todos paralizados e inutilizados por la soberbia o el terror de las corporaciones.



“Las cosas tienen que servir para algo”
La conversa con Gloria Basanta tiene lugar en varios encuentros o sesiones; la mujer tiene realmente muchas ocupaciones y es imposible agotar los temas que puede aportar en una sola sentada. Durante uno de los obligatorios recesos nos recomendó pasar un rato por el archivo documental, para revisar algunos antecedentes del tema que nos llevó hasta Ciudad Guayana: el Instituto de Investigaciones Metalúrgicas y de Materiales de Sidor, mención del Premio Nacional de Ciencia y Tecnología 2021.
Varios documentos, folletos y publicaciones periódicas nos llevaron hasta los orígenes remotos del actual Instituto. En septiembre de 1973, por ejemplo, cuando Gloria tenía 12 años de edad, un ícono y emblema de las investigaciones metalúrgicas del país, llamado Julián Játem Villa, publicó un informe o documento histórico crucial: “Implantación del Centro de Investigaciones Tecnológicas de Sidor”. Al parecer ese centro tuvo más bajos que altos y fue echado varias veces al abandono, mediante el simple trámite de no prestarle más apoyo ni recursos.

En abril de 1978 el obstinado e insistente Játem seguía publicando reflexiones para justificar su idea: “Objetivos del Centro de Investigaciones de Sidor”. En 1989 continuaba en lo mismo: “Logros del Centro de Investigaciones de CVG Siderúrgica del Orinoco”, trabajo para optar al Premio Nacional al Desarrollo Tecnológico, mención Centro de Investigaciones, CONICIT, 1989. Un auténtico precursor de lo que es hoy el Centro, el ingeniero Julián Salomón Játem Villa.
Salimos de la biblioteca con un poco más de contexto: la industria metalúrgica no es ni puede ser simplemente una serie de galpones donde pergeña su musculatura y su rabia una manada de seres humanos esclavizados. Hace falta cerebro, formación y talento, aparte de amor por los procesos visibles y microscópicos de la transformación de los metales, para que los productos que salen de allí sean de buena calidad y compitan en el mundo.

Volvemos a Gloria Basanta: el día de su graduación, en un remoto 1980, un amigo le informó que necesitaban un técnico en el IVIC. Allí estuvo unos años aprendiendo varias cosas, entre ellas los secretos y métodos de la investigación documental. Se hizo ingeniera metalúrgica, hizo un posgrado en Siderurgia en la USB, luego una maestría y un doctorado en Ciencia de los Materiales. Pero en aquella muchacha que trabajaba en el IVIC, “rodeada de neblina, donde había un clima hermoso, un comedor lindo, una gente linda (yo cantaba en la coral, pertenecía a la filarmónica en Caracas)” comenzó a cobrar forma una reflexión transformadora: “había pasado tiempo investigando y entregando apuntes que iban a un documento o artículo, que se publicaba en algún lugar pero yo no tenía idea de para qué servía, con qué se comía eso, de qué le servía al país”.
A esa corta edad la vida le dio un vuelco y decidió irse a Sidor. A mucha gente de su entorno le pareció una locura porque definitivamente en SIDOR el clima no era tan agradable, no parecía el espacio ideal para una joven, pero qué caramba, a Gloria la tenía fascinada el mundo de la metalurgia, y la metalurgia es lo que es, y SIDOR era lo que era.

Ahora sí: el Instituto
¿Para qué sirve entonces un Instituto de Investigaciones en un territorio como la Siderúrgica del Orinoco? Sirve, por ejemplo, para que unos especialistas averigüen y determinen por qué unos tubos, cabillas, láminas y otros productos fabricados con materia prima proveniente de la misma cantera, sometidos exactamente a los mismos procesos durante idéntica cantidad de tiempo y mediante procedimientos invariables, a veces se comportan distintos unos de otros.
Las respuestas no son perceptibles a simple vista, hay que analizarlas al microscopio y mediante indagaciones mediante análisis químico. Hay una serie de materiales en bruto, provenientes de la tierra, y otros de procesos industriales; la mirada ignorante de nosotros, los no iniciados, ve en un pedazo de acero o en una cabilla un material firme, impenetrable y de lisura uniforme.
Te acercas, observas bien, te apoyas en algún instrumento que amplifique la imagen y comienzan a aparecer imágenes de extraña topografía, una nueva armazón de continentes dentro de un planeta diminuto e inagotable. En esos trozos de metales diversos se levantan montañas, valles abruptos, promontorios y abismos.




Te detienes en una rayita que parece un cabello y en realidad hay una grieta, una fisura, una deformidad, que puede parecernos insignificante o irrelevante, pero que puede ocasionar efectos catastróficos si se usa en grandes estructuras o se somete a calor o a presión. Sin un equipo de investigadores es imposible determinar por qué se fracturó de esa forma ese aparentemente sólido objeto de hierro, acero, cobre u otro material o aleación.



Así como al pionero Julián Játem le costó años de esfuerzo y de exposiciones ante diversos auditorios que los directivos de su tiempo entendieran que un centro de investigaciones es una necesidad, medio siglo después a Gloria le costó la misma enormidad de trabajo convencer a las diversas directivas de la urgencia de crear este Instituto. Y pues ya está, ya existe, ya funciona y ya alberga y ocupa a una buena cantidad de investigadores, el Instituto de Investigaciones Metalúrgicas y de Materiales.
Y con madre eslógan o lema, que a decir de Gloria es mucho más que eso: “Compartimos conocimiento”.

Premio por desbloquear e independizar
Una vez creado y echado a andar ha debido sortear otras dificultades, propias del tiempo histórico que nos ha tocado vivir. En el año crítico 2019, tiempo de bloqueo, de sabotajes y de perturbaciones serias del aparato productivo, SIDOR tuvo que llevar a cabo operaciones de ingeniería inversa para crear piezas que ya los circuitos comerciales se negaban a venderle a Venezuela. Dos de ellas resultaron triunfos modélicos: boquillas y zapatas hechas en Venezuela. Las primeras para hacer las veces de embudo, que permite pasar el acero fundido de un espacio a otro.




Y las zapatas, un ingenio consistente en una especie de cuña que corre por unos rieles, que avanza o se detiene según ciertas señales electromagnéticas, y que al desgastarse o partirse podían detener y hacer colapsar los procesos de producción. Venezuela estuvo al borde de la parálisis total, y no podía permitirse la paralización de su principal siderúrgica.


Dicho así todavía suena rápido y sencillo, pero en la vida real los investigadores debieron hacer una buena cantidad de prototipos y pruebas para que los implementos funcionaran, que pudieran mantener la operatividad de la industria.
Elvis Díaz y William Barrios, ingenieros, estuvieron al frente de esas investigaciones y experimentos, cuya narración en detalle resultaría difícil de comprender acá, por la cantidad de detalles técnicos de pesada digestión para los no iniciados.

Justo en este momento SIDOR avanza hacia la producción de acero verde, denominación del producto resultante de procesos complejos que han reducido a cero la emisión de gases de efecto invernadero, otra cualidad y otra conquista dignas de premios que ha sido reconocida en el mundo de las grandes siderúrgicas.
***
Palabras de cierre de Gloria Basanta: “Me siento satisfecha, ahora siento que le he aportado al país, que le he aportado a la gente. He tutoreado más de 60 tesis. Manejo una Dirección de Calidad, manejo un instituto de investigaciones, luché para que tuviéramos microscopios electrónicos, participé en un hermoso proyecto que fue refundar una actividad de investigación estructurada de la empresa”.
Vaya un reconocimiento y agradecimiento a los trabajadores e investigadores (trabajadoras e investigadoras) del IMM-SIDOR, que abrieron un espacio para explicarnos procesos y métodos con célebre paciencia: Maritza Barrera, Yohana Monsanto, Joan García, Igorbis Jiménez, Teófilo Martínez, William Barrios, Jesús Brito, Elvis Díaz, Mary Azócar, Aníbal González, Miguel Cova, Oscar Viamonte.






4 comentarios
Inspiradora y fascinante historia, Gloria. ❤️ Todo un ejemplo a seguir.
realmente se lee fácil esa victoria, pero tuvo que haber sido deficil, demostró ser de acero.
realmente se lee fácil esa victoria, pero tuvo que haber sido difícil, demostró ser de acero.
Excelente y merecida entrevista, Sugeriría adentrar más en ese fascinante mundo de SIDOR y como en el IIMM se han fiorjado muchos profesionales, se han realizado tantas Jornadas de Conocimientos acompañados de la mano de la alta calidad profesional de GLORIA BASANTA. Felicitaciones