En Caracas la Feria Internacional del Libro de Venezuela (Filven 2023) homenajea al estado Amazonas. Desde ese señorío de selvas y pueblos ancestrales, va un par de datos tecnológicos y culturales del pueblo piaroa
Texto y fotos, José Luis Omaña
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Para la mayoría de la gente que vive en Caracas Amazonas es un lugar remoto. Las y los capitalinos tenemos una ignorancia enciclopédica sobre cómo se vive allí. Nuestros paladares no conocen mucho de manaca o seje, murupí, copuazú o araña mona. El sabor fermentado del mañoco, impelable en las comidas amazónicas, no es reconocido como patrimonio alimenticio de la nación. Desconocemos las delicias de la yucuta caliente o del casabe recién hecho. Nuestros cuerpos no saben lo que es navegar en curiara, en un caño lleno de pirañas, con el agua a dos centímetros a punto de meterse en la embarcación. En nuestro imaginario colectivo (amaestrado por el sentido común urbano) Amazonas queda lejísimo.
En Alto Carinagua, cerquita de Puerto Ayacucho, una comunidad huo̧ttö̧ja̧ (grafía y pronunciación criollas simplificadas: wótuja, pueblo también llamado piaroa) está vivita y coleando. La cercanía de la principal urbe amazónica, el asedio de las nuevas tribus y la tentación de las minas no ha podido arroparla completamente. La vida se sostiene desde el konuko, el resguardo de la diversiad biológica y la insistencia en la agricultura, la medicina y la espiritualidad ancestrales.
Dioses y diosas del origen siguen con vida actuando sobre el sentido común comunitario, explicando los acontencimientos cotidianos, dotando de sentido los eventos más complejos y profundos. Una ciencia de la salud de diez mil años encuentra allí su continuidad. Y es la churuata el espacio de confluencia de esos saberes, acaso más antiguos que los chinos, y ante los cuales la ciencia moderna es un bebé de pecho.

Ciencias de la churuata
La churuata piaroa es un edificio complejo. Dicen los expertos en sismología que su estructura es de las más estables. El abuelo de la comunidad escoge el lugar y sienta las bases para su construcción: columnas que se sitúan en una circunferencia perfecta.
Adentro se erigen otras cuatro columnas centrales, bases de cuatro vigas bajas que sostienen la estructura del techo. Al lado de estas columnas se erigen cuatro columnas más altas que llegan a la parte superior de la churuata. Usando bejucos a modo de vigas flexibles, se amarran las columnas bajas y se construye la circunferencia base. Sobre las columnas altas, y también con bejuco, se amarra la circunferencia del techo.

Sobre las vigas circulares se sostienen las otras vigas, las que van de la base a la cima. Y sobre ellas se amarran las hojas de platanillo y las palmas de cucurito, previamente dobladas a mano, que conforman algo así como las “tejas” de la churuata.
El resultado es un edificio completamente tejido, como un gigantesco sombrero puntiagudo hecho de fibras vegetales. No se usa ni un centímetro cúbico de materiales modernos. Todo se amarra con bejuco, nada de alambre dulce, clavos ni grapas. Y aunque fácilmente se usan cien árboles de palma de cucurito y una decena de árboles maderables para las columnas y vigas, el impacto ambiental de la churuata es mínimo, por no decir ninguno. Allí no entra ni una gotica de agua cuando arrecian los diluvios, y la radiación solar se mantiene a raya.

Los wótuja cuidan los bosques de cucurito y los resiembran en sus konukos. Y cuando una churuata llega al final de su vida útil, se convierte (como todo en la tecnología indígena) en materia orgánica que alimenta los suelos y reproduce la selva.
En la cúspide puntiaguda de la churuata se amarra una rama seca medio misteriosa. A los criollos nos dicen que es un adorno, o que es una antena para comunicarse con los espíritus. Lo cierto es que cuando la churuata no se usa y su estructura empieza a decaer, aquella rama también se cae. Porque la vida de la churuata depende de que se viva en ella.

El calor humano y el fuego son esenciales para sostener esta construcción. El humo de las fogatas cura las fibras del platanillo y del cucurito, a la vez que mantiene sanas las maderas de las columnas y vigas. Así se evita la proliferación de insectos inecesarios, roedores y hongos. Al contrario de lo que se dice en la literatura convencional, las churuatas son de las casas más saludables que existen.
Confluencias de la churuata
Los pueblos amazónicos tienen claros los mitos de origen de cada una de sus ténicas, por eso la churuata no es sólo una obra arquitectónica sino comunitaria y ancestral. Se construye en cayapa, con la voluntad igualitarista que distingue a los pueblos del Orinoco.
Primero se arma la estructura y luego se amarran las hojas de platanillo y cucurito. Pero nada se hace por casualidad, y las técnicas que se emplean están muy lejos de ser secularistas. Al contrario, cada objeto, cada palo, cada espacio de la churuata tienen un significado anclado en el mito y en la historia de la comunidad. Cada ancestro originario tiene allí su lugar, porque no sólo es un edificio para resguardarse sino para recordar y confirmar la identidad cultural.

Técnica, ciencia y espiritualidad se cruzan en la churuata. Al rededor están los konucos y el caney para hacer casabe y mañoco. Adentro duerme todo el que quiera, en hamacas. Por las noches sin electricidad se encendie una fogata. El sueño transcurre en comunión familiar y en armonía con los espíritus.
Cada vez que nos sentamos a dibujar con las niñas y niños wótuja, la primera imagen que hacen es la de su churuata. Allí suele estar el abuelo enseñando las artes del pueblo: los diversos tejidos, el del sebucán para exprimir la yuca, el collar de mostacillas, la caja para trasportar el tabaco cosechado en los konukos, la confección de taburetes para sentarse a dialogar. De allí que la churuata sea también una escuela.

Resguardo de la soberanía alimentaria
La churuata es, en efecto, un tejido a escala monumental, que en la cotidianidad piaroa es acompañado con otros tejidos, como el de las esteras o el de los utensilios para fabricar mañoco y casabe, desde el sebucán al manare, pasando por el fundamental katumare que sirve para trasladar alimentos y cuanto sea necesario cargar. Son tejidos indispensables para la producción de los konucos, que están literalmente atados a este entramado de artefactos.
Recientemente, el día de la resistencia indígena, el abuelo nos envió un mensaje a los criollos. Desde la churuata nos contó de la resistencia de su comunidad, a punta de agricultura tradicional. En los konukos se reproduce la vida del pueblo y de la selva. Donde ha habido konukos, la diversidad biológica es mayor y más robusta. La agricultura huo̧ttö̧ja̧ es rotativa y migratoria. No se está más de tres años en una misma tierra. Eso permite la continuación de lo que se conoce como “la antropogenia de la selva”, el hecho de que la amazonía es una región sembrada, coproducida en relación simbiótica entre la naturaleza y la agricultura originaria.

En la comunidad de Alto Carinagua no dejan que el agronegocio se les meta en la tierra. Con técnicas de miles de años producen maíz, copuazú, lechoza, batata, onoto, plátano, cambures, auyama. Las mujeres, guidas por la abuela, son las principales guardianas de las semillas y de los cultivos. La yuca amarga para el mañoco y el casabe es la primera fuente de carbohidratos y de dinero de esta comunidad. Pueblos huo̧ttö̧ja̧ de todo Amazonas, como este de Alto Carinagua, son de los más numerosos abastecedores de alimentos en el mercado de Puerto Ayacucho.
Sobreviviendo al descalabro (a la modernidad y a las nuevas tribus)
El abuelo de la comunidad dice que si quieres vivir en armonía con la naturaleza, tienes que aprender a ser agricultor y artesano. Y, por los vientos que soplan, quizás esos sean los dos oficios más viables para la especie humana, si es que queremos sobrevivir al descalabro de la crisis ambiental y civilizatoria.

Los wótuja nos llevan una morena en eso. Han resistido a varios descalabros, el de los españoles, portugueses, franceses, ingleses y holandeses de inicios de la conquista y colonización del Abya Yala, hasta los descalabros del período republicano, con las nuevas tribus y la minería a la cabeza.
El abuelo desciende de una herencia de chamanes que insistieron en su cultura originaria, y no se dejaron vencer por las tentaciones de la modernidad, ni se dejaron alcanzar por los descalabros del progreso. Driblando toda clase de misiones evangelizadoras y criollizantes, se movilizaron desde las alturas del río Cataniapo hasta uno de sus brazos bajos, un caño de aguas cristalinas que atraviesa el territorio que habitan.

Hoy todavía siguen produciendo formas de resistencia con una estrategia interesante: abrirse a recibir criollos para compartir sus vidas, sus saberes y sus técnicas, y convivir en sus términos con la ciudad moderna, con la que dialogan sin abandonar su agricultura, sus dioses, su medicina y sus técnicas de construcción de artefactos vitales.
Cuando las predicciones del informe Meedows (el Club de Roma, 1972) terminen de concretarse, cuando el capitaloceno agote los límites biofísicos del planeta, comunidades como estas tendrán sus churuatas alzadas, pobladas con las hamacas de la familia indígena.
Una amiga mía dice que las culturas amazónicas ya descubrieron cómo vivir en armonía con la naturaleza. Toca ver si esta civilización capitalista planetaria las alcanza algún día.

1 comentario
MUY BUEN DOCUMENTO SIRVE PARA PROYECTAR MAS LA ARQUITECTURA INDIGENA EN VENEZUELA