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La memoria viva de Los Arangues

por José Roberto Duque
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En este caserío rico en vestigios arqueológicos habitan investigadores y guardianes de la memoria ancestral. Son pioneros y continuadores de un espacio museístico rico en objetos pero también en arte y organización

Teresa Ovalles Márquez / Fotos: Yorwuel Parada

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Los Arangues, población a un costado de la carretera que comunica a Lara con Trujillo, lleva 42 años festejando, anualmente, un Encuentro Cultural con músicos y cultores de las artes de todo el país. Es uno de los atractivos de este caserío del estado Lara que le ha dado renombre incluso internacional, junto con el Museo Antropológico Comunitario que lleva el nombre del artesano y chamán Alfredo Almeida.

Este intelectual venezolano que dio el impulso inicial a la creación de esta sala en Los Arangues nació en 1913 en Onoto, estado Anzoátegui, y tuvo la virtud de sensibilizar a las y los pobladores de este lugar, para despertar su conciencia haciendo aflorar la necesidad de la preservación de las piezas arqueológicas que abundan en la zona, y que dan cuenta de costumbres de nuestros pueblos originarios. 

Los maestros arangueños Mario Pérez y Gerardo “Lalo” Páez, los más destacados discípulos de Almeida, son de los primeros impulsores de la sala comunitaria junto a Aurelio Guedes, Felipe Escalona e Irvin Gordillo, todos formados en arqueología por el profesor y antropólogo Luis E. Molina, quien fue Director del Museo Antropológico de Quíbor “Francisco Tamayo” durante siete años, a partir de 1981.

Almeida caminó por la aridez de estas tierras de cardones y chivos para dar clases de cerámica, oficio que le sirvió para transmitir a sus alumnos el amor por lo nuestro y el cuidado del medio ambiente; no aró en el mar el maestro. En Los Arangues el fervor todavía permanece encerrado en los corazones de quienes fundaron este Museo, construido en 1984 y ampliado en 2012, con un equipo de arqueólogas y arqueólogos empíricos que se emplearon en la sala arqueológica. 

Sede del Museo Comunitario Alfredo Almeida, en el que se exhiben 108 piezas.

“Alfredo fue un compañero kariña, maestro, ceramista, pintor, y a él le correspondió dictarnos el taller de cerámica. Con él comenzamos a descubrir toda la potencialidad arqueológica que tiene Los Arangues. Nos abrió el conocimiento, nos puso en contacto con la gente que era responsable de esa experiencia en el estado y allí comenzó todo el proceso de organización. Eso nos permitió el contacto más allá de nuestras fronteras, porque participamos en foros internacionales de arqueología. Y la otra cosa importante es que nos activamos como comunidad. Ya no es el estado, no es una institución privada, sino que somos los arangueños quienes estamos atendiendo integralmente la parte arqueológica, preservamos todo ese material que estamos consiguiendo y con estos hallazgos reconstruimos nuestra primera historia”, ratifica Gerardo “Lalo” Páez. 

La nueva generación

Las manos de Mario Pérez y de “Lalo” Páez se aletargan en el espeso y muy leve viento de Los Arangues y legan a muchachos como Alexis Guedes, José David Torrealba, Mario Pérez (hijo) y José Rodríguez (todos son los actuales directivos del equipo arqueológico del Museo) las enseñanzas ancestrales y de luchas que libraron nuestros antepasados. 

José Torrealba, Mario Pérez (hijo) y José Rodríguez, actuales miembros del equipo directivo.

Para el joven Alexis Guedes, responsable del museo, este espacio significa “…una máquina del tiempo que permite conectarte con el pasado. Y saber de qué o cómo llegamos a ser lo que somos hoy, siendo la antropología el medio para saber cómo era la convivencia entre nuestras comunidades y la relación que tenían con las condiciones materiales de su entorno. Preservar, admirar y aprender de todo ese patrimonio histórico, que fue dejado por esas comunidades sabias y ancestrales que habitaron nuestras tierras, es nuestra razón de ser. De alguna forma el museo se ha convertido en hogar de organizaciones sociales que hacen vida y que aún mantienen vivas esas costumbres hermosas que nos identifican”.

El museo tiene cinco salas, pero en la actualidad está operativa solamente una, para la exhibición de piezas que datan de quinientos a dos mil años. 

En las vitrinas se exhiben tinajas, vasijas, ídolos con forma antropomorfa, pipas, piezas y apéndices de tinajas con formas zoomorfas. Entre los objetos líticos hay cinceles, hachas, piedras de amolar, metates y sus manos de moler. 

A 200 metros del museo, en el Cerro Santo Domingo, se encuentran 72 terrazas indígenas que eran utilizadas como habitación y para la agricultura. Algunos antropólogos manejan la tesis de que están ordenadas de forma jerárquica, siendo las que están más altas las habitadas por los caciques o por las figuras de mayor jerarquía. 

Sitios funerarios

Estos espacios geográficos creados como cementerios siguen siendo de los principales descubrimientos arqueológicos en la región. Lo que los expertos llaman “segundos enterramientos” son huellas frecuentes. Se trata de vasijas, medianamente grandes, como para albergar en ellas restos óseos humanos con sus respectivas ofrendas. 

Gerardo “Lalo” Páez, de los más destacados alumnos de Alfredo Almeida, muestra parte de la exhibición.

Esto dice una transcripción de los estudios del antropólogo Luis E. Molina en su trabajo “Arqueología de la región Sicarigua–Los Arangues, estado Lara, Venezuela”, publicado en el Boletín Antropológico, vol. 24, núm. 67, de mayo-agosto, 2006, de la Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela:

Se han excavado dos áreas con enterramientos humanos: Oreja de Mato y La Sabana, localidades que se encuentran en las adyacencias de Los Arangues. El primero fue considerado inicialmente como un yacimiento independiente, pero los expertos luego llegaron a la conclusión de que corresponde al sector utilizado como cementerio por la gente que habitó el sector llamado La Piscina, mientras que en La Sabana los enterramientos se encuentran dentro del área habitacional. En Oreja de Mato se recuperaron 26 enterramientos humanos en urnas del tipo primario y secundario. Los enterramientos primarios son directos e indirectos, en distintas posiciones corporales y orientación de los esqueletos. Corresponden a diferentes grupos etarios y algunas tumbas fueron recubiertas con lajas, seleccionadas por su forma natural o posteriormente modificadas mediante un trabajo de abrasión. El ajuar funerario (ofrendas) consta de vasijas de cerámica, adornos de concha de caracol y placas líticas aladas. La alfarería votiva no guarda relación con la hallada en la capa de desechos que cubre a los enterramientos y es similar a algunos de los tipos de vasijas reportados para el cementerio del Boulevard de Quíbor (Valle Sagrado)…

También se han encontrado jagüeyes (estanques artificiales) en los sitios de habitación ocupados por nuestros antepasados. 

Alexis Guedes, con una de las piezas líticas del Museo: un metate y su mano.

El bautizo wayú y la tumba de Hernán Peralta

En la visita que hiciéramos a Los Arangues, nos dirigimos a las llamadas terrazas o sitios de habitación y nos ubicamos muy cerca de la tumba de Hernán Peralta para ser partícipes de una ceremonia wayú, después de haber ascendido por un camino lleno de tunas y cardones, senderos de chivos que se observaban a lo lejos y unos cuantos metates con sus respectivas manos de moler. Se invocaron, a partir del rito wayú, a los dioses y diosas de la lluvia y de la luna, en medio de un calcinante calor.

Fue un evento de tres horas de duración, aproximadamente, por el que desfilaron una veintena de personas que fueron ensalmadas por el chamán procedente de la Costa Oriental del Lago de Maracaibo, que participó en la edición 42 del Encuentro Cultural Los Arangues justo por los días de nuestra visita. 

Nos explicó “Lalo” que en este ritual trata se establece un contacto directo con los espíritus. Es una protección para los niños y “…no es que los vamos a convertir en seguidores de alguna religión; es una protección para la existencia, para que las influencias negativas no les lleguen, para que les vaya bien en la vida”.

Mario Pérez, ceramista, músico, compositor y albañil

Mención aparte merece otro de los fundadores del Museo Antropológico Comunitario Alfredo Almeida. Mario Pérez es otro de los personajes históricos de este caserío. De hablar bajito, lento y pausado –como buen sabio–, es ceramista, músico, compositor y ayudante de albañilería. Formó parte del grupo de los arqueólogos del museo y acompañado de un San Antonio, con el que muestra su obra como artesano, confiesa su devoción. 

“Entre los compañeros teníamos un pequeño taller en Los Arangues, usábamos diseños de las piezas que teníamos, éramos como ocho ceramistas. Ese taller caminó mucho, iba de casa en casa aquí en el caserío, hasta que fuimos a trancar a la carretera y me quedé solo con el taller en casa con mi señora. A esto hay que ponerle mucho amor y así fuimos avanzando. Luego vinieron circunstancias en las que ya no tenía mucha entrada y me fui a trabajar a Trujillo como ayudante de albañilería. Tuve siete hijos pero uno murió a los 28 años”. 

Mario Pérez promueve, junto con Gerardo “Lalo” Páez a los jóvenes talentos.

A Mario, quien nació el 18 de julio de 1953, fue el Chamán Alfredo Almeida quien lo hizo ceramista, y lo convirtió en su ahijado al destacarse como el más aventajado de sus alumnos. 

“El bautizo se realizó durante una quema de piezas en el horno de leña que nosotros mismos fabricamos. El curso de cerámica duró tres meses. Almeida hacía piezas indígenas y decorativas. A él le gustaba mucho la naturaleza, pintaba animales, frutas… Le gustaba cuidar el ambiente. Y acostumbraba hacer talleres con los indígenas en su espacio de Sabaneta, en Maracay”. 

Actualmente Mario Pérez trabaja en la siembra de maní y otros rubros en su conuco de Los Arangues, trabaja en una empresa en Barquisimeto y cifra sus esperanzas en los muchachos que ahora se encuentran llevando las riendas del Museo.

La emblemática pieza del logo del Museo comunitario
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