Yo lo supe hace poco tiempo; algunos de ustedes quizás lo sabían, otros no, pero la solución para la crisis climática que ya agendó nuestra extinción, está en el suelo, en la tierra que sembramos.
Los gases que producen el efecto invernadero pueden ser absorbidos totalmente por el suelo, esa delgada capa viva de la superficie del planeta donde existe una cantidad inimaginable de microorganismos y suceden tantos eventos indispensables para que sigamos presumiendo nuestra “inteligencia”, que a la vez puede estabilizar el cambio climático, acabar con el efecto invernadero y alimentar a la humanidad.
En biología básica aprendimos que constantemente, durante el día, las plantas sintetizan la luz solar para alimentarse, absorben el dióxido de carbono del aire y liberan al ambiente el oxígeno que respiramos. También aprendimos que durante la noche sucede lo contrario: las plantas devuelven al ambiente dióxido de carbono a través de sus hojas y de sus raíces. Y el carbono que las plantas liberan por las raíces, quedará en el suelo.

El 40 por ciento del carbono que cada planta absorbe por sus hojas todos los días, volverá a la raíz y se quedará en el suelo en forma de Glomalin o carbón glu, una sustancia oscura, pegajosa y apreciada por los microorganismos encargados de aportarle a la tierra las características que la hacen rica y útil para la vida.
El carbón que está en la atmósfera debemos devolverlo al suelo, y para eso necesitamos, con carácter de urgencia, una alianza vital y amorosa con las plantas y con la agricultura, olvidar todo lo que los manuales de agronomía nos han enseñado para el negocio, y comenzar una nueva relación que parte de saber y entender cómo funcionan los suelos, cómo funciona la vida que aloja y en esa dinámica, saber qué papel jugamos nosotros.
Un suelo descubierto manda al ambiente todo el carbono que las plantas juiciosamente, haciendo su parte en la existencia, han depositado a través de sus raíces en conexión con las de las demás plantas que viven a su lado en una red de interconexión importante. De modo que el operativo de las plantas para nutrir el suelo de carbono es permanente, está sucediendo ahora mismo, pero nuestra abyección también.

En los años treinta, en Estados Unidos se inició la mayor agresión contra los suelos del planeta a través de la mecanización y la extensión del arado con el tractor, como estrategia para la producción masiva de alimentos.
Vivía el capitalismo una fase crítica de sus contradicciones, registrada en la Historia como la Gran Depresión, y en un gesto de errática grandilocuencia intervinieron 81 millones de hectáreas con arados, rompiendo la estabilidad ecológica del suelo y dañándolas para siempre.
Luego, en otro acto desesperado por devolverle a su gente la fe perdida en el Sistema, fueron a la Segunda Guerra Mundial para posicionar su industria y su sistema financiero, y se trajeron a este lado del planeta una maldición más: el nitrógeno sintético del nazi Fritz Haber.
Cada año, cosecha tras cosecha y arada tras arada, la mejor tierra cultivable del centro de los Estados Unidos perdía su carbono y su capacidad nutricional. Para remediarlo, la industria química estadounidense, en cabeza de la DOW Chemical, adoptó los experimentos con gases venenosos que Fritz Haber había desarrollado en Auschwitz, y los rebautizó como pesticidas al servicio del desarrollo del negocio agrícola e impuso una masiva utilización del nitrógeno sintético sobrante en las canteras de explosivos de la Segunda Guerra, como fertilizante para el maíz, el trigo, la avena, y todo lo que necesitara el verdor perdido debido el abuso de la mecanización.
Hoy en día esa tragedia continúa y es el orgullo de muchos. Es impresionante como personas que tienen toda su vida dedicada a producir alimentos con la agricultura, ignoran tanto sobre el suelo, su relación con él y con las plantas que producen.

Hay un enorme problema social mundial derivado de esa ignorancia. El agricultor promedio no sabe cómo funciona el suelo. Y paralelo a ese problema social corre el desastre mundial de la desertificación del planeta. Según la NASA, dos de las tres partes en las que puede dividirse el planeta ya son desiertos. Algunos irrecuperables.
Antes de nosotros, veinte grandes civilizaciones desaparecieron porque destruyeron sus suelos. Desde la Mesopotamia, pasando por el Nilo y las sabanas a los pies del Kilimanjaro, hay desiertos en los que alguna vez floreció la vida.
¿Qué hacer? Primero conocer cómo funciona el suelo. No es difícil saberlo, pero tampoco lo sabremos leyendo unos párrafos. Hay que hacer un esfuerzo mayor, entender la relación ecológica y las reacciones químicas que propician la vida, y preferirlas, practicarlas, difundirlas y hacer nuestra una nueva forma cultural frente a la realidad de nuestra extinción.
El suelo del planeta puede retener todo el carbono que nuestra irresponsabilidad desarrollista ha echado al ambiente.

Con un sistema masivo de regeneración del suelo, la tierra puede absorber carbono a razón de cuatro mil toneladas brutas por año, y enfriar la tierra en veinte años. Ya la carrera comenzó y la solución no está sólo en manos de la ONU, o de la NASA, ni siquiera en manos de los gobiernos que ya fracasaron en París, en 2015.
La solución la siembran a diario los agricultores que apelamos a la ancestralidad y al amor para sanar el suelo… Sumamos ya el cinco por ciento de los agricultores del mundo, nada mal para no llegar ni al uno por ciento de hace veinte años.
2 comentarios
Enormes aportes, Freddy..
excelente, me gustaría q está información me llegará por lo menos a mí WhatsApp, como podría ver y guardar esta información para mí uso en la agronomía.