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Feliz Navidad, o lo que sea

por Fredy Muñoz Altamiranda
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El 25 de diciembre es una fecha especial porque milenariamente, año tras año, desde que orbitamos alrededor del sol, Sirius, o estrella del Oriente, se alinea con las tres estrellas centrales del cinturón de Orión y apuntan hacia un lugar específico del este.

Por ese lugar saldrá el sol luego de tres días de una práctica inactividad, se moverá un grado, y nacerá un tiempo nuevo de luz, días más largos, en el que nuestro astro regente toma rumbo al hemisferio Norte para traer la primavera.

¿En qué momento este suceso astrológico dejó de tener la importancia que tiene para nuestras vidas, para sabernos parte de la naturaleza, y se convirtió en una poderosa manipulación de mitos temerarios? Hay que preguntarle a las iglesias, o a las religiones, que es lo mismo.

Pero diciembre siempre tendrá ese aire de espiritualidad que tiene, ese olor a pan fresco, a comida recién hecha, a amor consumado, a aventura feliz, porque en este mes, y justo el 25, la tierra está dichosa con los cambios que se producirán bajo su capa de gases, con la llegada del solsticio de invierno.

Diciembre es un buen espacio de tiempo para volver a la naturaleza, de donde nunca debimos salir. ¿En qué momento de nuestro obsoleto homocentrismo nos creímos creadores de algo, o creados a semejanza de alguien que creó algo?

Una terrible manipulación nos sacó de los bosques y nos empujó a los templos. Y ese desacierto se ha hecho más agudo y peligroso en estos tiempos de proliferación de la ciencia, de masificación del conocimiento, de acceso universal a la comunicación.

En lugar de sacar a la religión de nuestra realidad, a medida que avanzamos en conciencia en el mundo, la religión cada día nos aleja de la dosis de realidad que necesitamos para evitar el colapso, o al menos tener una extinción más honrosa.
El 25 de diciembre es un día importante para el planeta. No porque haya nacido en Belén el hijo de María, sino porque el tránsito hacia la primavera en el hemisferio norte nos garantiza provisión, alimentos, agua, reproducción: es la fecha de ingreso a lo sublime de la existencia.

Pero las religiones nos pusieron la tapadera de la adoración mitológica y nos desconectaron de las verdaderas razones por las cuales debemos celebrar estas fechas.

La apropiación irresponsable que hizo la judeocristiandad, de los patrones mitológicos de la religión egipcia, para trasmitírselos luego a sus cultos como verdades explícitas, es la razón de nuestro atraso frente a la crisis ecológica mundial.
Para los egipcios Orus es el sol. Esta relación está documentada doce mil años antes de la era cristiana. Y en la mitología egipcia, Orus también nació un 25 de diciembre, es hijo de la virgen Isismeri, su nacimiento lo acompañó una luminosa estrella que apuntaba al Oriente, se educó a los doce años, se bautizó a los 30, tuvo doce discípulos, curó enfermedades, hizo milagros, fue llamado la verdad y la vida, murió y resucitó tres días después y está hoy en el cielo.

Esa es la historia de Orus, el dios sol egipcio. Pero también es la historia de Attis, en Grecia, tres mil años antes de la era cristiana. De Krishna, en la India, que existió 900 años antes de Cristo. De Dionisio, en Grecia, que también nació el 25 de diciembre, y todo lo demás.

Es obvio que las religiones se apropiaron de la cercanía mitológica que tuvimos con nuestros procesos astrológicos, para convertirlos en patrones irracionales de creencia y comportamiento, que nos alejaron de la ciencia y de la naturaleza.

Y esa lejanía crece a diario impulsada por las mismas herramientas que deberían ayudarnos a detenerla. A darle un revés y volver a emocionarnos y a darle todo nuestro fervor espiritual a lo que verdaderamente corresponde: la tierra y todo lo que vive y ocurre en ella de forma natural.

Lo antagónico a Orus, es decir el sol, la luz, es Zet, la noche. Cada día Orus vence a Zet al amanecer. Pero cada día Zet vence a Orus en la noche. Es el Alfa y el Omega, el principio y el fin, la vida y la muerte, que pasa todos los días frente y sobre nosotros, creamos en lo que creamos.

Y esa dicotomía es la vida, es la existencia del planeta, y es la clave para desmitificar nuestra relación con la tierra. Este diciembre, y algunos otros atrás, las cosas no están saliendo como solían pasar.

La Navidad en el Norte se parece cada vez más a los ciclos monzónicos tropicales, que al solsticio de invierno que aclimataba las noches frente a las chimeneas comiendo galletas de Jengibre con chocolate hirviente.

Y el diciembre soleado, refrescado por los vientos alisios del Caribe, parece cada vez más un mes de mayo caluroso y atravesado por lluvias torrenciales.

Algo hicimos mal en estos veinte siglos de creencias desadaptadas que debimos tener siempre como una alegoría de lo que hace el sol sobre nuestro minúsculo planeta, y no una batalla entre el bien y el mal, que entre otras cosas, viene ganando el mal por paliza.

De manera que este 25 de diciembre, que nace un solsticio, que anuncia una primavera, te deseo que lo pases feliz, sea lo que sea que en ti nazca.

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5 comentarios

Katania Felisola 24 diciembre 2024 - 06:51

Excelente, como de costumbre, estimado amigo. Gracias por ello. Sólo lograremos retornar al equilibrio concientizando la necesidad apremiante de un cambio en el modelo de desarrollo, que nos permita e incentive a conectarnos nuevamente con nuestro origen natural.

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Aurora 22 diciembre 2024 - 08:29

Siempre lo supe desde pequeña, busqué en Google a ver si conseguía a alguien que pensara lo mismo que yo con respecto a Orión y las celebraciones de Diciembre. Gracias.

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Roberto Arnedo 25 diciembre 2023 - 07:02

Reconfortante artículo, nos permite plantar nuestros pies sobre la realidad.

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Rita Eglith Gutierrez 16 diciembre 2023 - 18:34

Felicidades me encanto este articulo, es importante que este contenido pueda llegar a muchas personas, en el mundo. La reconciliación con nuestra madre tierra debe ser inmediata y eso pasa por entender, estos detalles que son importantes, gracias por compartir el saber.

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Luis ortega 16 diciembre 2023 - 16:05

cuando la verdad aflora, solo queda replicarla. buena columna. barranquilla/ Colombia

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