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A las cestas de Pedro no les entra ni coquito

por Nelson Chávez Herrera
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La mejor manera que conoce Pedro Torres de enseñar es mostrar cómo lo hace. Quien quiera aprender deberá observar su trabajo con detalle y luego intentar hacer lo mismo

Nelson Chávez Herrera / Fotos Wilfredo Machado

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El fabricante de cestas de caña brava que íbamos a entrevistar vive en la calle El Chinchorro. Milángela había conversado telefónicamente con José Emilio Delgado y nos esperaba en su morada, pero hacia el final de la primera cuesta del camino nuestra guía divisó en la puerta de su casa a un señor con aspecto de gigante, y luego de saludarlo le preguntó si estaba dispuesto a darnos una entrevista. La respuesta inmediata fue un “Sí sí, claro”, mientras diligente abría la puerta para invitarnos a pasar.

La casa es pequeña. Un angosto pasillo la recorre desde la puerta de entrada hasta un balcón que se ve al fondo. El viento que corre por este pasadizo refresca la vivienda. Al lado derecho del pasillo hay una habitación y más adelante está la cocina. La habitación funciona como depósito de las piezas elaboradas; cunas de bebé, hueveras, cestas pequeñas.

El nombre del señor de aspecto bondadoso y trato amable es Pedro Torres, quien apremiado por nuestras demandas, va hasta el fondo de la casa, entra a otro cuarto y sale sosteniendo en sus manos varias de las fibras vegetales con las que trabaja; lata, chipio, tampaco, caña. La lata es una especie de bambú, un material más duro y más grueso que la caña brava. Desde el balcón puede verse a lo lejos el valle de San Cristóbal. La lata se consigue por acá cerca, por el cerro de La Mantellina, en el municipio Guásimos. Se poda en luna menguante, se pone a secar y cuando está a punto se corta en tiras delgadas para hacer la cesta.

–¿Cómo hace la armazón de la cesta, señor Pedro?

–Yo le voy a hacer la semejanza. 

La mejor manera que conoce Pedro Torres de enseñar es mostrar cómo lo hace. Quien quiera aprender deberá observar su trabajo con detalle y luego intentar hacer lo mismo.

Sentado en una silla de hierro forrada con material sintético, Pedro empieza a fabricar una cesta de lata natural. Con un cuchillo bien afilado limpia los bordes de la lata, corta las tiras de un mismo ancho, reúne seis a lo largo (los largueros), los coloca en el piso y les pone el pie encima para que no se muevan. Luego empieza a atravesarles los parales entreverados, para armar la base. 

“Le mete cinco parales, abajo lleva seis largueros. Empieza a abrir los parales de aquí pa’ allá y de allá pa’ acá, hasta que la abre bien, como está acá –señala la base de una cesta ya hecha-. Así se hace la armazón, va amarrando los parales con bejuco de chipio, dobla con cuidado los parales atravesados y empieza a tejer entreverando los parales por entre los largueros”. 

Un teléfono suena. El señor Jose Emilio Delgado ha llamado a Milángela para preguntarle si vamos a ir o no. No queremos dejarlo esperando, así que ella junto con Penélope Toro, compañera del grupo y periodista de La Inventadera, se adelantan para ir a hacerle la entrevista. 

–¿Cómo aprendió usted el oficio?

–Eso fue los taitas de uno que fueron artesanos. Desde pequeñitos nos enseñaron, o sea, nos criaron fue haciendo cestas.

–¿Usted creció viéndolos trabajar la cestería?

–Claro, desde los seis años ya estaba armando cestas, estaba pequeñito.

Pedro Torres nació el 27 de abril de 1955, es tachirense, palmireño, igual que sus progenitores Mercedes Perdomo y Pedro Torres. Tuvo diez hermanos y cuatro hermanas, seis ya han muerto. No se casó, tiene un único hijo que vive con su mamá y no quiso aprender la cestería. El señor Pedro vive solo. 

Los ojos del tejedor se posan fijamente en el orden y tensión de los amarres. La explicación continúa, sin dejar de mover las manos mientras tensa las fibras. 

“Este bejuco uno va metiéndolo entre el paral, con el bejuco mojado va amarrando, pero entonces tiene que irle dando a los parales así (los dobla hacia arriba con pericia, poco a poco) para que no se partan. Luego los va  separando pa’ que agarre con este paral aquí, cuando uno va empezando a tejer”.

–¿En cuánto tiempo hace una cesta?

–Pues al final de todo, como dos, tres horas más o menos. Y eso porque uno está experto, el que este medio aprendiendo dura más.

–¿Usted ha enseñado el oficio a alguien?

–Uno pues ha enseñado así a alguien, pero hay mucha gente que le gusta y otra gente no. O sea, supongamos, los hijos de uno no, ese no (dice refiriéndose a su hijo con cierta nostalgia)… Pero aquí por lo menos, a los sobrinos no les gusta, se van para otro lado. La tradición se ha perdido un poco, porque la juventud no quiere hacer nada de esto.

–¿Es más fácil hacer dinero de otra manera?

–Claro, sí sí, porque esto es complicado, y hay que aprender bien a trabajar, porque si no…

Parece imposible evitar hacerse algunas preguntas. ¿Qué hacer para que las nuevas generaciones elijan trabajar con la cestería criolla y vean en esta tradición, una oportunidad digna de obtener ingresos y reconocimiento? ¿Cuántas personas prefieren comprar una cesta tejida con fibras naturales, en vez de una cesta plástica que terminará siendo basura  contaminante? ¿Cómo prever que estas cestas tradicionales consideradas ancestralmente utensilios, no se conviertan en artículos de lujo por causa de las y los revendedores?

–¿Cuánto cuesta una cesta mediana?

–Bueno, yo la vendo así, pa’ allá pa’ abajo a seis.  Hay otras a ocho, otras a diez. Hay unas a tres mil, tres mil quinientos, a según”.

La más costosa de las cestas fabricadas por Pedro Torres –según nos refiere con el precio en pesos colombianos– no llega a tres dólares. Pedro les vende a los negocios del corredor artesanal para que revendan, y como muchas personas en la frontera, desde hace varios años –luego del ataque criminal al valor de la moneda nacional– tasa los precios de su producción en pesos, porque la materia prima y los víveres los compra en el mismo cono monetario. No obstante, quien quiera comprarle directamente una cesta en bolívares, pesos o dólares, sólo tiene que caminar hasta su casa en la vereda 3 de El Abejal parte alta y preguntar por él. 

–¿Cuántas cestas hace en la semana?

–De estas así pequeñas, veinticinco fue lo que hice esta semana. Claro, pa’ terminar las veinticinco cestas sin forzase mucho, hay que parase a las cinco de la mañana más o menos y trabajar hasta las diez de la noche, y si se va la luz pues…

–¿Cuál es su técnica, su saber, para que las cestas duren más?

–La caña o la lata cortala en la menguante, que dura; si se corta en la creciente pues, se daña más rápido. En cambio en la menguante no, porque hay cestas que uno las hace y ya a los quince, veintidós días ya están dañándose, o sea, al bejuco este le cae polilla, y a la lata también le entra un animalito. En cambio, cuando uno la hace en la menguante no le entra ni coquito.

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